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«Catasse», por don Marco Antonio Rodríguez

Llegó a Quito iniciados los setenta. Digno, solidario; su generosidad fue relevante en su condición humana; prefería resolver los acuciantes problemas de sus amigos dilatando los suyos...

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Foto tomada de una página de Facebook sobre el pintor

‘Hombre arqueado/ hombre para el salto/ hombre que rueda/ hombre para la operación relámpago/ para la operación tempestad/ para la operación arrancamiento’. Estos versos de Michaux diseñan el ímpetu creador de Carlos Catasse (Chile, 1944-Ecuador, 2010). Jamás la dispersión, solo el oficio arduo, fervoroso en pos del arte pictórico. Glorificación y plenitud de vivir. Un artista pintor que va develando por el mundo los secretos del arte durante su existencia, no exenta de esa “angustia inevitable de crear”.

Catasse llegó a Quito iniciados los setenta. Digno, solidario; su generosidad fue relevante en su condición humana; prefería resolver los acuciantes problemas de sus amigos dilatando los suyos; el pelo abundante y el cigarrillo fusionado a su estampa de galán de cine latino. El eterno fumador, lo llamó uno de sus críticos en el libro “Grandes maestros del arte moderno. Catasse. América y Europa”. Allí el artista confiesa que “si hubiera podido escoger dónde nacer, habría escogido Ecuador”.

Quienes lo conocimos de cerca lo recordamos dibujando o pintando, abrasando. La naturaleza es un recurso mediante el cual accede a espléndidos ejercicios cromáticos y formales. ‘Marinas’ que recuperan las luces recónditas del impresionismo. ‘Paisajes andinos’ donde vibran las gamas del verde, rebosando el espacio de los lienzos como inacabables praderas ahítas de color dispuestas en segmentos geométricos. ‘Nocturnos’ donde la luna zarandea como una diosa voluble, alumbrando secretos ocultos. La paisajística de Catasse cobra vida, es autónoma.

Las raíces terrestres y las celestes se unen para usurparse los límites. El todo se despeja ineludible. “El estilo es el hombre”, afirmó Buffon. El estilo de Catasse oscila entre un rotundo ‘espontaneísmo’ y un soberbio dominio del color. ¿Postimpresionista o impresionista? No interesa. Su ejemplar oficio de crear, eso cuenta. Fantasías y reveses. Goce y desazón.

Su Serie de Precolombinos es celebrado homenaje a nuestro arte ancestral; los colores se convulsionan, sobrecogidos por el tiempo. El acentuado vitralismo de su Serie de El Quijote es, sin duda, un aporte a lo mejor en artes visuales sobre el Caballero de la Tristeza; abstraccionismo de la más alta factura. Yelmos. Rocinantes. Molinos y amores alucinados. Su Serie de Mujeres guarda enigmas insondables. La gran mayoría carece de rostro. El de Gala, la compañera de Dalí, es una excepción. Rostro impasible, en sus enormes ojos negros, no hay asomo de sentimiento. Catasse la desnudó de los oropeles que fueron lo único que persiguió en su vida.

Recomienzo, arma y escudo. Refriega, vorágine y sosiego. Agua trepidante y convulsa. Limpia, turbulenta, luminosa y solo en breves períodos velada, umbrosa: la creación visual de Catasse. En su esencia fluye la sangre aromada del amor. Arte que clama amor, que calla amor, que vive amor. La luz se esparce por toda su obra. Arte de vida. Porque “la muerte es mentira y solo el amor es verdad”.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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