La Academia Ecuatoriana de la Lengua reunida hoy en sesión se complace de recibir a don Niall Binns como Miembro Honorario de la institución. La Junta Directiva de nuestra Academia me confirió el honor de dar la bienvenida a Niall y es lo que procederé a hacer antes de escuchar, con gran anticipación, el discurso de incorporación de nuestro nuevo académico.
Nacido en Londres, de padres escoceses, en 1965, Niall Binns se licenció en Filología Clásica por la Universidad de Oxford e hizo estudios de posgrado en la Universidad Católica de Chile y en la Universidad Complutense de Madrid, donde hoy es profesor titular y director de la maestría en Literatura Hispanoamericana. Es autor de los libros de ensayo Un vals en un montón de escombros: poesía hispanoamericana entre la modernidad y la posmodernidad (1999), Nicanor Parra (2000), La poesía de Jorge Tellier: la tragedia de los lares (2001) y ¿Callejón sin salida? La crisis ecológica en la poesía hispanoamericana (2004). Ha preparado las ediciones de Obras completas & algo+ de Nicanor Parra (2006, 2011) y El árbol de la memoria de Jorge Tellier. En colaboración con Vanesa Pérez Sauquillo, ha traducido y prologado la antología Muertes y entradas de Dylan Thomas (2003). Como poeta ha publicado los siguientes libros: 5 love songs y 7 Urracas (ambas de1999), Tratado sobre los buitres (Tratado sobre los buitres obtuvo el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya en el año 2002. De allí hasta la fecha se ha reeditado dos veces. La segunda edición se reeditó en Argentina y prácticamente conserva el texto de la primera edición. La tercera edición de Chile incluye nuevos poemas compuestos desde el año 2002 hasta el año 2011), Canciones bajo el muérdago (2003), Oficio de carroñero (2007) y Salido de madre. Antología poética (2010). Entre sus numerosos estudios sobre la guerra civil española destacan La llamada de España. Escritores extranjeros en la guerra civil (2004) y la antología Voluntarios con gafas (2009). Dirigió el proyecto de investigación “El impacto de la guerra civil española en la vida intelectual de Hispanoamérica”.
Seguramente pocos de los presentes lo saben, pero Niall Binns practica, entre sus múltiples ocupaciones y talentos, la observación o avistamiento de aves silvestres. Niall es así, “pajarero”, el diccionario de la RAE define a este adjetivo como “Perteneciente o relativo a los pájaros”, en su segunda acepción, “Dicho de una persona: Aficionada a los pájaros, especialmente a su observación en su ambiente natural”. Esta actividad informa la tarea intelectual de Niall, particularmente su producción poética, en gran medida concentrada en tratar la buitrística, es decir, todo lo relativo a los buitres: su constitución, reputación, simbología y utilidad —como habría dicho Claude Levi Strauss sobre los animales— “para pensar”. Aquí uno de los poemas de Niall, esto es de Tratado de buitres:
Gyps Fulvus
El rebaño sigue avanzando. El pastor
le descuelga el cencerro a la vaca moribunda
que apenas oye cómo se aleja el tintineo
Los buitres leonados se la comen
Una oveja descarriada, menos
inteligente, quizá, que sus congéneres
miraba un paisaje sin ver el precipicio a sus pies
Los buitres leonados se la comen
Quién iba a pensar que un caballo salvaje
que gozó galopando por las anchas praderas del valle
resbalaría al cruzar un río
Los buitres leonados se lo comen
Un cazador sale al monte y dispara
El ciervo malherido se pierde entre los árboles
Está lleno de fragmentos de balas, se desangra
Los buitres leonados se lo comen
Un zorro ladrón ha muerto
envenenado por un cebo de conejo
que dejaron en la puerta de su guarida
Los buitres leonados se lo comen
El poema explora varias rutas hacia la muerte: la enfermedad, el accidente, la violencia súbita, también presenta distintas respuestas ante la fatalidad: el abandono, el descuido, la sorpresa, la fuga, el engaño. En todos los casos la muerte llega a los animales del poema: vaca, oveja, caballo cimarrón, ciervo, zorro; en todos los casos, los buitres visitan la escena final. La repetición del verso final, en cada cuarteta, ejerce un efecto ceremonial, evocador de la eucaristía. La conversión del cuerpo en pan y de la sangre en vino, la transubstanciación, visita todas las instancias en que la materia animal se pierde, sin desaparecer del todo, se transforma, mediante la actividad redentora, salubre y democrática de los buitres. Observamos en el poema un ejercicio de relaciones públicas a favor del ave carroñera, en contra de su mala fama. De nuevo Niall Binns:
Quién inventó la mentira? ¿Quién instaló al buitre en el bestiario del mal? (…)
¿Quién encarnó en la piel del buitre el mal? (…) ¿Fuiste tú Esquilo?
