Es muy placentero dar la bienvenida a Oswaldo Encalada Vásquez como miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Por su labor académica, lingüística, literaria y profesional ha recibido, durante el transitar de los años, varios galardones que testifican su calidad de investigador, guía y maestro de juventudes.
De sus publicaciones, que suman más de una cuarentena de libros de diferente índole, y que se pueden clasificar en artículos, crítica, cuento y ensayo. Seleccionamos algunos títulos de obras que afirman su éxito, técnica narrativa y temática y que confirman su calidad de académico intachable y de escritor fecundo: Los juegos tardíos y La muerte por agua de 1980, El día de las puertas cerradas de 1988, A la sombra del verano de 1991, Diccionario para melancólicos de 1999, Crisálida del 2000, Diccionario de toponimia ecuatoriana del 2002, Naturaleza, lengua y cultura en el Ecuador del 2007, Lengua y folclor del 2008, El milizho, Gabichuela y El país de los estornudos de 2010, Crispín Cachivache y otros cuentos para niños de 2019. A esto habría que añadir otros textos de crítica literaria, cuentos y ensayo que han circulado en antologías, diarios y revistas dentro y fuera del país.
Opiniones de la crítica
Vale la pena tener presente la estimación que ha merecido la obra de Oswaldo Encalada Vásquez, en la voz de destacados escritores y personajes ecuatorianos:
Sobre Los juegos tardíos Efraín Jara Idrovoha señalado: “Perturbador y fascinante el mundo de ficción que nos propone … cuya similitud con el universo de Borges es fácilmente verificable… En este sentido, e invirtiendo los términos establecidos por la tradición, el espacio narrativo […] que [él y] otros narradores hispanoamericanos acrecientan la sospecha justificada de que es la vida la que imita las configuraciones del arte”.
Pedro Jorge Vera expresa sobre La muerte por agua: “Quedé deslumbrado ante la imaginación, la sobriedad, la redondez de las pequeñas obras, que nos llenan, oscilando entre la poesía y la narración, o mejor, participando de ambas cualidades”.
Jorge Vivanco Mendieta opinó sobre Diccionario de toponimia ecuatoriana: […] “producto de un trabajo gigantesco del sin duda más calificado investigador ecuatoriano en esta especialidad, Oswaldo Encalada Vásquez, que sigue, amplía y en cierta manera culmina la obra realizada en este campo por Honorato Vázquez, González Suárez y Jacinto Jijón y Caamaño. Es una obra en cinco tomos, de más de 500 páginas cada uno”.
Para sumar a lo dicho, no podemos dejar de mencionar uno de los atributos más señeros de este gran escritor e investigador ecuatoriano “ha sido […] el primero en usar [en Ecuador] la narrativa hiperbreve […] en los inicios de la década de los setenta del siglo anterior. En 1976 origina la microficción, pero por 1972 y 1973 ya se entretiene con juegos narrativos mínimos que madurarán y luego se convertirán en parte de su creación literaria” (Aguilar Monsalve, 15). Al respecto, tanto Jorge Dávila Vázquez como Solange Rodríguez han reconocido este hecho cronológico histórico en sus aportes literarios. Además, Oswaldo Encalada Vásquez como Luisa Valenzuela en Argentina, Fernando Iwasaki en Perú o Juan Epple en Chile, para mencionar un trío de escritores especialistas en este ramo, sin olvidar a Augusto Monterroso, Julio Cortázar, Luis Felipe Lomeli o muchos más, que han solidificado esta especialidad narrativa. Hoy en día la microficción, tiene muchos seguidores en todo el mundo.
El culteranismo
Hemos escuchado su discurso de incorporación que intitula Los últimos coletazos del culteranismo en el Ecuador.Nos inclinamos a pensar que para Oswaldo este movimiento literario dejó huella en su propia formación humanista y universal. Al leer su manuscrito meditamos que la base misma de nuestra formación hay que encontrarla en la tradición greco-latina y en el Renacimiento que durante los siglos XV y XVI floreció en Italia para expandirse luego por Europa, particularmente en España, en una época en la cual agonizaba el sistema feudal y se posicionaba el capitalismo con sus nuevos valores: el dinero y el tiempo, entre otros.
