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«Bruno Sáenz, el misterio gozoso», por don Gonzalo Ortiz

Ni bien iniciado el año se nos fue Bruno Sáenz Andrade, poeta, sobre todo poeta, eximio poeta, y dramaturgo, crítico literario, colega en la Academia Ecuatoriana de la Lengua, e inmejorable amigo...

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Ni bien iniciado el año se nos fue Bruno Sáenz Andrade, poeta, sobre todo poeta, eximio poeta, y dramaturgo, crítico literario, colega en la Academia Ecuatoriana de la Lengua, e inmejorable amigo. Desde los años colegiales fuimos muy cercanos: éramos de la misma edad, aunque él cursaba un año menos, me parece que a causa de los traslados de su padre, oficial de la Armada Nacional. Aquella amistad se prolongó en los años universitarios pues él y yo fuimos muy activos en un admirable grupo de reflexión sobre la política y la economía del Ecuador, que llamábamos, un poco grandilocuentemente, la Escuela de la Concordia. 

Hernán Rodríguez Castelo, nuestro profesor en el colegio, decía: “Bruno Sáenz es un caso aparte”. En efecto, lo era. “De enorme capacidad literaria y de invencible tenacidad, se me ofreció a estudiar el ‘Ulises’ y yo se lo entregué con gusto, acompañando la obra del libro de Levin sobre Joyce. Pues bien, leyó y leyó y ahondó en la obra”, anota Rodríguez en su diario, donde cuenta que finalmente, aunque con cierto retraso, Bruno produjo, en esos años juveniles, a los 16 años, un trabajo “hondo y muy hermoso”. Ya entonces leyó su trabajo con lo que sería su marca de fábrica: rompiendo siempre la rigidez y la formalidad de los discursos con bromas e ironías.

Bruno estudió Derecho en Quito y en Toulouse, Francia. Fue doctor en Jurisprudencia y abogado y, además, hizo el doctorado en Letras en la Universidad Católica. Fue director de la Escuela de Fiscales y Funcionarios del Ministerio Público, subsecretario de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura, director de asesoría jurídica del Tribunal de Garantías Constitucionales, secretario del Consejo Nacional de Cultura, presidente de la junta directiva de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Fue un reconocido crítico literario y musical. Escribió numerosos y penetrantes estudios sobre narradores y poetas ecuatorianos. Dio conferencias y participó en encuentros de literatura del país y del exterior. Fue muchas veces miembro de jurados de concursos literarios de teatro, novela, cuento, poesía, tanto en la capital como en provincias, tarea ingrata a veces, pero a la que nunca se negaba, pues era parte de su ejercicio de amor a cultura nacional. Fue uno de los colaboradores de la Historia de las Literaturas Ecuatorianas de la Corporación Editora Nacional y la U. Andina Simón Bolívar.

Escribió poesía, cuento, teatro y ensayos. Ocho títulos publicados en poesía, uno de los cuales, Escribe la inicial de tu nombre en el umbral del sueño (2003), obtuvo el Premio Jorge Carrera Andrade del Municipio de Quito y fue editado también por la Universidad de los Andes (Mérida, Venezuela). A su vez, La máscara desnuda los trazos de mi cara, fue editado en México en 2007 (en México también se editaron antologías suyas en 1980 y 2002). Publicó un libro de cuentos: Relatos del aprendiz (2011), uno de ensayos, El caminante mira cómo pasa el camino (2012) y cinco tomos de teatro, algunos de los cuales contienen varias obras. Obra poética suya consta en una docena de antologías de poetas ecuatorianos editadas en el Ecuador, Israel, Perú, España, México, Italia, así como también en antologías de cuento ecuatoriano. Tan solo el pasado 14 de julio, Bruno presentó su más reciente poemario con el sugerente título: El viento del espíritu desata los legajos, pero incansable como era, dejó más obra inédita. Según me lo confió hace un par de años, dos libros eran de ensayo (A tientas por la historia de la música e Introducción a la obra de Julio Zaldumbide), dos de poesía (La figura en la puerta y La creadora reminiscencia) y uno de teatro (Antes del anochecer)y que sus amigos debemos empeñarnos en verlos en negro sobre blanco.

Me quedará para siempre la sensación de que, mes tras mes en el 2021, no logramos concretar un planeado encuentro mío y de Norma con él y su esposa Elena, como los de antes, largos, cálidos, llenos de risas y de comentarios sobre libros y música. En cambio, llegó con el Año Nuevo, su repentina enfermedad, que no fue de la pandemia y, a pesar de la ciencia médica, su precipitada partida. Absurda. E irremediable. Como toda muerte. Lo recuerdo como fue: humilde e irónico, sabio y sencillo, orfebre delicado y sutil de la palabra. Me pesa su ausencia. Sin embargo, del misterio doloroso de su muerte y de todas las muertes, nos redimirá siempre el misterio gozoso de su poesía. ¡Grande y querido Bruno Sáenz!

Este artículo apareció en la revista Forbes.

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