La referencia es a la primera obra de una trilogía que Esquilo dedicó a Prometeo, Prometeo encadenado y que constituye el tratamiento más importante de este mito en la tragedia griega.
Ya que hemos llegado a Prometeo quiero postular aquí la importancia de este mito para entender la condición orgánica de la obra de Niall Binns, una obra que se distribuye entre su producción poética y crítica y que ofrece como clave para la unidad de ambas su defensa del buitre.
La rehabilitación de la figura del buitre tal vez se entienda mejor si pensamos en el texto literario, digamos el texto poético virtuoso, como el cuerpo de Prometeo, que se ve asediado de manera constante por el texto crítico, por el ave rapaz. En otras palabras, la actividad crítica es necesaria, constituye el estímulo indispensable, para la renovación sufriente del texto poético. La actividad crítica, que, por otro lado, es siempre, si es bien llevada, actividad histórica, renueva y transforma la obra original, la asimila y actualiza. El problema radica en que el proceso implica un acto de tortura necesario, figurado como innoble, del que se acusa al buitre, al crítico.
Ítalo Calvino, en su “¿Por qué leer los clásicos?” dice lo siguiente en su octavo intento de definir un clásico (hay catorce intentos, de hacerlo, dicho sea de paso, cada uno para extender esta metáfora, comparable como el vuelo espiral de un ave rapaz en las alturas, que ha ya avistado un cadáver): “Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima”. Presentimos el retorcido movimiento de Prometeo como un sacudimiento continuo. Aunque tal vez sea más apropiado no hablar de Prometeo, sino de su hígado.
Mientras que el mito de Prometeo es harto conocido, se sabe menos sobre otra figura mítica de la antigüedad cercana a él. Se trata de Titius, hijo de Zeus y de Elara, un gigante originario de Focis que, al alcanzar edad adulta cometió el error de atacar a la diosa Leto, madre de Apolo y de Artemisa, en su camino a Delfos. Sus hijos vinieron a su rescate e intentaron matarlo con flechas, que no tuvieron efecto en él. Zeus lo ató a una roca en el Hades donde dos buitres se alimentaron de su hígado que, como el de Prometeo, se regeneraba continuamente.
En el mito prometeico, se elige el hígado como epicentro de la tortura porque los antiguos griegos consideraban al hígado como el asiento de la vida, el alma y la inteligencia. La condición indestructible del alma, de esta manera, se conecta con la capacidad regenerativa del hígado, que Hesíodo describió con la palabra “inmortal”. En la Eneida, el poeta Virgilio se refiere al hígado de Titius con las palabras “inacabable” y “de permanente reposición”. Séneca, el dramaturgo y filósofo romano en su Fedra dice de él, del hígado, que “crece y se reabastece de manera constante”.
De hecho, existe algo de confusión sobre la especie que se alimenta del hígado del titán griego. La mayor parte de fuentes de la antigüedad señalan que el ave rapaz que asedia a Prometeo es un águila. Es tal vez el paso del tiempo responsable por la sustitución del águila, símbolo de Zeus, por el buitre que poco a poco, debido a su actividad carroñera, se asocia con la ruindad y el castigo.
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Volvamos a Niall y a su incorporación a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. El documento que pone a Niall en la mira de la AEL es su monumental Ecuador y la guerra civil española. La voz de los intelectuales. Se trata de un estudio ejemplar de un momento específico de la historia de las letras ecuatorianas. Voy a leer algunos fragmentos.