Encalada Vásquez abre su discurso citando a Miguel de Cervantes (1547-1616), y de inmediato se formula la siguiente interrogación: “Ante esta declaración de tan loable intención comunicativa cabe preguntarnos: ¿será posible que haya alguien que quiera usar de la lengua de modo tal que no se lo entienda?” Nosotros concluimos que su pregunta es un mensaje declarativo de su quehacer literario personal: buscar, ante y sobre todo, la claridad comunicativa.
Luego, presenta las figuras antagónicas de Luis de Góngora (1561-1627), la de Francisco de Quevedo (1580-1645) y de su protagonismo en la configuración del barroco español. Debemos indicar con brevedad, que el culteranismo fue una tendencia estética dentro del movimiento barroco del Siglo de Oro español, cuya complejidad en la forma y la estructura hacía muy difícil la comprensión de sus contenidos, uno de los temas subrayados por nuestro expositor. El culteranismo optó por una falta intencional de claridad y abusó de una metáfora exagerada, oscura y, a veces, risible. De acuerdo a Aurora Egido:
Góngora nace a la poesía en pleno apogeo de los metros y temas de la poesía italiana y de los propios de la poesía autóctona […] así como el florecimiento del romancero nuevo […] son los rasgos más destacables del ambiente que [le] rodea […]. Góngora […] dividió los gustos en la generación siguiente a la suya, la de Quevedo, su enemigo […] frente a todos los seguidores que formaron escuela […] de la geografía peninsular, Portugal incluido.”
Egido, 382.
Por su parte, Dámaso Alonso afirma que la “revolución poética de Góngora afectó no solo a la poesía, sino a la predicación, la prosa académica, el teatro y el habla cultiniparla de la calle, extendiéndose hasta bien avanzado el siglo XVIII”. Con el neoclasicismo, el prestigio del cordobés se deterioró y habrá que esperar hasta la llegada de La Edad de Plata entre (1875 y 1936) de la cultura española durante la cual el ensayo, la novela, la pintura, la poesía y el teatro peninsulares van a alcanzar un impulso sorprendente como expresión de la cultura nacional y un prestigio inusitado en los medios americanos y europeos. Fue La Generación del 98 y la del 27 que trajeron de vuelta al Góngora paradigmático “de la poesía pura”, solicitado con anterioridad por los modernistas y los simbolistas dentro de su poesía peculiar que también tuvo representantes, aún algún tiempo después, en poesía y en prosa como las de Jorge Luis Borges o José Lezama Lima en América.
Si debemos referirnos a la metáfora barroca, el movimiento literario gongorino proponía una que fuese impoluta, con un lenguaje algo incomprensible, que encubría los mensajes de las expresiones idóneas de la lírica, la oratoria y el teatro, otorgándole, así, primacía a la estructura. Siglos después, este concepto fue motivo de apropiación por parte de los modernistas cerrados y preciosistas que proclamaron el arte por el arte, si bien antes, fue usado más por el parnasianismo francés para explicar que no hay vínculo entre arte y moralidad.
Un segundo tema abordado por nuestro expositor hace referencia a la latinización del lenguaje. Creemos que se trataba, en esos días, de un regreso imitativo hacia los escritores de la antigüedad, ejercitando una retórica sintáctica retadora al individuo por medio de un desarrollo epistemológico, imaginativo, poético y sensorial dentro de un lenguaje pletórico de impresiones y, en muchos casos, sujeto a una experiencia personal. Encalada Vásquez afirma que: “Luis de Góngora y Argote […] el iniciador de una poesía barroca muy especial y llena de abundantes cultismos griegos y latinos. Pero una cosa es Góngora con su perfectísima y, a veces, hermética y difícil poesía, “Aun a pesar de las tinieblas, bella; aun a pesar de las estrellas, clara” como lo dice el mismo en la Soledad primera, y otra inmensamente distante, el gongorismo, y peor, todavía el culteranismo por donde algunos espíritus extraviaron más tarde sus menguados pasos literarios”. Hasta aquí la cita.
Ahora bien, la búsqueda, la necesidad de ser parte de un nuevo comienzo antagónico a lo existente, empezó a dar resultados al deshacerse de la formalidad que había y al lanzarse por nuevas enunciaciones estéticas apreciadas durante el Renacimiento. Luis de Góngora abre el paso a una nueva reflexión sobre la lírica y las alternativas poéticas de forma ingeniosa y perspicaz. Al tener esto como de base, la esencia del poema desembocó en la preferencia de la forma sobre el contenido. Por ello, la temática gongorina trató a la poesía como la figuración de la esencia humana pura y la capacidad de tomar consciencia de su individualidad mirándose desde una perspectiva ajena a sí misma y resaltando el ideal del hombre desde la experiencia del subconsciente.
