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Discurso de bienvenida a doña Gabriela Alemán, por doña Susana Cordero de Espinosa

Compartimos con ustees el discurso de bienvenida a la Academia, leído por doña Susana Cordero de espinosa, al recibir a doña Gabriela Alemán Salvador como nueva miembro correspondiente.

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Discurso de recepción a Gabriela Alemán Salvador en calidad de miembro correspondiente
Por Susana Cordero de Espinosa
Academia Ecuatoriana de la Lengua
Quito, 4 de agosto de 2022
(Primer acto presencial luego de la pandemia).

Mis primeras palabras en este discurso de recepción en calidad de miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua a Gabriela Alemán Salvador, son de felicitación, tanto a nuestra recipiendaria, como a nuestra Academia. Escritora de admirable talento ha creado cuentos, ensayos y novelas de ediciones multiplicadas en editoriales del mundo hispano, algunas de las cuales recibieron premios en el Ecuador y fuera de la patria y fueron traducidas a otras lenguas. Su ingreso a la Academia fortalecerá su prestigio y la altura de su arte. Y felicitamos a la Academia, pues la presencia de la escritora en ella afianzará nuestra antigua, nunca improvisada tradición, que se alimenta hasta hoy, de la presencia viva y el recuerdo enriquecedor de ecuatorianos de obra y vida inolvidables.

No me atrevo a andar el dilatado camino del currículo de Gabriela Alemán; solo la mención de algunas de sus experiencias intelectuales y artísticas sería, de mi parte, más aleatoria que fiel a la vasta realidad de su quehacer; sé que su trabajo sobrepasa cuanto puede esperarse de una vida aún joven; incansable, secreta e intensa, ella sonríe.

Conocida como una de las mejores cuentistas de su generación en América, entrega en cada obra una rica visión del pasado y el presente del Ecuador y de otros países de América. No me detendré en la novedad, el suspenso, los acotamientos de presente y pasado a los cuales adecua con talento los tiempos por ella imaginados, pero anoto aquí las singulares características de sus cuentos, todos de gran calidad. Hoy limito mi discurso, por obvias razones de tiempo, a su hermosa novela Humo que, a partir de 2017, se edita en Colombia, México, La Paz, Asunción y San José, que resulta un libro síntesis, local y universal, entre la historia y la imaginación, producto de años de investigación y aprendizaje; resultado de trabajo ejemplar.

Rafael Gumucio, critico chileno, llama a Humo “la mejor novela paraguaya desde Yo el Supremo, de Roa Bastos”. Esto significa mucho, si conocemos la obra maestra del paraguayo y consideramos que Gabriela es ecuatoriana, no paraguaya, lo cual, sin duda, exigió de ella la entrega a una tarea inabordable para muchos, que dota de mayor envergadura a esta obra. Esto refiere ella a Gatopardo:

Yo quería contar sobre este Paraguay desconocido, cruzado por el tiempo donde el presente no acaba de aterrizar porque el pasado no acaba de ser discutido, de ser pensado, de ser puesto en un futuro distinto. Entonces me imaginé esta estructura donde hay todas estas elipsis que ves en la novela, para que se involucre el lector.

Palabras sabias que concuerdan con la universalidad de tema y tratamiento de obras locales, y pertenecientes a la mejor literatura; leemos en ellas que nuestro presente tampoco ha aterrizado, que nadie lo discutió a fondo; ¿cómo situarlo, entonces, en la ilusión de un futuro distinto? Todo es incertidumbre, puesta a prueba en la realidad de cada día, resultado de nuestra terrestre condición.

Humo narra la historia de Paraguay desde que Stroessner, entonces un teniente enfermo de lepra en la ficción, mostró el ansia de poder, la audacia y el ingenio que lo llevarían a afanarse en su lucha en la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia y, finalmente, a gobernar esa nación: 1954 y 1989, fueron 35 años de lascivia de poder y de gloria.

Nuestra autora vivió en Asunción parte de su plenitud adolescente y en Humo se siente que Paraguay y el guaraní se le metieron en el alma: Paraguay, de espaldas al mar, pero bilingüe…

Al leerla, asistimos a la fusión que, entre las lenguas indígenas y el español, genera términos nuevos, locuciones, dichos y modos que Gabriela usa sin reticencia y que ayudan al lector a intuir el sentido de lo que se expresó y explicitar lo que la escritora calla.

Su estilo, que en cuentos y novelas cultiva el suspenso, no es fácil: en Humo mezcla fechas, pensamientos, conversaciones, cartas y documentos, sin concesiones al dolor cotidiano ni a la historia falaz e imperdonable de la dictadura que llegaría, sin más.