Niall cita un manifiesto, publicado originalmente en diario El Comercio en 1938 y firmado por Alejandro Carrión. Dice Niall
Esta supuesta renuncia al prestigio personal lleva a una concepción grupal de la literatura, que resulta sintomática del campo intelectual de estos años. Piénsese, por ejemplo, en el espíritu colectivo del Grupo de Guayaquil (“éramos cinco como un puño” diría Enrique Gil Gilbert, durante el entierro de José de la Cuadra en 1941), en el de los antiguos élanistas y del Grupo América, en la unidad propiciada por el Sindicato de Escritores y Artistas a partir de 1936, y en la que inspiraría los esfuerzos de solidaridad con la República española: los comités a favor de España Leal, los múltiples actos en que se reunían para mostrar su apoyo a la República, como el homenaje de febrero de 1938 en la Plaza Arenas de Quito y la celebración del aniversario de los dos años de la guerra, y, por supuesto, las publicaciones colectivas como la revista España libre , editada por Alfredo Pareja Diez Canseco y Pedro Jorge Vera en 1936, la antología Nuestra España, preparada por Benjamín Carrión y publicada a comienzos de 1938, así como la página literaria de El Telégrafo y las revistas (Trópico, SEA, etc.) que dedicarían numerosas páginas a la guerra española. “No actuamos en acción individual, dividida y estéril”, decía el sobrino de Benjamín, Alejandro Carrión, al final de su manifiesto. “Actuamos en bloque, con plan y con tarea…”
El despliegue de erudición de Niall sobre las letras ecuatorianas que se observa en este fragmento es asombroso, su rigor analítico envidiable. En apenas un párrafo, Niall nos devuelve el poderoso colectivismo que la literatura ecuatoriana experimentó en la década de los años 30, un momento de compactación socio cultural y artístico que se desglosa en un rosario de actos públicos, grupos, obras, revistas y periódicos. Asombra en particular la cercanía entre narración y citación en una prosa saturada de referencias y redes autorales en la que la palabra de los protagonistas se confunde con la lectura del crítico, como si el mismo corpus que Niall examina se retorciera ante sus incursiones interpretativas.
Otro ejemplo, sobre la dictadura de Federico Páez:
Ecuador se convirtió así en un estado policial, bajo el mando de Páez y Bayas, y con la ayuda de un misterioso consejero alemán de ideología nazi, un tal Dr. Kuhn, que era el responsable de la organización de un cuerpo de espionaje interno que llegó a controlar “hasta los meseros de los salones principales de la capital para que le tuvieran al tanto de cualquier conversación sospechosa” dice Niall, citando a Pérez Pimentel. Fueron meses de persecución tan brutales que el futuro rector de la universidad central, Gualberto Arcos, afirmaría que “Ni (Juan Manuel de) Rosas ni (Gaspar Rodríguez de) Francia, ni el fraile (Félix) Aldao cubrieron de tamaña ignominia a la sociedad que los soportó, como lo hicieron los compadres Páez y Bayas. Escalofría, llena de asco y repulsión el que haya hombres así, que colmen la degradación humana” (Rengel).
Sobre la ubicuidad de España como tema:
“España ahora es un tópico literario o artístico al que hemos de acudir en busca de oportunidad para nuestros pensamientos”, escribió Jorge Reyes en 1938. Dos años habían convertido la guerra civil en un tema y un foco ineludibles para los escritores ecuatorianos. Todos los caminos conducían a Madrid y a la España doliente.
El interés por la guerra civil fue enorme desde el comienzo. Las noticias y sobre todo las imágenes del conflicto produjeron fervor en un público lector de periódicos, oyente de la radio y espectador de los noticiarios proyectados en los cines. Jamás se había tenido un acceso tan intenso e inmediato a un acontecimiento de esa naturaleza. La guerra civil era, como se ha dicho muchas veces, la primera guerra verdaderamente mediática de la historia y permitió, como nunca antes, que los ojos del mundo convergieran sobre un mismo lugar, un mismo acontecimiento.”
“Un público lector de periódicos, oyente de la radio y espectador de los noticiarios proyectados en los cines”. Niall incorpora, a la par de una evocación histórico-mundial—el nacimiento del simulacro— una aproximación al mundo sensorial y tecnológico cotidiano del Ecuador de hace casi cien años, pero prefigura su observación con la voz viva de Jorge Reyes que dice acudir a España, no el país sino el centro mismo de la vorágine textual e imaginaria de la época, “en busca de oportunidad para nuestros pensamientos”. La condición ecuatoriana, entonces, necesita pensar a España, necesita a España para poder pensar, la intelectualidad ecuatoriana de la segunda parte de los años treinta sobrevuela el texto vivo de la República española con la atención fija y nerviosa del ave rapaz.
Sobre el nuevo modelo de feminidad que la guerra civil española exportaba dice Niall:
Las conquistas de la mujer bajo la República eran anatema para conservadores y católicos tanto en España como en Hispanoamérica. La mujer moderna de la península se había convertido en un modelo altamente pernicioso que amenaza con corromper a las ecuatorianas…
Los textos que he leído constituyen una pequeña muestra de una visión histórica literaria, una visión crítica afín a los postulados de la moderna “Ecocrítica”, una orientación teórica que nos alienta a todos a pensar con seriedad la relación entre los seres humanos y el mundo natural, los dilemas éticos y estéticos que la crisis mundial del medioambiente plantea y en la manera en que la lengua y la literatura transmiten valores con profundas implicaciones ambientales.