Luis de Góngora fue el principal representante del culteranismo, al que también se lo denominó gongorismo por el prestigio y respeto del que gozó este autor y porque fue el mejor ejecutor de este estilo literario, cuya pluma barroca moldeó un nuevo lenguaje, para que calzase a la elite ampulosa y refinada de aquella época.
En Las Soledades de Góngora hallamos el culteranismo llevado a su máxima expresión, ya que su forma representativa se mantiene oculta en un calado decorativo poético. El gran medievalista español Julio Rodríguez Puértolas es de la opinión que: “La crítica moderna […] ha intentado borrar las distinciones entre los dos Góngoras haciendo notar que los procedimientos estilísticos básicos de las Soledades y el Polifemo (hipérbaton extremado, conceptismo, latinismo, inserción total en el mundo de las referencias clásicas, etc) […] se encuentra en la obra toda de Góngora …” (Rodríguez Puértolas, 323).
El culteranismo
Encalada Vásquez también hace referencia al conceptismo de Francisco de Quevedo, un tipo de estética que daba más importancia a la esencia del contenido que a la forma. Se trataba de un tejido de caracteres poéticos basados en la alianza postiza y sutil de conceptos. Este movimiento prosperó a finales del siglo XVI y principios del XVII. Nuestro disertante afirma que Quevedo: “publicó, hacia 1629 una obrita intitulada La cultalatiniparla […]. Se trata de una obra maestra de la sátira”. Como muestra repetiremos unos ejemplos llenos de gracia, ironía y saber que subrayan lo que se ha dicho: “Al queso: cecina de leche.” Otro: “Al arrope llamará crepúsculo de dulce.” Y aún una más: “Si llegare a mandar que por falta de dientes le llene la boca de chitas forasteras, dirá: ‘fulana, empiédrame el habla, que tengo la voz sin huesos’”. A esto añade que: “La sátira agudísima es el arma de combate de Quevedo en contra del culteranismo” (Encalada Vásquez, manuscrito 5).
Al referirnos a Quevedo debemos recordar que:
Pocos escritores poseen en la literatura española una personalidad comparable en vigor con la de Quevedo. […] Como escritor es difícilmente clasificable. Cultivó todos los géneros y en todos dejó su sello de su genio. […]. Como poeta, pocos le igualan, y lo mismo sobresale en la chispa cómica de sus letrillas burlescas y en la severidad crítica de sus denuncias […], censurando los abusos del poder, que en la angustia de su poesía moral, transida del sentimiento de la muerte y la encendida pasión de sus sonetos y canciones amorosas. En el Buscón lleva hasta el límite de lo cómico-satírico la visión pesimista de la picaresca.
del Río, 650.
Quede claro que en el fenecimiento del siglo XVI y el resurgimiento del XVII se instaura el núcleo de la poesía lírica; Góngora se ubica como el hegemón y sus desafiantes —uno de los típicos requerimientos de la teoría de las hegemonías que instala a España como soberana del primer poder económico/político moderno hasta el fracaso de la Armada Invencible (1492-1588) y cuyos desafiantes fueron Los Países Bajos y La Gran Bretaña— serán analógicamente en literatura Lope y Quevedo. El primero hará historia en lo dramático y el segundo liderará la prosa moral y satírica para dejar al último como el adalid de la obra poética.
Eugenio de Santa Cruz y Espejo y otros escritores menores
Para entrar a un tercer tema en el análisis de su alocución, Encalada Vásquez pregunta:
Esta expresión culterana ¿se dio solo en la literatura española? La respuesta es negativa. El gusto por lo extravagante y lo oscuro se dio también en otras partes. […] Esta pésima manía por lo rebuscado, lo oscuro, lo pedantesco llegó también a la Real Audiencia de Quito. Eugenio Espejo (1747-1795) la satirizó y luchó contra esta desconcertante forma, que se había guarecido en los claustros religiosos, donde tenía sus más firmes baluartes. Esta sátira y combate se puede ver a cada paso en El nuevo Luciano de Quito, obra donde dialogan el Dr. Murillo (el representante del culteranismo más ramplón) y el Dr. Mera (que representa el buen gusto y a Espejo, obviamente).
