«Desde el Diccionario de autoridades…», por doña Susana Cordero de Espinosa

He aquí, brevemente esbozados los fines para los que este Diccionario fue escrito: preservar la pureza de la lengua, fijar las acepciones más importantes de sus palabras...

Texto de la conferencia pronunciada por doña Susana Cordero de Espinosa durante la celebración por el Día del Idioma Español, el 27de abril de 2022.

Traslado con orgullo y placer, del primer volumen del Diccionario de autoridades, la parte correspondiente a la ‘Historia de la Academia Española’. En su capítulo primero “Del intento y motivo de la fundación de la Academia” su Estatuto únicodice:Siendo el fin principal de la fundación de esta Academia cultivar, y fijar la pureza y elegancia de la lengua Castellana desterrando todos los errores que en sus vocablos, en sus modos de hablar o en su construcción ha introducido la ignorancia, la vana afectación, el descuido y la demasiada libertad de innovar: será su empleo distinguir los vocablos, phrases o construcciones extranjeras de las proprias, las antiquadas de las usadas, las baxas y rústicas de las Cortesanas y levantadas, las burlescas de las serias y finalmente las proprias de las figuradas.

En este primer volumen “se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua, Dedicado al rey nuestro señor Don Phelipe V (que Dios guarde) a cuyas reales expensas se hace esta obra. Tomo primero. Que contiene las letras A. B.

He aquí, brevemente esbozados los fines para los que este Diccionario fue escrito: preservar la pureza de la lengua, fijar las acepciones más importantes de sus palabras; distinguir los términos anticuados o arcaicos de los comúnmente usados, así como las expresiones vulgares de las cultas —a estas últimas llama ‘cortesanas y levantadas’, es decir, usadas en la Corte, y de alto significado.

Su edición data de 1726, su léxico y sintaxis son absolutamente comprensibles para nosotros, americanos del siglo XXI, aunque su grafía diste en algunas palabras de la actual, como difieren la acentuación y la puntuación —que puede parecer arbitraria. La fonética de nuestra lengua delicada, sutil, aunque firme, permite entrever el orgulloso acierto de una vieja creencia del vulgo, ‘el castellano es la lengua con la que se habla a Dios’.

Aunque esta breve charla versa sobre el Diccionario de autoridades, acudo primero al nombre y la labor de don Sebastián de Covarrubias (1539-1613)quien, en 1609, ciento diecisiete años antes de que la Real Española editara el primer volumen de su repertorio, creó el Tesoro de la lengua castellana o española, ‘el primer diccionario monolingüe del español’, habiendo confesado que llevaba “muchos años” en su redacción, pues “la obra es muy larga y la vida corta” como él mismo señaló.

Su trabajo monumental es, sin lugar a dudas, la mejor obra lexicográfica publicada antes del Diccionario de Autoridades. He aquí parte del prólogo de dicho Repertorio:

Hay poca claridad sobre cuál fuera la lengua primera y pura que se habló en España. La que agora tenemos está mezclada de muchas, y el dar origen a todos sus vocablos sería imposible. Yo haré lo que pudiere, siguiendo la orden que se ha tenido en las demás lenguas, y por conformarme con los que han hecho diccionarios copiosos llamándolos Tesoros, me atrevo a usar este término por título de mi obra.

Tres asuntos llaman nuestra atención: su pregunta por el origen de la primera lengua que se habló en España. Misterio inagotable, a pesar de los avances investigadores de infinitos y sapientes historiadores, lingüistas y filólogos. El español, como todas las lenguas romances, provino del latín vulgar, diferente en fonética y sintaxis del latín culto: el “romance castellano”, típico de la región que dio origen al Reino de Castilla y se expandió por la península durante la Edad Media, cuenta con antiguos vocablos provenientes del griego, el celta y el germánico. La invasión musulmana en el siglo VII provoca la formación de dos zonas lingüísticas diferenciadas: En Al Andalus circunscrito al Reino Nazarí de Granada, que abarcaba Almería, Málaga, parte de Cádiz, Córdoba y Jaén, se hablarán los dialectos romances englobados en el mozárabe, lengua romance con elementos del árabe, que usan cristianos y musulmanes en la España islámica. Y poco después del inicio del dominio musulmán, los reinos cristianos evolucionan lingüísticamente y lo hacen sus respectivas lenguas, en diversas modalidades romances: la catalana, la aragonesa, astur y gallego-portuguesa, además de la castellana que devendría dominante entre la población peninsular.