El dictador no es omnipresente en la obra, que se inicia con personajes unidos por el azar de viaje a Buenos Aires en un mismo barco, y cada uno con una misión o un sueño íntimamente asumido: un inventor, Biró; un medico-investigador, Palamazouk, que recalará en un leprocomio paraguayo para cumplir generosa misión, y Andrei, desilusionado y evasivo que, a sus apenas quince años vivió y sufrió la experiencia de la Gran Guerra europea, el sentido de cuya muerte viene a buscar en Asunción, esa Gabriela novelada cuya ansia de entender une a todos en su inquietud.

Después, los amigos se reencontrarán, aun cuando los separen las circunstancias: sus cartas y las de otros actores, su correspondencia, es decir, la palabra, será la gran protagonista.

Así dice una de tantas misivas que, arrastradas por el azar del viento, caen en cualquier calle, en un parque o bajo una bicicleta de un lugar de Asunción conocido, vivido y nombrado por nuestra autora; en una hoja amarillenta con la que alguien envolverá una grasienta tortilla o gracias a la cual un niño hará aviones que pondrá a volar:

A veces no te entiendo, y a veces te entiendo demasiado bien. No sé qué te debería contar y qué sería más prudente callar. Al final, pienso que daría igual, lo que tú ves se encuentra entre las palabras, no en ellas. Lo que tú entiendes está en la historia. Ese es tu don. Todo tiene un peso. La otra noche Rosa me contó (era una noche de luna llena y había llevado una hamaca y la había colocado entre dos lapachos mientras bebíamos tereré) que, para los guaraníes, cuando uno nace no tiene el alma entera. Esta se forma al vivir y al contar, al armar la historia de nuestras vidas. La historia del guaraní es la historia de su palabra, la serie de palabras que forman su vida. Ya sé que me dijiste que no crees más en ellas, Palamazuk. Pero has sido demasiado buen maestro, el balance no está en no decir, sino en qué se dice y cuándo […]. ¿Sabes qué se espera cuando nace un bebé? Que sea un chamán, un profeta y un poeta. El que más tiene no es el que mejores atributos físicos ni bienes materiales posee, sino el que más cantos conoce. El que consigue palabras buenas lo consigue todo.

Humo, p. 187.

Humo no resultó del horror experimentado en todo el mundo, cuando ocurrió el incendio del centro comercial Ycuá Bolaños, de Asunción y los guardias recibieron la orden macabra de cerrar sus puertas. 400 personas muertas, más de 500 heridos.

Gabriela retorna a la casa al cabo de 17 años de muerto Andrei, sabiendo que ‘nada en ella escapa al pasado”, y encuentra a Pablo, hijo de aquel, artista grabador, que perfora las láminas de cobre para perennizar la injusticia y la muerte en el Centro Comercial. Si nada puede volver atrás, la escritura, el grabado reproducen el mal, a través del arte, gracias él. Lo que apenas se dice lo dice todo, y más allá de la atroz humareda de los cuerpos quemados, Humo sugiere el ambiente de una ciudad cubierta, a menudo, por un cielo brumoso, donde pocas vidas merecen contarse; el de un país de grandes guerras perdidas, explotación y destierro, en el sentido más amplio y brutal de estas palabras. Su testimonio trasciende la denuncia; se esfuerza por decir lo real y encontrar el término justo para la delación novelística, terrible y magnífica, que describe el sufrimiento y el miedo de la guerra del Chaco, una guerra de ciegos ¿qué guerra no lo es?; las pérdidas originadas en la depredación de la naturaleza, los inmensos bosques vendidos en madera, la búsqueda, a cualquier precio, de petróleo, mientras los antiguos grupos de habitantes originarios pierden el medio en que nacieron y vivieron, solo para aprender a huir y morir. La palabra cimera de esta obra es sacrificio o quizá, separación. ¿Piensa Gabriela narrar nuestro Ecuador en ciernes, de historias similares, de formas que continúan y Dios no lo quiera, se vivirán aún en nuestro mundo desconcertado? ¿Narrará, como lo hizo en Humo, caracteres de personajes y momentos distintos?; ¿los creará, juntará y separará, como clave de su creación y de la vida que en ella expresa?

Su admirable trabajo describe espacios, tiempos, caracteres, relaciones, amistades, apartamientos y ausencias, cuyo imaginario, sin pertenecer a un solo contexto sociopolítico describe nuestra América, nuestras soledades.

