Susana Cordero de Espinosa
27 de septiembre de 2017
Quito, Míster Books
Me referiré a temas académicos de los que urge hablar, por poco conocidos; no tocaré la edición del Borges esencial que presenta nuestro académico Diego Araujo, pero reseñaré el volumen sobre Rubén Darío, cuya aparición y difusión en 2016 nos habría permitido evocarlo dignamente a los cien años de su muerte; inopinadamente, el libro no llegó para esa noble conmemoración.
Pergeño una breve historia de la Asociación de Academias, las labores que en este ámbito urgen a las 23 corporaciones, pertenecientes cada una, a un país de habla hispana en el mundo, y aludo a la colección de ediciones conmemorativas, de la que provienen los libros que hoy nos reúnen.
Nombrar y conocer no son sinónimos: mientras en el país, fieles al prurito de realeza que cunde entre nosotros, se nombra tanto a la Real Academia que oímos apellidar Real a nuestra propia institución, apenas sabemos de la Asociación de Academias, lo que se explica, quizá, por los aún cortos sesenta años transcurridos desde su fundación, en relación con los trescientos cuatro de existencia de la AE.
Estando la RAE por cumplir ciento sesenta años de vida, en 1871 reestablecidas con lentitud las relaciones con la ‘madre patria’; presentes aún en nuestra cultura atavismos y rupturas provenientes de las luchas por la independencia de las nacientes naciones americanas, la nostalgia de una identidad, los complejos del mestizaje, los mitos históricos que, sin rubor, deforman lo ocurrido en el tiempo, se funda la Academia Colombiana, en 1871, la primera de América; le sigue la Academia Ecuatoriana, en 1874. La nuestra es la segunda Academia americana y la tercera entre las 23 hoy existentes en el mundo hispánico; siguen fundándose las diversas corporaciones en América y Filipinas y en 1973, se funda la Academia Norteamericana; por razones de todos conocidas, proteger y fomentar la unidad del español en los Estados Unidos, que cuentan con más de cincuenta millones de hablantes de nuestra lengua, es una misión crucial. En 2016 se funda la Academia Ecuatoguineana: Guinea Ecuatorial es el único país que, en África, cuenta con el español como lengua oficial. Hoy se gestiona la fundación de una Academia de sefardí, judeoespañol o ladino, antigua lengua que conservan en su cotidianidad muchos de los descendientes de familias judías expulsadas de España en el mismo año del descubrimiento de América, 1492.
En este universo de tradiciones, historias y sueños múltiples en una sola lengua, urge preservar la unidad del idioma; con tal apremio y destino, por sugerencia del presidente mexicano Miguel Alemán, nace en México, en 1951, la Asociación de Academias. Cada Academia por sí, siempre con la mirada en el conjunto, trabaja a favor de su fin primordial, ‘la defensa, unidad e integridad del idioma común, y el destino de velar por que su crecimiento y sus cambios respondan al respeto a la tradición y a la íntima naturaleza del español’.
Dos lemas intentan revelar el sentido de la institución que los creó: el más conocido es el de la Real Española: “Limpia, fija y da esplendor”… El académico español Antonio Muñoz Molina, irreverente y definitivo, aludió a él diciendo que más que un lema, parecía la publicidad de un detergente, opinión que no merma su significado, pues limpiar la escoria que la ignorancia o la pereza depositan en la lengua, ordenar y vigilar la invasión de extranjerismos, eliminar lemas o acepciones que ya no pertenecen a nuestro tiempo, traducir con pertinencia los términos que han de permanecer, elegir la forma ortográfica apropiada a la fonética extraña son desafíos apremiantes, como lo son, estudiar, definir e incluir términos de cada país, en el diccionario oficial. El lema de la ASALE, menos controversial, dice: “Una estirpe, una lengua y un destino’: la estirpe, raíz y tronco nos constituyen en esta familia de 500 000 000 de hablantes que existe gracias a la lengua; nuestro destino común tiene su raíz y sus metas en la unidad idiomática.
Estatutariamente, ostenta la presidencia de la Asociación, el director de la Real Española. Las oficinas de la ASALE tienen su sede en el palacete de la RAE, muy próximo al Museo del Prado, y a ella acuden anualmente, en turnos alternos, miembros de cuatro academias que forman parte de la Comisión Permanente; el secretariado general recae en un académico de cualquiera de las academias asociadas, excepto de la RAE, elegido por votación en el respectivo Congreso.