En cuanto a la preocupación etimológica de Covarrubias su prólogo manifiesta: dar origen a todos sus vocablos será imposible, lo que revela que, aunque al inicio el ilustre lexicógrafo pretendió encontrar los étimos o raíces de cada vocablo, este acabó siendo el propósito menos cumplido en su Tesoro. Así lo afirman sus comentaristas: ‘la parte etimológica de este diccionario ha sido ampliamente superada’. El propósito de agrupar los términos por orden alfabético, ‘siguiendo la orden que se ha tenido en las demás lenguas’, es cabalmente cumplido.

Este Tesoro es obra de un humanista que, además de procurarnos diversas acepciones de las 7 000 palabras registradas en él, “diserta con gracia y erudición sobre cada vocablo y aporta refranes, modismos, anécdotas y citas literarias que contienen el término’.

Es tiempo de referirnos a la creación de la Real Academia en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, octavo marqués de Villena, su primer director. Su propósito principal fue elaborar un diccionario del español para fijar la lengua, que, según su sentir y el de los académicos y ‘gente del común’, en el Siglo de Oro había alcanzado su cenit; para preservar el esplendor logrado, el Diccionario de autoridades intenta ‘establecer un modelo lingüístico, incluir en él las palabras comunes y mejorar y acrecentar el Tesoro  creado por Covarrubias, su mayor precursor’, como lo expresa el prólogo citado.

Dicha obra se conoce como ‘Diccionario de Autoridades’, pues la mayoría de sus artículos incluyen citas de autores que ejemplifican o corroboran la definición del lema, con el objetivo de “autorizar el uso de los voces y representar el “bien hablar y escribir”, respetando la grafía y acentuación originales. Lo indica la página II del primer volumen:

Como basa y fundamento de este Diccionario, se han puesto los Autóres que ha parecido à la Académia han tratado la Lengua Españóla con la mayor propriedád y elegáncia: conociéndose por ellos su buen juicio, claridád y proporción, con cuyas autoridades están afianzadas las voces, y aun algunas, que por no practicadas se ignóra la noticia de ellas, y las que no están en uso, pues aunque son próprias de la Lengua Españóla, el olvido y mudanza de términos y voces, con la variedád de los tiempos, las ha hecho yá incultas y despreciables…

Según los primeros académicos, nuestra lengua enfrentaba ya la introducción en ella de abundantes neologismos, traídos, sobre todo, por hablantes afrancesados; urgía prever los medios para evitar su corrupción, entre los cuales el principal es la creación de este primer diccionario elaborado por la Real Academia Española (RAE).

Sería largo enumerar los autores y obras utilizados como autoridades de la lengua para ejemplificar el uso del término en cuestión; entre ellos se incluyen los más ilustres representantes de la literatura en castellano, como Mateo Alemán, Teresa de Jesús, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, el Inca Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, Antonio de Nebrija, Pedro Calderón de la Barca, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, entre otros, a pesar de ‘notables ausencias’ ‘como la del dramaturgo Tirso de Molina, cuya obra tan solo se cita ocho veces, según el estudio de Prieto García-Seco.

El Diccionario de autoridades, consta de seis volúmenes editados ‘en sucesivas etapas’ entre 1726 y 1739, tras un exhaustivo proceso de discusión, redacción, búsqueda de ejemplos en los entonces mayores escritores de nuestra lengua.

La RAE, como la italiana Academia della Crusca, quiso incluir en él palabras cortesanas, es decir, las usadas en la Corte o población donde reside y domina el soberano, así como sus ejemplos usados por autoridades.