Quiero imaginar, como consuelo, que algo de lo que Gabriela cuenta no fue verdadero; que nuestra historia fue más llevadera y noble, pero se impone a mi anhelo la evidencia de la verdad de lo leído, la de esta narración que es la de nuestra historia hispanoamericana, la de nuestra nada. Más allá del bien que tenemos derecho a soñar y a buscar, se impone la necesidad de aceptar la realidad y pedir a la vida escritoras lúcidas, capaces de sacrificar su vida para lograr las bellas, tristes y, por momentos, terribles secuencias que median nuestro existir cotidiano. Gabriela Alemán, en cuanto escritora, prescinde de su paz personal para adentrarse en lo oscuro, y reproducir hechos e intuiciones con palabras que lucen la humilde autoridad de lo verdadero; su amplio conocimiento nutrido en percepciones y presentimientos, llenan el mundo ficticio de Humo y nos lo devuelven hondamente cierto. Cito sus palabras:

Su mejor amigo [de entre los leprosos que protege Palamazuk] es un viejo llamado Vallejo, que es el único interno que nunca ha intentado fugarse. Porque muchos lo hacen, van en busca de las caras y cosas que extrañan, de lo que dejaron en su otra vida antes de convertirse en lo que son. Vallejo, en cambio, sabe que no hay retorno, que lo que les ocurrió -el golpe de aire que dejó a unos, ciegos; las manchas que salieron en sus rostros, la piel que se abrió en las articulaciones los volvió otros, aunque en el fondo sigan siendo los mismos, afuera los ven de otra manera.

Y sigue, y enumera los pueblos despojados de sus tierras: El Chaco, Andrei. Se lo han repartido como si nadie lo hubiera habitado. Nunca.

Tales ‘nadie’ son los Makás. Chalupíes. Tapietes. Guarayos. Chorotís. Guasurangos. Chiriguanos. Chamacocos. Lenguas. Angaités. Snaapanas. Ayorcos. Nivaklés. Tobas. Mocovíes.

Los guaraníes estaban ahí. […] Arrancaban vida de esa tierra arenosa cuando todavía no era una polvareda. Con sabiduría y paciencia. Y luego, la carrera por parte de Argentina, Bolivia y Paraguay por poblarla, por apoderarse de ella ocupándola y explorándola.

Y Vallejo no escapa del leprocomio, por una razón, verdadera, vital: Al final, uno quiere vivir y se olvida… y porque hasta que las cosas ocurren…, no ocurren. Solo la escritura preserva su ocurrencia, hace ocurrir, crea.

Hay escenas inolvidables, como la del hundimiento del avión, aun cargado de heridos, en la karaguata… bajo un calor que parece ir a licuar los cuerpos; describe la autora:

Sobre ramas unidas y montones de paja, los heridos en la cubierta se arraciman, gimen y vomitan en arcadas interminables. Algunos mueven sus cabezas como péndulos. Otros parecen demasiado pequeños, les faltan los muslos. Son troncos llenos de vendas. Batallones de moscas buscan las narices, las bocas y se meten en las heridas, sin hacer caso de nada. … las moscas regresan a infectar las heridas apenas las limpian. Sus patas duras y pegajosas cosquillean los labios, buscan la nariz. El enfermo parece no sufrir, está amodorrado, mientras los gusanos se lo comen vivo”..
Hablan entre sí en guaraní, y hay frases que Andrei no comprende, pero las modulaciones de sus voces ya no le son extrañas. Algunas palabras hasta le quieren decir algo. Ka’he’e., Panambi. Yvoty. Arai. Kuarahy. Pora. Chera’a.
Explicame.
—¿Qué?
—Lo que hablan.
—¿Cómo se dice guaraní?
—Avá ñe’e, que quiere decir… habla del hombre. ¿Sabes cómo se dice ‘español’? Karai ñe’e. La lengua del señor.

La lengua del señor, la que nosotros hablamos y quizá, incluso, la que escribimos. ¿Podemos seguir siendo cada uno, uno mismo, dados los cambios a que nos somete la existencia, que, si no son asumidos, nos vuelven ajenos, ‘otros’, ante cada mirada? Sabemos, sin embargo, que, si llegados a un punto de la existencia comprendemos que ‘no hay retorno’ aceptarlo nos abrirá a otra dimensión de nuestra racionalidad.

Humo es una inquisición continua en varias voces, en la voz de la naturaleza, en la de nuestros orígenes que negamos con triste, trágica insistencia, y nos ofrece nuestra propia historia; su lectura nos abre a preguntas que nunca nos hicimos por ignorancia o descuido, o más bien, debido a la ambigua paz de que nos provee nuestra mala fe; sepamos, sin embargo, que las respuestas a que aspiramos, sin preguntas, no llegarán jamás.