El papel central de la Asociación es el de elaborar, discutir y publicar de modo panhispánico, las obras que registran la existencia y las exigencias múltiples de nuestra lengua. La primera obra resultante de esta coautoría es la Ortografía de la lengua española aparecida en 1999, ‘primer texto formalmente orientado en la línea de una política lingüística común adoptada por todas las academias”, seguido de la vigésima segunda edición del Diccionario, la de 2001. Desde entonces, ya no lo llamaremos Diccionario de la Real Academia, sino Diccionario de la lengua española. La conocida sigla DRAE ha cambiado a DLE. El año 2000 se reúnen las academias americanas, en Madrid, bajo la dirección del entonces director de la RAE, don Víctor García de la Concha, para planificar la elaboración conjunta del Diccionario panhispánico de dudas, obra que ostenta por primera vez el calificativo de panhispánica y se redacta y se publica en 2005, gracias a la singular memoria de la red. Siguen la elaboración y edición casi ininterrumpidas durante estos años del Diccionario del estudiante, el Diccionario práctico del estudiante.
Un fruto colosal del trabajo y aporte de cada academia, bajo la dirección de don Ignacio Bosque, académico de la RAE y quizá el mayor gramático vivo de nuestra lengua, es la Nueva gramática de la lengua española, en tres gruesos volúmenes que reflejan el español total; viene el Diccionario académico de americanismos y la monumental Ortografía; en diciembre próximo se presentará en Salamanca la primera edición del Diccionario panhispánico del español jurídico, realizado a partir del Diccionario del español jurídico de don Santiago Muñoz Machado, secretario de la RAE, al que se añaden los aportes de cada país, estudiados y redactados por universidades e instituciones judiciales, bajo la dirección de cada una de las correspondientes Academias.
Desde el año 2000 y en el ámbito literario que da lustre a la lengua, la RAE y la ASALE patrocinan las ediciones conmemorativas. “El denominador común de los libros editados, clásicos hispánicos de todos los tiempos, es, junto al rigor filológico, su carácter divulgativo. Completan cada volumen diversos estudios monográficos y breves ensayos, una bibliografía esencial y un índice onomástico”. A partir de la edición de Don Quijote de la Mancha, aparecida en 2004, para conmemorar los cuatrocientos años de la publicación de su primera parte, han aparecido nueve libros más, tan bellos como ilustrativos, que se venden a un precio sensiblemente más bajo de lo habitual. Tras el Quijote conmemorativo vinieron Cien años de soledad; La región más transparente, de C. Fuentes; Antología general, de Neruda; la obra de Gabriela Mistral; La ciudad y los perros; la reedición de don Quijote en 2015; Rubén Darío; La colmena, de Cela, y Borges esencial. De entre estos diez libros, dos son de autores españoles y siete corresponden a obras de escritores americanos. Las academias se reafirman en una convicción universal: lo clásico de la literatura escrita en español en el siglo XX ha sido entregado a la lengua por América, a modo de inmensa devolución de lo recibido. Esperan la conmemoración respectiva muchos autores, obras y conmemoraciones. Y llegará el tiempo de celebrar a uno de nuestros grandes poetas: César Dávila Andrade o Jorge Carrera Andrade; novelistas, como el mismo don Juan Montalvo, con sus inolvidables Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, o El éxodo de Yangana, por decirlo casi al azar, y el Ecuador ocupará el lugar que le corresponde en la inmensa producción.
En fin, ahora confío en reanimarles con mi mención a Rubén Darío, del símbolo a la realidad, edición que conmemora los cien años de la muerte del poeta, en 2016. Esta obra incluye Prosas profanas y otros poemas y Cantos de vida y esperanza, así como Tierras solares, hermoso ámbito de crónicas sobre las tierras andaluzas y otras más sombrías, visitadas por el poeta.
El aporte del genio dariano se resume en un epígrafe de Borges que el nicaragüense Sergio Ramírez pone en su ensayo “El libertador”: “Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará: quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar el Libertador”.
Los estudios críticos prologales incluidos en el libro corresponden a escritores y críticos mayores de la literatura hispanoamericana, cuyos nombres me eximo de repetir. Luego de las obras de Darío, viene el capítulo epilogal, ‘’Reflexiones sobre el laberinto rubendariano’ constituido por varios ensayos; terminan el libro los índices y un glosario; la obra resulta una estupenda síntesis entre la poesía y la prosa del gran Darío, y los estudios que iluminan a los lectores sobre el sentido más íntimo de su inmenso trabajo. Ninguno de estos ensayos debe dejar de leerse, si queremos conocer al poeta.
