Discurso de bienvenida de don Gonzalo Ortiz en la incorporación de don Vladimiro Rivas

El 15 de diciembre de 2022, don Vladimiro Rivas se incorporó a la Academia en calidad de miembro correspondiente. Compartimos con ustedes el discurso de bienvenida que pronunció don Gonzalo Ortiz Crespo, miembro numerario, durante la ceremonia.

El 15 de diciembre de 2022, don Vladimiro Rivas se incorporó a la Academia en calidad de miembro correspondiente. Compartimos con ustedes el discurso de bienvenida que pronunció don Gonzalo Ortiz Crespo, miembro numerario, durante la ceremonia.

¿Cómo me dirigiré a ti, ilustre amigo, en esta noche en que llegas, cargado de tu sabiduría y bien decir, a la Academia Ecuatoriana de la Lengua? ¿A ti que dominas esa lengua y sabes de sus quiebros y requiebros, de sus fulgores y de sus acechanzas, y que la amas, respetas y cultivas?

¿Me dirigiré a ti como Vladimiro o, quizás, como Vladivostok?… Tú y yo sabemos que ese nombre de chanza lo usábamos hace medio siglo en aquel añorado grupo de estudio universitario y que, para hacerlo más sonoro, lo decíamos completo: “Valdivostock Rivarola”.

Sonoro nombre, que mostraba tu singularidad, tu superioridad y, también, por supuesto, tu simpatía.

Ya éramos amigos desde el colegio, desde las tardes de la Academia Literaria, los concursos del Libro Leído, las obras de teatro, pero fue en aquel grupo universitario, en que participábamos estudiantes de las tres únicas universidades que tenía Quito ––la Central, la Católica y la Politécnica–– donde nació tan sonoro apodo.

Llamábamos al grupo, menos de broma que de veras, “La Escuela de la Concordia”. No eran pequeñas nuestras pretensiones: queríamos asemejarnos al grupo conformado por Eugenio Espejo y estábamos convencidos de que solo estudiando y ampliando nuestra formación y nuestros horizontes podríamos hacer la transformación del país. Lo haríamos, nos decíamos, en la cultura, la ciencia y la política, pero no éramos un grupo político ni nos adscribíamos a un partido en concreto. Al revés, dejábamos aquello a la decisión individual por lo que de ese grupo salió gente hacia la izquierda y la derecha. En algunos casos, y por corto tiempo, hacia la extrema derecha y la extrema izquierda. Y, por supuesto, hacia todos los matices en el medio, de lo que llamamos el centroizquierda y el centroderecha.

No nos juntaba, pues, la ideología, nos unía el amor al país y la búsqueda de soluciones permanentes,

De aquellos, Vladimiro, ya se han ido muchos. Tú lo sabes, porque, aunque te fuiste a desarrollar tu vida en México cuando el grupo estaba en plena ebullición, has ido recibiendo las noticias penosas, y las alegres,

Tu principal corresponsal y amigo en el grupo se nos fue, hace casi un año: el poeta, dramaturgo y crítico, el grande y querido, Bruno Sáenz, cuya memoria traigo hoy aquí en señal de respeto y como un pedido de que los colegas de la Academia le hagamos un homenaje al cumplirse este enero el primer año de su muerte.

Ese grupo, que empezó a mediados de los sesenta y se consolidó en los setenta, llegó a tener unas dos docenas miembros, contando con nuestras parejas, que se fueron incorporando y nos enriquecieron con sus perspectivas. Tú te fuiste con una beca a México en el 73, como Norma y yo a Holanda en el 75, pero ya no volviste sino esporádicamente. Tu vida desde entonces fue en México, en la academia mexicana, donde creciste y te convertiste en el gran escritor e inspirador maestro que todos sabíamos ibas a ser.

Supongo que todavía los viste alguna vez. Pero pronto murieron (¿siempre es muy pronto para morir, ¿no? y definitivamente siempre es muy pronto para saber de la muerte de los amigos) Jorge Francisco Landívar Mantilla, Elena Ponce, Fernando Andrade, Eduardo “El Pollo” Morán, José Augusto Bermeo, Ramiro Dávila, Pepe Ordóñez… A todos les extrañamos, aunque, con el paso de las décadas, el grupo ya no tenía los objetivos iniciales y era más un grupo de amigos, amigos que tenían otros grupos de amigos, otras dinámicas vitales, pero al que nunca dejé de reunirlos.

