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«Dayuma», por don Marco Antonio Rodríguez

«Dayuma», por don Marco Antonio Rodríguez. Vida y obra de Dayuma Guayasamín es un peregrinaje por su entorno originario: personajes, tradiciones, usos, costumbres y sus laberintos interiores. Viaje en busca de sus raigalidades....

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Foto: artblr

Vida y obra de Dayuma Guayasamín (Quito, 1959) es un peregrinaje por su entorno originario: personajes, tradiciones, usos, costumbres y sus laberintos interiores. Viaje en busca de sus raigalidades. La inteligencia de Dayuma opera como un láser que hurga en todo lo que vive, ve, escucha, lee, y esa ruta, grávida de euforias e insatisfacciones, la ha recorrido con su reciura humana. Indócil, vehemente, desenfadada, en su niñez y adolescencia no aceptó que se coarte su innata y dilatada libertad reñida con el statu quo.

Algo del churrigueresco colonial exornan altares, retablos, tabernáculos, portones, tiendas… de Dayuma. Su creación visual emerge de la entraña popular. En cuanto a la perceptible animación y al hacinamiento ornamental, propio del churrigueresco, este luce remozado y fresco, aireado por su mirada heterodoxa. Ni naíf ni artesanía ni ingenuismo calzan para registrar su creación (la artesanía es practicidad y serialización). La obra de Dayuma se subsume en un neobarroquismo que, de ciclo en ciclo, ha afinado gracias a su oficio.

Collages resueltos en acrílico sobre madera; objetos; pintura sobre lienzo, o sedas; paisajes y pasajes; construcciones en las que imbrica encajes, pan de oro, abalorios. Buses, tenderetes, estallidos de flores, figuras emblemáticas de nuestras campiñas… La génesis del barroco postuló a la ambigüedad como cimiento de su definición. Lo que prolifera, libre, tumoral, demasiado sensible. El arte de Dayuma es barroco. El barroco: geológico profundo, “perla” del caos y la aglutinación. Dayuma extrae esa “perla” de una difusión autónoma de significantes. Su mirada es la del merodeador que tiene previsto algo refundido en un acervo inmensurable de seres y cosas. Llega a ese aglutinamiento y absorbe aquello que su aguzado sentido creador le dicta.

En todo arte visual verdadero se hallan los atributos de un tiempo inmóvil, de un tiempo vertical para distinguirlo del rutinario que emigra horizontalmente junto al agua del río o al viento que pasa. Ese tiempo acaece sobre la obra de Dayuma. Observemos “Circo”: una carpa marrón al fondo, que fija la sensación de ser testigo silente de las cabriolas que van a ejecutarse en la arena. La arena acinturada por una bordadura de espectadores; en el centro, un andamiaje de juguetería en cuya cúspide el acróbata piruetea de cabeza. Mutismo y movimiento. Espera y final.

La pieza exuda aroma de pueblo congelado en el tiempo. El tiempo resbala, cae, se abate, parsimonioso, sobre el espectador. Es el tiempo de los campos, la ruralidad, el aldeanismo. Candor y pureza. Epinicio de espacios incontaminados, inmunes al vértigo ominoso de las ciudades.

“Nombro los pájaros: significa el viaje/ de la inquietud sin rumbo./ Nombro el maíz: la vuelta hacia el origen./ Cada cosa que nombro solo es cifra/ del oscuro lenguaje/ de las profundidades de mí mismo”: el arte de Dayuma.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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