Sus estudiosos se refieren al contenido de cada artículo en esta fórmula, que resumo:

Cada artículo comienza con el término o lema y con la expresión de su carácter gramatical: singular, plural, masculino, femenino; de su clase: nombre, adjetivo, verbo, etc., y su definición amplia y detenida, seguida de la información sobre el origen del vocablo, que suele provenir del latín. Viene luego, para cada artículo, la ardua búsqueda de un ejemplo apropiado tomado de autoridades, es decir, de grandes escritores cuyo dominio de la lengua justifica el uso de cada término. Sin embargo, algunos artículos están faltos de uno u otro de estos criterios básicos. La publicación del Diccionario de autoridades inició la fijación de nuestra entonces vacilante ortografía y la normativización de la lengua castellana; intentó fijar la acentuación de las palabras, también grafemas o letras y aclaró sus diferencias; entonces, por ejemplo, la letra v y la uve eran idénticas, en adelante, se dividieron en dos, u y uve o u y ve chica o pequeña, como posteriormente diríamos en América. Muchos de los criterios entonces fijados siguen vigentes hoy. Resumo, al respecto algunos de los aportes sobre estos cambios, a los que se refirió el gran académico Fernando Lázaro Carreter, en su discurso de ingreso a la Real Academia, en 1972. Acusa a los redactores del DA de poca resolución respecto de la ortografía, aunque consagraron para siempre la distinción entre la u vocal y la uve, consonante, como ya dijimos; distinguieron, igualmente, la vocal i de la y… Pero no suprimieron ph, th y ch en voces de origen griego; ni la q, en palabras como quaresma; sin embargo, dejaron al futuro algunas resoluciones válidas como la sustitución de q por c en cuaresma y vocablos afines, y algo, oh sorpresa, que la Academia no se atreverá a autorizar —y lo hará con resistencias— hasta hace pocos años: la supresión de p-, en el grupo ps- de psicología. Y termina Lázaro Carreter: ‘El reproche que cabe hacer a los primeros Académicos, es que no dieran a la solución del problema ortográfico un carácter preferente; con ello, el trabajo, su ritmo, se resintió mucho’.

El último de los seis volúmenes del Diccionario de autoridades se editó en 1739; ni la Academia della Crusca, ni la Academie Francaise habían elaborado en tan pocos años sus respectivos diccionarios, que no fueron tan copiosos como el nuestro. Cuarenta años más tarde, en 1780, y para facilitar su consulta, se editó en un solo volumen una nueva versión del Diccionario de autoridades, ya sin citas de autores. Este resultó ser el primer Diccionario de la Real Academia, y de la serie de diccionarios usuales que llega hasta hoy. En el siglo XXI contamos con la edición 23ª, la más reciente, que salió de la imprenta en octubre de 2014. Cabe anotar que durante mucho tiempo nuestro diccionario fue redactado y editado por la Real Academia Española, y su sigla era DRAE hasta que, a partir de la citada 23ª. edición, su redacción con aportes de las academias de América, de la Academia Norteamericana, la filipina y la ecuatoguineana se vuelve panhispánica, con un nuevo título, sin duda, definitivo, el de Diccionario de la lengua española, cuya sigla es DLE.

Quizá en más artículos de los esperados del DA encontremos ejemplos que no procedan de una autoridad, pero, aunque tales ejemplos no hayan surgido de textos literarios o filológicos y sean quizás, poco lucidos, habrán sido válidos en cuanto permitieron a sus lectores sentir el vocablo como perteneciente a nuestro idioma, y afianzar el valor y el uso de la voz.

Como siempre será poco lo dicho sobre el Diccionario de autoridades terminaré con la lectura de dos de sus artículos, para gozar en su escucha y quizá, algún otro día, en un más amplio análisis, percibir la riqueza y amplitud de sus definiciones, la propiedad de su contenido respecto del significado del lema, la dignidad del ejemplo de autoridades que se adjunta. Quizá encontremos también un refrán, paremia o frase que enriquezcan más nuestra lectura e, incluso, algunos datos veraces sobre su etimología, es decir, sobre la procedencia del vocablo. El contenido de cada artículo convierte a este espléndido diccionario en una auténtica enciclopedia, dado el desarrollo de las ideas que son parte de sus definiciones.