Con asombrosa lucidez, sin remilgos ni concesiones, escribe Darío sobre la trascendencia de su obra para la poesía española, en el prefacio de Cantos de vida y esperanza (1905):
El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América se propagó hasta España, y tanto aquí como allá el triunfo está logrado. Aunque respecto a técnica tuviese demasiado que decir en el país en donde la expresión poética está anquilosada, a punto de que la momificación del ritmo ha llegado a ser un artículo de fe, no haré sino una corta advertencia. En todos los países cultos de Europa se ha usado del hexámetro clásico, sin que la mayoría letrada y, sobre todo, la minoría leída se asustasen de semejante manera de cantar. En cuanto al verso libre moderno… ¿no es singular que en esta tierra de Quevedos y Góngoras los únicos innovadores del instrumento lírico, los únicos libertadores del ritmo, hayan sido los poetas del Madrid Cómico y los libretistas del género chico?
| Hago esta advertencia porque la forma es lo que primeramente toca a las muchedumbres. Yo no soy un poeta para las muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas”.
Estas palabras repercuten y trascienden la reveladora y triste historia del comentario de Unamuno sobre el nicaragüense, tan revelador de la idiosincrasia española en la que recala Darío: Unamuno apuntó, con cierta ira envidiosa, que al americano ‘se le veían las plumas bajo el sombrero’, torpe alusión al origen indígena del poeta. A tal muestra de intolerancia y prejuicio, Darío contestó: -Sí, precisamente: escribo con una de las plumas que están bajo mi sombrero,
He aquí lo que escribió el maestro español, al conocer la muerte del poeta:
“… ¡Pobre Rubén! ¿Te llegarán tarde estas líneas de tu amigo que no quiere ser injusto ni malo? Nunca llegan tarde las palabras buenas. Dicen que la hora de la muerte es la de las alabanzas. Pero si estas son sinceras y son justas, hasta vale la pena de morirse, porque ante Dios y los hombres resuenen las alabanzas sinceras y justas. ¿Por qué en vida tuya, amigo, me callé tanto? ¡Qué sé yo…! ¡qué sé yo…! Es decir, no quiero saberlo. No quiero penetrar en ciertos tristes rincones de nuestro espíritu…”
Más allá de este juego de anécdotas tristes y necias, de puro humanas, volvamos a la ‘forma’ en poesía: doña María Delia de Sequeiros, estudiosa argentina, escribe:
“A los modernistas se les debe en castellano el ensanche del campo rítmico flexibilizando y sutilizando las fronteras del verso con inigualada musicalidad…: El cetro del verso nuevo lo tuvo Rubén Darío quien desde sus inicios acentuó la expresión del ritmo interior como lo declara en estas palabras liminares de Prosas profanas:
“¿Y la cuestión métrica, y el ritmo? Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal. La música es solo de la idea, muchas veces”.
Como cada palabra tiene un alma…, esta convicción marca la inmensa calidad poética de Darío: descubrir el alma de cada palabra y devolvérnosla es su tarea fundamental.
Según la misma estudiosa, “la versión poética [de este] principio se da en el poema titulado “Ama tu ritmo”, que leo:
Ama tu ritmo y ritma tus acciones / bajo su ley, así como tus versos; /
eres un universo de universos / y tu alma una fuente de canciones. //
La celeste unidad que presupones / hará brotar en ti mundos diversos,
/ y al resonar tus números dispersos / pitagoriza en tus constelaciones. //
Escucha la retórica divina / del pájaro del aire y la nocturna / irradiación geométrica adivina; // mata la indiferencia taciturna / y engarza perla y perla cristalina / en donde la verdad vuelca su urna.
Cabe destacar en el poema la alusión al ritmo como resultado de una matemática constelada, que lo llena y cubre todo. Toda armonía es matemática; lo es la armonía musical tanto como es matemática y geométrica la astronomía. Lo es, el tiempo. Cultivar el ritmo es exigencia de exactitud y verdad, en medio de la libertad poética.
Finalmente, quiero poner énfasis en el estudio que sobre el tiempo en la poesía de Darío, escribe el peruano Julio Ortega: su extraordinario análisis se basa, a mi ver, en la inolvidable intuición de Juan de Mairena, el filósofo heterónimo de Antonio Machado, para quien la poesía es intuición del tiempo, y como tal, ha de alejarse de consideraciones abstractas sobre nuestro pasar. Mairena contrapone, a manera de ejemplo, al Manrique de las ‘Coplas a la muerte de su padre’ y al Calderón que ‘acude a conceptos, e imágenes conceptuales para expresar, mediante elementos intemporales, el irremisible paso’: vayan aquí sendas estrofas reveladoras de estas formas de poetizar:
De Manrique:
¿Qué se fizo el rey don Joan? / Los infantes d'Aragón / ¿qué se fizieron?
/¿Qué fue de tanto galán, / qué fue de tanta invinción / como truxeron?