Esto es precisamente lo que Niall impulsa en la totalidad de su obra. En Ecuador y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, por ejemplo, su trabajo antológico no solo presenta la producción letrada de los simpatizantes de la República española; incorpora, en igual medida, y con igual rigor y responsabilidad crítica, la voz de sus opositores. El resultado es un recuento totalizante, perturbador, paradójico, por momentos tortuoso, que no omite la contradicción ni el doloroso desengaño. Vemos aquí el espíritu del buitre torturador en pleno, junto al retorcido cuerpo del Titán picoteado, la segunda vida de nuestros atribulados años treinta, sin ocultamientos, sin apología, sin cuartel dado a los asedios del crítico.
Pero ya que nos encontramos en el acto de incorporación de un académico a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, dejaremos de lado el Gyps fulvus, el buitre leonado, para emplear otra palabra, americana y nuestra. No buitre, sino guaraguao, no buitre sino gallinazo Coragyps atratus.
Aquí el extraordinario novelista colombiano Fernando Vallejo, en su elogio al gallinazo, en La Virgen de los sicarios (1994)
Compañero, amigo y paisano: no hay ave más hermosa que el gallinazo, ni de más tradición: es el buitre del español milenario, el “vultur” latino. Tienen estas avecitas la propiedad de transmutar la carroña humana en el espíritu del vuelo. Mejores pilotos nadie, ni los del narcotráfico. ¡Mírenlos sobre el cielo de Medellín planeando! Columpiándose en el aire, desflecando nubes, abanicando el infinito azul con su aleteo negro. Ese negro que es luto de los entierros… Y aterrizan como los pilotos de don Pablo: en un campito insignificante, minúsculo, cual la punta de este dedo. “Me gustaría terminar así—le dije a Alexis–, comido por esas aves para después salir volando”. A mí que no me metan en camisa de ataúd por la fuerza: que me tiren a uno de esos botaderos de cadáveres con platanar y prohibición expresa, escrita, para violarla, que es como he vivido y como lo dispongo aquí. Desde el morro del Pan de Azúcar hasta el Picacho vuelan los gallinazos con sus plumas negras, con sus almas limpias sobre el valle, y son, como van las cosas, la mejor prueba que tengo de la existencia de Dios. Pg 46-47. La Virgen de los sicarios. Fernando Vallejo, 1994.
Hablamos entonces, en el caso de Niall, de una obra orgánica, en la que la poesía constituye una visión crítica y en que la crítica se configura como una forma poética, ambas, despiadadas, inhumanas. Aunque la obra de Niall a primera vista, tiene poco en común con el surrealismo, me atrevo a decir que el inconsciente poético y político de la obra de Niall apunta certeramente a la recuperación de un medio ambiente equilibrado y a su conservación. No en vano los surrealistas denominaron a un dispositivo para la creación artística “cadáver exquisito”. El procedimiento surge en 1925 en Paris. El nombre resulta de la frase generada la primera vez que se implementa este juego de palabras, “El cadáver exquisito beberá el vino nuevo”. No debería extrañar que el nombre latinoamericano que se da a este juego poético, en Chile precisamente, por parte de dos poetas harto conocidos por Niall, Nicanor Parra y Vicente Huidobro, sea “el quebrantahuesos”.
Bien visto, el “cadáver exquisito”, “el quebrantahuesos”, convierte a todo el que participa en el acto creativo inesperado en gallinazo, en guaraguao.
Mi interés particular en esto deriva de mi fascinación ante otro sujeto inhumano, afín al gallinazo: El vampiro. En 1819, apenas tres meses después de la publicación de la primera novela de vampiros en Europa, aparece en el continente americano una obra en réplica a esa primera. Se titula El vampiro negro y sitúa a un príncipe africano, rey de los vampiros, en pleno proceso revolucionario en la isla de Santo Domingo. Ahí, en una escena dantesca, el rey de los vampiros ofrece una explicación notable sobre el origen de su especie:
Porque Prometeo fue el primer vampiro. Todos deben estar enterados, puesto que sin duda habrán leído a Esquilo, que el gallinazo que se hartó de su hígado no era ni pez, carne ni ave. Se le dice perro, lo que lo convierte en cuadrúpedo, se lo representa con un ser que se arrastra, lo que lo hace un insecto, y se dice que tiene alas, que demuestra que es un pájaro. Ahora, de este monstruo anfibio descienden ¡los cuervos, los chacales y los sabuesos, el murciélago pirata de Madagascar, y los invunches chilenos, los tiburones, los cocodrilos, los kraken, las sanguijuelas de caballo, las serpientes marinas del Cabo de Cod, las sirenas, los íncubos y los súcubos! Del propio Titán descienden los cíclopes, y todos los antropófagos modernos y de la antigüedad, y, en línea directa, la tribu Moco de nuestros propios Eboes, con quienes tengo el honor de estar emparentado.
