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«Debates sobre la Feria del Libro», por doña Cecilia Ansaldo

El pasado fin de semana se cerró la Feria del Libro de Madrid y son certeras las líneas de un reportaje al respecto: “como todo está en los libros, se entiende que la feria puede interesar a todo el mundo”...

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El pasado fin de semana se cerró la Feria del Libro de Madrid y son certeras las líneas de un reportaje al respecto: “como todo está en los libros, se entiende que la feria puede interesar a todo el mundo”. Así es, todo está en los libros y basta tener un atisbo de esta verdad para creer que cualquier iniciativa que los ponga en manos de los lectores vale la pena. Cualquier líder sabe que las reuniones grupales y masivas consiguen que un fluido casi eléctrico recorra a los participantes en pos de una meta o un personaje. Eso ocurre en las ferias que convocan al gran público. Eso pasa en una feria del libro.

Las que ha tenido Guayaquil, gracias a la actividad compartida entre la Empresa Municipal de Turismo y Expoplaza, han sido la viva muestra de lo que se puede lograr cuando se trabaja mancomunadamente: consiguieron público ascendente en número, que se acostumbró en ocho años a la calidad de la oferta literaria en materia de mesas de exposición y coloquios, que acogió a los diversos actores del mundo del libro, que celebró aniversarios y alegró los ojos con espacios lúdicos y pedagógicos. ¿Qué pudo ser mejor? Claro, todo puede superar hitos en la medida de la experiencia, la creatividad y los recursos.

El reciente domingo las redes sociales se activaron ante la noticia de que el flamante alcalde no mantenía el auspicio a tres ferias de las que organiza Expoplaza, una de ellas, la del libro. Muchos fieles asistentes demostraron su decepción ante esa medida que podía verse como un severo riesgo a la existencia misma de lo que calificaron como “la mayor iniciativa cultural de Guayaquil”. Los intercambios se detuvieron cuando la autoridad municipal revirtió lo decidido, de tal manera que el periódico digital emisor de la noticia fue también el que puso la nota tranquilizadora de que todo seguiría igual… por este año.

¿Cabe defender la existencia de una feria que celebra los libros? Cualquiera diría que, a pesar de que pocos sean lectores, todos teóricamente están convencidos de que ese artilugio de la educación y la cultura es indispensable para el crecimiento mental de una población. Los cinco días del evento –que son escasos en comparación con las dos semanas que tienen en Madrid, Buenos Aires, Bogotá- ponen en acción a todos los que trabajan por los libros: lo material, lo comercial, las voces que llenan las páginas de los saberes humanos y de los productos de la imaginación se encuentran y comparten placer, conocimiento, curiosidad. No puedo olvidar al Premio Nobel J. M. Coetzee, que nos visitó en 2016, pidiendo que lo dejen solo para recorrer los pasillos de la feria. Él quería hacer sus propios descubrimientos.

Las librerías nunca consiguen la cantidad y calidad de asistentes que miran sus ofertas en tan pocos días. Los escritores son escuchados con devoción, el atesoramiento de un autógrafo puede ser el pretexto para encontrar enseñanzas más profundas. Los padres y madres de familia que regañan en casa a los chicos que no leen acuden con sus hijos por si una palabra de autor juvenil los convence. Los maestros tal vez encuentren una renovada motivación para que sus clases sacudan el interés de los alumnos.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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