/ Las justas e los torneos, / paramentos, bordaduras y cimeras / ¿fueron sino devaneos?, / ¿qué fueron sino verduras / de las eras?
Y Calderón:
A florecer las rosas madrugaron,/ y para envejecerse florecieron: / cuna y sepulcro en un botón hallaron. // Tales los hombres sus fortunas vieron:/ en un día nacieron y espiraron; / que pasados los siglos horas fueron.
Para Ortega: “Pasa el tiempo por la poesía de Darío y se estremecen sus hojas y jardines, pero no pasa esta poesía con el tiempo”. O ‘Esa vasta orilla de su actualidad es acción inexhausta del verbo, latido y fluidez de un lenguaje vivo … nos encontramos en este centenario de su muerte con la voz intacta del poeta, más sabio aún en la duración del decir.[…] Nuestro tiempo, se diría , habla hoy con un leve acento dariano”.
Este milagro de la permanencia gracias al arte de expresar el tiempo, de temporalizar su palabra, se traduce también en el afán dialogal de R. D. Su obra, según su inteligente intérprete, incorpora al lector: “En cada libro dialoga con otros lectores, asumiendo el reto de un diálogo tácito, pero intenso y fecundo’.
Diríase que es diálogo porque se da en el tiempo, y tiempo consciente y personal, porque dialoga. Según Ortega, para cualquier lector atento, el libro de crónicas Tierras solares, en cuanto tales crónicas son recuentos de viajes, muestra el carácter transitivo, no solo del viaje, sino del vivir, en ‘prosa de asombros y descubrimientos en las redes afectivas del viaje’.
No está de más evocar aquí la unidad, vívida e intuida, de espacio y tiempo. Todo paso es tiempo; todo tiempo, un paso. Y el recuento y el penetrar que la memoria permite en la escritura es, a la vez que inmersión en el pasado, el presente de la escritura y presencia en el presente de un lector futuro.
El tema es difícil y difícilmente puedo llegar a su belleza triste y profunda y menos aún, transmitirla a ustedes. Leo Lo fatal, el último poema de Cantos de vida y esperanza de Darío, como una ‘despedida’ de todo, que es su vida, su tiempo; el poeta empieza confesándonos que aspira a la mínima sensibilidad del árbol o a la insensibilidad total de la piedra, porque la desdicha, lo comprueba en estos años, en la cercanía de la muerte, del agotamiento del tiempo, es sentir y conocer, saber de nuestro paso es saber del camino hacia la muerte.
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo / y más la piedra dura porque esa ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente // Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror… / Y el espanto seguro de estar mañana muerto, / y sufrir por la vida y por la sombra y por // lo que no conocemos y apenas sospechamos, / Y la carne que tienta con sus frescos racimos, / y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, / ¡y no saber adónde vamos / ni de dónde venimos!…
Vuelvo al ya mencionado Tierras solares, colección de las primeras crónicas de viaje darianas, enviadas a La Nación, de Buenos Aires; el trabajo de cronista, mucho más abundante en Darío y menos conocido que el de poeta o cuentista, le permite vivir y viajar; dedicado a la amistad, al viaje, a la bebida y al amor, cuando podía, se queja de esta «diaria, precisa y fatal obligación», que, sin embargo, por razones vitales, cumple pudorosamente.
Para sus críticos, este libro es “espléndida muestra del escritor viajero y del periodista. Como viajero sorprende su mirada acerada y crítica que no se fascina fácilmente y que huye de las escenas tópicas, del souvenir empaquetado para embaucar a los turistas. Y como periodista se descubre su habilidad para trascender el momento y la fragilidad de la crónica convirtiendo su texto de urgencia en un solvente espejo de época”.
Darío se satura e indigna, al contemplar los grupos de turistas ingleses, [que son los chinos o japoneses o nosotros, hoy] que en esos años ya invadían todo espacio: Le choca que Granada sea una de las ciudades más frecuentadas por los rebaños de la agencia Cook; y sobre Sevilla, tierra solar por excelencia, dice: [vienen] «a pagar cuentas enormes de hospedaje, a dormir sobre una mesa de billar a veces, y a ver pasar las procesiones, entre católicos irreligiosos, santos macabros, cristos lívidos y sangrientos con caballeras humanas».
Sus crónicas suenan como las de García Márquez, y tantos de nosotros lo ignorábamos…
Nota:
- ¿Hexámetros en Rubén Darío? Buisel de Sequeiros, María Delia, Universidad Nacional de La Plata, Argentina. https://es.scribd.com/document/337372600/Hexametros-en-Ruben-Dario-Maria-Delia-Buisel-de-Sequeiros