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«Borges y el tiempo», por don Marco Antonio Rodríguez

El apremio por develar los enigmas cautivos en las propuestas qué es y para qué sirve la literatura ha originado asedios y respuestas cuya profundidad borran las facilistas definiciones de las viejas retóricas.

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El apremio por develar los enigmas cautivos en las propuestas qué es y para qué sirve la literatura ha originado asedios y respuestas cuya profundidad borran las facilistas definiciones de las viejas retóricas. Hay escritores y poetas: Eliot, Proust, Breton, Bataille, que se convirtieron en críticos y creadores como urgidos por demostrar con la mitad de sus páginas que tuvieron razón para escribir las otras. También hay quienes han conciliado estos temas en las tramas de sus propias obras: Gide, Mann, Joyce, Cortázar.

Borges prefirió dejar sus laberintos insondables como bruñidos en mármoles; los rastros de sus tigres calados en bóvedas infinitas o en los cuencos de dos manos solitarias; sus bibliotecas inacabables atesorando sabidurías que transgreden el tiempo; resucitaciones de hacedores que nunca existieron; sus pensamientos, en fin, como senderos que se esquivan y acosan, se escinden y reúnen, para que los demás los interpreten, seguro de que jamás nadie podrá esclarecerlos definitivamente, quizás porque él mismo nunca pudo asirlos como propios.

¿Por qué fue el arquetipo de la sabiduría literaria: arte y juego fusionados? ¿Por qué fue el elegido para revivir filosofías sepultadas mediante el prodigio de la literatura? Lo cierto es que fue capaz de dejarnos perplejos, como ante un milagro en el que no creemos, y, sin embargo, está allí, tangible e irreal, horadando el tiempo, la cuestión que más le desvelaba. No creo que sea suficiente afirmar que las ficciones borgianas están al otro lado de la vida. Admitirlo sería sostener que la de Borges es la obra de un muerto y esa ya ha sido materia de algunas de sus fábulas. Borges no se sometió a nadie ni a nada, salvo a la palabra, magistral epílogo de lo que fue un hombre de carne y hueso tentando la inmortalidad en la que no creyó. ‘De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo./ Acaso el manantial está en mí./ Acaso de mi sombra/ surgen, fatales e ilusorios, los días’.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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