Encalada Vásquez.
Nos permitimos comentar brevemente sobre este asunto porque El nuevo Luciano o despertador de Ingenios (1797), cuya estructura estuvo diseñada a la manera grecorromana y renacentista, compuesta por nueve diálogos entre los personajes Murillo y Mera; estos discuten una gama de temas como: crítica a la estética vigente en la época; el estado de la cultura; filosofía; plan de estudios y sistema educativo; retórica; teología y más. “Su crítica y ataque es siempre abierto, audaz, clásico, violento. Su anhelo era satirizar el atraso científico, cultural y social de España. A esta obra se la considera como la crítica más acertada que se le hiciera a la cultura colonial del siglo XVIII, así como una brillante exposición de ella” (Gómez-Gil, 171). A lo dicho, añadiríamos que en esta pieza literaria, Espejo imita a Luciano el más conocido de los filósofos sofistas griegos. “La obra es una crítica de los métodos de enseñanza de las escuelas y universidades […]. La vena satírica y la ironía mordaz están siempre presentes al satirizar a personas de la sociedad quiteña o el sistema colonial en general. […]. El nuevo Luciano está considerado entre las obras más valiosas que se escribieron en América en ese tiempo, siendo infinito su aporte a los nuevos rumbos que se vislumbraban” (171).
Y quizá por estos nuevos rumbos que se vislumbraban, uno puede asumir que en la búsqueda por una identidad latinoamericana existieron dos obras extraordinarias: Ariel (1900) y La raza cósmica (1925) que al unirse a El nuevo Luciano pueden ser la causa y el efecto de un pensamiento latinoamericano de inicio. Aunque si examinamos algunos de los trabajos de Leopoldo Zea, ya se nota un sondeo más serio en este respecto, en particular con su obra En torno a una filosofía americana (1945). Pero acaso la semilla que servirá de empuje para todo esto podría ser: “la libertad creadora, que fermenta, que puede dar lugar a lo inesperado como expresión de todas las posibilidades de una razón viva, de una lógica viva y, por ende, del hombre” (Zea, 421).
Hay otros nombres que podríamos dar, con mérito suficiente que justifica su trabajo creador e investigativo que en la segunda mitad del siglo XX alzaron sus voces y pusieron en alto todo un proceso revelador de lo que iba dándose dentro de nuestra cultura, pero preferimos, al igual que casi con estos cinco lustros de vida en esta nueva centuria, dejar que se alcen y fermenten, como dice Zea, los nuevos conceptos de lo cultural en un mundo existente ataviado por circunstancias adversas en uno u otro campos de nuestra indagación. Permítasenos citar un término muy decidor de cuando comenzábamos a creer más positivamente en nosotros: ¡lo nuestro!, característica del criollismo o llamado también regionalismo de los siglos XIX y XX; ahora y, en este momento, recobra nuevamente vitalidad la intertextualidad, la modernidad y la necesidad de ser.
En su discurso, Encalada Vásquez incluye, además de esta célebre pareja barroca de Góngora y Quevedo, al sacerdote jesuita José Francisco de Isla y afirma que “en al campo de la prédica religiosa perduró más esta desconcertante manía […] con su singular Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campozas, alias Zotes.” En algunas partes de esta obra se encuentran razonamientos tendientes a justificar, desde la óptica de la sátira, naturalmente esta forma expresiva:
Nada se puede tratar con magnificencia cuando se usa de voces obvias, triviales y comunes, aunque sean muy propias y muy puras. La segunda, porque si no se procura tener atada la atención de los lectores y de los oyentes con la oscuridad, o a lo menos con que no esté a primer folio la inteligencia de la frase, enseña la experiencia que unos roncan y oros piensan en la Babias, por cuanto es muy volátil la imaginación de los mortales. (Isla I, 1969:155).
Encalada Vásquez, 6.
