En una orilla del Sena
ellas aguardan ansiosas
la caravana feroz de los adolescentes.
Mientras tanto
ejercitan un cotilleo obsceno:
piensan en falos como faros
como peces, como espadas.
La brisa que se cuela
entre sus faldas
eriza las piernas, su vello dorado
hasta depositarse en sus oquedades
como brasa, como agua.
¿Llegarán los mejor dotados?
¿Vendrán erectos, cuerpos de brindis?
Vale guardar discreción en la espera, se dicen.
Pero ¿cómo esconder la voluntad,
la piel, su intención?
Apostadas a la sombra de la arboleda
jamás podrán ocultar
(en la fatiga y el sopor del estío)
la impaciencia que prevé
el arribo de la caravana.
Por ellas lo hará Courbet
que bamboleándose entre los árboles
no ha dejado de observarlas.