Uriah D´Arcy. El vampiro negro, 1819 (la traducción es mía).
Vampiro y gallinazo así, tienen un origen compartido. Ambos son objeto de escarnio y temor, ambos parias históricos y artísticos que, sin embargo, constituyen el epicentro de una condición indispensable para la supervivencia del planeta. Ambos emisarios de la vida y de la muerte y de su profunda e invariable entrelazamiento: muertos vivientes. Si se quiere, en ecuatoriano, muertos vivos-vivos o “hechos los vivos” y “hechos los muertos”.
Y es que el gallinazo cumple una función indispensable en la naturaleza, la eliminación de bacterias nocivas y potencialmente letales para la vida en el planeta. La extinción del gallinazo en distintas partes del mundo, sobre todo en la India, en la última década, debió a la utilización de un antibiótico mortal para el hígado de estos animales, el diclofenaco, desató una crisis medioambiental imprevista. Los cadáveres en las megaciudades, Mumbay, Delhi, pasaron a las patas del siguiente carroñero en el medioambiente, los perros callejeros y estos no pudieron procesar las toneladas de descomposición orgánica expuestas en un nuevo nicho ecológico. La crisis resultante cobró un altísimo saldo en vidas, humanas y animales. Hoy en día, varios gobiernos del mundo han prohibido el uso veterinario de ese medicamento para prever un desastre medioambiental parecido.
En un poema temprano, de 1926, titulado “El hombre atormentado”, Jorge Carrera Andrade anticipa y exalta la renovación biológica y espiritual que presagia el gallinazo: “La carne que habla andará/ya limpia y sin sobresalto” y 9 años más tarde, en El tiempo manual escribe: “Limpiad el mundo — ésta es la clave —”.
Sostengo entonces, que el gallinazo recorre la totalidad de la obra escrita de Niall Binns, se podría llamar a esta suposición “teoría del guaraguao”, para enlistarla junto con la “teoría del guacamayo” de Carrera Andrade, o con la “Teoría del titán contemplativo”, que escribió César Dávila Andrade, precisamente sobre el autor de Hombre planetario. El gallinazo sería, a esta luz, un dispositivo escritural que despedaza el cadáver de las presuposiciones que los lectores traemos a un texto. Por ejemplo, que la vida es la negación de la muerte, que la descomposición es una marca de lo abyecto, que la fidelidad constituye, siempre, una conducta deseable y que el significado que migra, pierde.
Presento como ejemplo de mi aserto dos textos de Niall, el primero un poema, el segundo, un fragmento de Ecuador y la guerra civil española. La voz de los intelectuales:
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Murales de Catal Hüyuk, Anatolia, 6200 a.c.
Hay sacerdotes que tocan la flauta
Hay buitres que descarnan un cadáver
Morir es renacer
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“De este modo, los escritores ecuatorianos sufrieron la guerra como si fuese en carne propia, se comprometieron intelectual y emocionalmente y sellaron su fervor en sus textos. España, definitivamente había vuelto a ser no solo un modelo sino también una madre. La guerra civil permitió que la expresión “Madre patria”, antes patrimonio de los sectores más conservadores se re semantizara como término y fuese adoptado también por la izquierda”.
Despedida
En su extensa lista de agradecimientos, al final del espléndido estudio sobre la participación de intelectuales ecuatorianos en la guerra civil española, Niall menciona tres nombres que habrían, estoy seguro, estado encantados de acompañarnos a todos en esta tarde: Hipatia Camacho, César Chávez y Carlos Calderón Chico, desde la publicación de la primera edición del libro de Niall, en la editorial Calambur, estos tres extraordinarios seres humanos han dejado de existir.
En el inagotable relato de César Dávila Andrade, “El cóndor ciego”, un grupo de estas aves acuñan un saludo a quienes parten, pero que dejan su fortaleza en la forma de lo que Dávila Andrade llama “manjares sangrientos”. Dice el relato, y voy a utilizar esas mismas palabras para despedir a estas figuras tutelares del libro de Niall y para al mismo tiempo, darle a él la bienvenida a nuestra corporación:
¡Descanse y vuele el hombre! ¡Y muera otra vez conmigo hoy mismo!
Bienvenido Niall, a la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Álvaro Alemán Salvador.
12 de octubre de 2023.