Si bien es cierto, este ejemplo ilustra la razón de este estilo arbitrario y fosco y el porqué de su desprestigio con el correr de los años, también es inequívoco señalar que el siglo XVIII en España fue parco, por decir lo menos, en su producción cultural y literaria, con la excepción del padre benedictino Jerónimo Feijoo, que sobresale por su carácter de ensayista y polígrafo. Su obra Defensa de mujeres (1726) está considerada como el primer trabajo del feminismo español, que hoy en día, entre nosotros, el tema ha cobrado fuerza. Asimismo, nos agrada mucho la inclusión que hace Oswaldo de José Francisco de Isla (1703-1781), un narrador jesuita que se sintió influido por la novela picaresca y el estilo cervantino; consideramos también que su presencia en la cultura de ese tiempo es pertinente y contribuye a sumar, nos guste o no su estilo, dentro de lo que se hizo en España ya que acentúa, a la vez, su talante, propio del siglo XVIII, adornado de gran agudeza y humor. Añadiríamos a un tercero, sin que ninguno de los dos opacase al primero y es el valenciano Gregorio Mayans que constituye una de las figuras prominentes de la Ilustración peninsular.
En su discurso, Encalada Vásquez expone un cuarto tema, al mencionar a una serie de escritores ecuatorianos que han usado este estilo rimbombante a lo largo de su trayectoria cultural con fines y motivos varios. Entre ellos se hallan, por orden de su aparición: Juan León Mera (1832-1894), Luis Cordero Crespo (1833-1912), Mary Corylé (1901-1976), Alfredo Pareja Diezcanseco (1908-1993), Piedad Larrea Borja (1912-2001) y Josefina Cordero de Crespo (1921- ), entre los más conocidos. Sobre Mera nos dice: “Al escribir su Ojeada histórico-crítica también luchó contra estas muestras de mal gusto […]. Con Cordero Crespo, Corylé o Pareja Diezcanseco opina que son textos con mayor o menor intensión satírica, con mayor o menor extensión textual.” (9-10). No obstante, al referirse al profesor Manuel del Pino juzga: “Pero el que más lució con este estilo fue un ilustre habitante del cantón Alausí [… cuyo libro] Cuentos, mitos y leyendas alauseñas (2004) […] nos regocijan con su historia”. He aquí un ejemplo:
Un mal día [don Ramiro], después de un disgusto con su sufrida cónyuge, salió a pasearse por la carretera y cerca del cementerio dio con un pastorcillo que apacentaba su corta piara de cerdos. Quedóle mirando y le preguntó:
—Mancebo, ¿has visto pasar por aquí a la horrible parca que el hilo corta de la vida?
El muchacho, luego de un instante de deslumbramiento, le contestó:
—No, don Ramirito, no he visto pasar puerca con hilo.
Hemos dejado para el último hacer un comentario escueto sobre uno de los temas más constantes y dominantes que sirve de leitmotiv de su discurso: el humor. ¿Qué función tiene en la literatura? Es un vehículo cuyo fin es deformar la realidad para convertirla en festiva y paradójica. Este autor ha logrado esto con una facilidad asombrosa que, a la vez subraya, su técnica investigativa y nos ofrece, como resultado, un trabajo de exploración que va más allá de lo común, porque una de las debilidades de la retórica hispánica es su escasez de gracejo en los trabajos literarios. Se ha mejorado en los últimos años, pero todavía falta una cuota más genuina y popular.
Oswaldo Encalada Vásquez, una vez más, nos ofrece este trabajo de sólido análisis, cuyos resultados contribuyen a sentar las bases mismas de nuestra cultura literaria ecuatoriana.
Obras citadas
Aguilar Monsalve, Luis. 2019. Antología del microcuento ecuatoriano. Quito: Editorial Eskeletra: 9-16.
del Río, Ángel y Amelia A. de del Río. 1960. Antología general de la Literatura Española. 1. New York: Holt, Rinehart and Winston: 614-677.
Egido, Aurora. 1983. Historia y Crítica de la Literatura Española. Bruce W Wardropper. Siglo de Oro Barroco: 381-447.
Encalada Vásquez, Oswaldo. 2021. Los últimos coletazos del culteranismo en el Ecuador. Cuenca: Discurso de ingreso como miembro de número a La Academia Ecuatoriana de la Lengua: 1-27.
Gómez-Gil, Orlando. 1968. Historia crítica de la literatura hispanoamericana. New York: Holt, Rinehart and Winston. Ilustración y Neoclasicismo. El ensayo: 165-182.
Rodríguez Puértolas, Julio. 1978. Historia social de la Literatura española (en lengua castellana) I. Barcelona: Editorial Castelia: 285-361.