Al fin de su viaje, Gabriela va a devolver los papeles que Francisco le dio: “-el acumulado de una vida: las cartas, notas, entradas de diario y apuntes-“ y hasta abrir el escritorio los deja sobre el tablero; abre la ventana, es el fin del invierno ‘con su promesa de capullos en el jardín’, cuando ‘un soplo que pareciera subir desde las entrañas de la ciudad después de sobrevolar el río, con toda la furia que una tormenta en ciernes puede invocar. Esa tromba levanta los papeles y se los traga, sin devolución posible. Antes de que pueda alzar la cabeza y reaccionar, ya han traspasado el umbral.

Los papeles que vuelan, que nadie nunca volverá a juntar revelan a pedazos -quizá como las vidas vividas y las ficticias- el pasado de Andrei, su matrimonio, su compromiso involuntario con Stroessner, a quien inyecta para paliar su lepra y a quien no supo abandonar a tiempo. Las pérdidas de su esposa, de su cuñado Juan, de Nacho, su hijo, a quien Stroessner, como buen dictador, apadrinándolo, se lo llevó cuando era un muchachito. De Nacho, el padre revela en una carta “que cuando lo devolvió, Nacho era un niño marcado”. Siguen su camino los papeles dispersos, historias que completan otras, historias desintegradas, como vidas que nadie leerá íntegramente, pero que la escritora conoce y exalta o humilla con este destino de palabras que huyen en papeles con los cuales los niños hacen aviones, los echan a volar, hojas que una bicicleta destruye, que otro muchacho coge y doblado, lo mete en el bolsillo. ¿Para qué? Si alguna vez lo lee ¿qué podrá entender? ¿Qué quiso la escritora al condenar al silencio definitivo la unidad de documentos que narraban una vida, es decir, la unidad de esas vidas? Intentó en esa inmensa y extraña metáfora sugerirnos que ninguna vida escrita es la vida completa, que la dispersión de lo que fue minuciosamente escrito entre amigos, resultó otra manera de dejar de ser llevados por el viento, hacia un mar que no existe.

Cuando yo era yo,pronunció Vallejo, el leproso. Entonces él sabía que ya no era el que fue… Gabriela, nuestra nueva académica y nosotros podríamos decirlo también y hoy, lo digo yo por ella: cuando ella era ella, antes de sus inquietudes, que la marcaron; antes de sus libros, de sus sueños y cuando la vida le exigió decir, es decir, escribir, ella fiel a esa voz, dejó de ser la que era, ya no era ese yo que precede a sus obras, pues la escritura de cada una de sus ellas la cambió, permitiéndole avanzar en su conocimiento propio, y en el del elusivo concepto del espíritu humano… Cuando ella era ella… Y lo digo respecto de mí misma, pues el don de cada lectura de ‘palabras buenas’, es decir, de las que tratan de expresar la verdad nunca acabada, cambia nuestro presente de lectores y en él, nuestro porvenir o lo que queda de él. Luego de haberla leído, también yo pronuncio a boca llena y sin nostalgia: ‘cuando yo era yo’.

Se sirve el café y, con la taza humeante en la mano, se dirige a la ventana, la abre y descubre una hoja que apenas se sostiene en el filo del marco. Antes de que vuele, alarga el brazo y la toma. Sus ojos celestres brillan cuando el sol los atraviesa:
A veces estas líneas se vuelven garabastas que no sé si realzan o deforman lo que ocurre. O le dan un sentido a algo que no lo tiene. Si lo arman a destiempo. No sé cuánto se pierde en el contar. Sobrevivo y no sé de qué tanto se habla.
Yo prefiero el silencio.

Al escribir este discurso, lamento no haberlo dedicado a lo que la autora revela en esos papeles dispersos, pues en ellos se halla todo lo que no estuvo antes, la claridad de cuanto sucedió. Sin embargo, la escritora quiso decirnos algo inalcanzable cuando llegó esa tromba, quizá interior, que llevó en vuelo los papeles, el sentido de cuyo contenido cada lector ha de completar; ese algo que ella metaforiza a la vez que ignora, pues sabe que la creación es siempre un quizás, un silencio y no más. Yo prefiero el silencio, fueron las penúltimas palabras de esta hermosa novela.

Sí, también yo, aunque haya palabras indispensables, las de Humo, por ejemplo. Y las de bienvenida a mi nombre y al de todos los miembros de nuestra Academia, que aún no llego a pronunciar, ¡Sé bienvenida, Gabriela!: La vida y la muerte, como el mar, son un volver.

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