Como a toda obra humana, se atribuyen múltiples defectos al Diccionario de autoridades; pero más allá de carencias inevitables, la complejidad de su hechura y el esfuerzo que supuso; la abundancia de ejemplos, así como su riqueza; el denuedo que exigió su creación seguirán siendo ejemplares. Es cierto que las definiciones, en su extensión, distraen a veces del sentido propio de la palabra definida; también lo es que de modo explícito se ahorraron al lector en este primerísimo diccionario, palabras malsonantes que, sin embargo, forman parte del caudal idiomático y cuya fuerza nadie puede negar; hoy las incluye el diccionario, pues existen y se usan. También lo es que los académicos, fervientes católico-romanos se dejaron influir por la religión que profesaron, no ya solo como entorno y fin de su vida personal, sino como doctrina que, en su criterio, precisaría y enriquecería ciertas definiciones, no solamente las de palabras concernientes a la fe, sino el sentido de una palabra tan general como hombre, que traigo aquí,

Alma racional, cuya estructura es recta, con dos pies y dos brazos, mirando siempre al Cielo. Es sociable, próvido, sagáz, memorioso, lleno de razón y de consejo. Es obra que Dios hizo por sus manos a su imagen y semejanza. Viene del Latino Homo que significa esto mismo: y aunque el verdadero significado desta voz comprehende hombre y muger, en Castellano se toma regularmente por el varón. En lo antiguo se decía Home. FRAY LUIS DE GRANADA, Sýmbolo de la Fé, parte 1. Capítulo 3d1. La Divina Providencia levantó los hombres de la tierra, y los hizo altos y derechos, para que mirando al Cielo viniesen en conocimiento de Dios. COSME GOMEZ DE TEJADA, Leon Prodigioso, parte 1. Apologo 22. El hombre es un compuesto physico de cuerpo y alma racionál.

Por oposición a esta, la 19ª edición, de 1970, dice sobre hombre: Animal racional. Bajo esta acepción se comprende todo el género humano; y la 23a edición de nuestro DLE, corrige: Ser animado racional, varón o mujer. Es evidente la precisión y limpieza de esta última acepción, libre de cualquier inclinación filosófica o religiosa…

Antes de seguir con la acepción de azafata, he de contarles por qué traslado este término, de significado evidente. Mi voluntad de buscar la definición de azafata en el DA, surgió de la lectura de esa maravilla de ironía y saber idiomático que es El dardo en la palabra, recopilación de artículos sobre el buen uso del español, escritos durante más de veinte años en la prensa de España y en algunos periódicos hispanoamericanos por el ya citado académico, ex director de la Real Academia, don Fernando Lázaro Carreter. Desearía trasladar su artículo íntegro, lleno de gracia y humor, pero resumo, porque esta lectura va siendo larga: Don Fernando, uno más de una larga e importante comitiva, acudía a algún acontecimiento oficial en el AVE, tren de alta velocidad español… Los invitados podían llevar a sus respectivos cónyuges. A la llegada a Sevilla, oyeron por los micrófonos una voz, que, cito a Lázaro Carreter, ‘daba instrucciones para la llegada. Los embajadores tendrían que acomodarse en los autobuses señalados con distintivos de un determinado color, a los españoles se nos fijaba otro destino cromático; por fin, los y las cónyugues tendrían que acomodarse en un tercero. Los hispanos callamos sobrecogidos. Aún no repuestos, la locutora repitió el mensaje: los cónyugues, a los autobuses azules. Parece sino nuestro, sigue don Fernando, cuando todo ha sido dispuesto para la victoria, y está la meta a la vista, sobreviene la pifia, el pinchazo, el tropezón. En el tren se había atendido a los más pequeños detalles, menos a que el micrófono debía ser confiado a una persona escolarizada… y sigue más tarde: Llegaron los autobuses, pregunté a una muchacha uniformada por mi lugar y me remitió a un azafato que había un poco más adelante. Así me lo dijo, azafato…

Y reflexiona: Ignoro si tal oficio perduró en las costumbres palaciegas, pero es lo cierto que ya era voz anticuada al aparecer la aviación comercial. Era un nuevo oficio, especialmente para mujeres jóvenes, que venía de Norteamérica con el nombre de air hostess… Entre nosotros empezó a hablarse de aeromoza con poca aceptación: lo de moza no agradaba a las muchachas normalmente distinguidas que empezaron ejerciendo profesión tan políglota. Tampoco camarera, por muy aeronáutica que fuera, convenía a tal riesgo, privilegio y elegancia. Por lo cual alguien recordó el nombre de aquellas viudas aristocráticas que servían en la cámara regia, y azafata obtuvo un éxito inmediato, era cáscara vacía, pero prestigiosa. Y sigue así su camino hacia azafata en el Diccionario de Autoridades: Es bien sabido que azafate significaba en el siglo XV, ‘bandeja’ voz heredera del árabe safat, ‘cestillo donde las mujeres colocan objetos variados, entre ellos, los de tocador. En el siglo XVI se formó el nombre femenino azafata, cuyo significado define el D. de Autoridades asi:

S. f. Oficio de la Casa Real que sirve una viuda noble, la qual guarda y tiene en su poder las alhájas y vestidos de la Reina, y entra al despertarla con la Camarera mayor, y una señora de honor, llevando en un azafate el vestido y demás cosas que se ha de poner la Reina, las quales vá dando a la Camarera mayor, que es quien las sirve. Llámase Azafata por el azafate que lleva y tiene en las manos mientras se viste la Reina. Lat. Illustris foemina, Regina cultui, mundoque Prafecta. Argot. Mont., cap. 9 Una Dueña de honra, que llaman la Azafata, que es la persona en cuyo poder están los tocados de su Magestád. Y continúa don Fernando Lázaro:Después, todos lo sabemos, azafata ha servido para designar a las mujeres, casi siempre jóvenes, que desempeñan funciones análogas en otros vehículos o que acogen a visitantes o asistentes a determinadas reuniones. No existe nombre para el equivalente varón que, conforme a una igualación profesional de los sexos, ha accedido a tal oficio. Y confirma lo que todos sentimos: “azafato es masculinización estéticamente aberrante”. Rechina tal formación.

Sí, hay palabras búsquedas, insistencias que rechinan, como rechina, y para siempre (y con esto acabo mi ya larga intervención), el afán por igualar lo que nunca será igual, como volverlo todo femenino, aunque no quepa. El ansia de repetir y reiterar los os/as, cuando la mayoría de mujeres sentimos que no es indispensable, y que esa aparente reivindicación nos daña, en su fealdad. He aquí un principio base de la comunicación idiomática que se nos escapa: El logro de la belleza de nuestra comunicación, mediante la economía idiomática, es decir, gracias al uso de la menor cantidad de palabras para expresar la mayor cantidad de ideas, señal inequívoca de dominio personal, social e idiomático… No necesitamos evocar constituciones aberrantes en las que la repetición de femeninos es muy poco digna de aprecio…

Hemos avanzado, así, y brevemente, aunque no lo parezca, desde el espíritu de inicios del siglo XVIII hasta nuestras luchas en los primeros lustros del 21. Todo, acreditado con el deseo de conocer más y mejor nuestra lengua y los instrumentos a base de los cuales la definimos y fijamos. Confío en contar pronto con nuestro Diccionario académico de ecuatorianismos, en el que trabajamos hoy, esta vez en una comisión de la Academia Ecuatoriana cuyos miembros, como los que se empeñaron en la inmensa tarea en 1713, tienen la ilusión de entregarlo a la patria en la conmemoración de los ciento cincuenta años de existencia de nuestra Academia Ecuatoriana, el año 2024-2025.

Muchas gracias

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