Como ve la audiencia, querido Vladimiro, no me pongo nada solemne, aunque solemne es esta sesión y solemne la causa de estar reunidos: tu incorporación como miembro correspondiente de esta corporación, también solemne, la más antigua entidad cultural del Ecuador, que está próxima a celebrar sus 150 años de existencia.

De esos 150 años, nuestras vidas han coincidido con la mitad de su trayectoria. El año en que tú y yo nacimos, 1944, Quito tenía unos 200.00 habitantes y Latacunga, tu ilustre ciudad natal, a la que llegaste el 5 de junio de 1944, unos 60.000, en un país de menos de 3 millones de habitantes. No había entonces un censo confiable. Solamente en 1950 lo hubo y entonces tendríamos una cifra más precisa de la población: 3’202.757.

Cuando tú dejaste el Ecuador, al borde de tus 30 años, ya la población total se había duplicado, y llegaba a los 6 millones y medio. La volvimos a duplicar antes del fin de siglo: sí, en 1998 ya éramos 12 millones. Y hoy, cuando te incorporas a la Academia de la Lengua, somos más de 18 millones de habitantes. ¿Cuántos más de 18 millones? Eso nos lo dirá el censo que se está llevando adelante estos mismos días.

Pero lo que sí te digo es que la tasa de fecundidad del país ha descendido radicalmente. La prueba somos tú y yo, que solo hemos tenido una hija… El promedio de hijos por hogar, que era de más de 3 cuando te fuiste, bajó a 2,3 en 1990 y hoy es de 1,5 apenas. Por eso, si la tasa de crecimiento anual de la población era de un galopante 3 % cuando te fuiste a México, hoy es de la mitad, por lo que probablemente ya el Ecuador no duplicará su población en este siglo y, al contrario, llegará a su máxima expansión alrededor de 2080 con unos 25 o 26 millones de personas y a partir de entonces irá descendiendo, puesto que la tasa de fecundidad caerá por debajo del nivel de reemplazo. Lo que le está pasando a Europa, como sabes. En especial a España que es el país donde más decrece la población.

Por supuesto, en estas décadas de tu vida en México, el crecimiento de las ciudades fue mucho mayor que el del campo. Si cuando dejaste el Ecuador casi 6 de cada 10 ecuatorianos vivía en la zona rural, hoy solo son 3 de cada diez mientras los otros 7 vivimos en las ciudades.

La emigración internacional del Ecuador fue relativamente baja hasta los años 1960. Luego hubo dos principales flujos hacia afuera: uno en los años 1980 y otro entre fines de los 1990 e inicios de los 2000, cuando el Ecuador mandó entre 10 % y 15 % de su población al exterior. Me temo, Vladimiro, que estamos viviendo una tercera ola migratoria: cada semana hay dos o tres vuelos de repatriados desde la frontera de Estados Unidos y cada día sabemos de una nueva tragedia en la ruta hacia ese país, sea en el Tapón del Darién, que ahora centenares lo cruzan a pie, sea en Centroamérica, sea en México, por accidentes automovilísticos o porque aparecen grupos víctimas del coyotaje.

Pero lo más curioso es que, además de enviar población al exterior (tú eres uno de ese millón y medio que ha salido) nos hemos convertido en un país que recibe importante inmigración: esta fue escasa en el siglo XX, pero, a partir del 2001 el crecido número de colombianos que huían del conflicto armado en su país convirtió al Ecuador en un país de destino. Los flujos migratorios de colombianos se incrementaron de 70.000 en 2000 a 190.000 en 2010. Luego decayeron, pero se volvieron a incrementar en el 2018.

En 2008 tuvimos un Gobierno que, muy orondo, eliminó los requisitos de visa para todos los países del mundo. No era difícil imaginar lo que pasó: llegaron al país inmigrantes de todas las latitudes, incluidos países asiáticos. Como respuesta al alto número de entradas, en 2010 el Gobierno volvió a implantar la visa para nueve países del Asia y del África. Hoy son 32 los países a los que se exige visa, no porque se detecta alto número de viajeros sino porque se nota que hay mafias dedicadas al tráfico de personas.

El más reciente fenómeno es la inmigración de venezolanos, que huyen de la desolación y la miseria que dictaduras ignaras han sembrado en ese país, privilegiado por la abundancia de recursos naturales.

Hoy viven en el Ecuador personas nacidas en más de 150 países del mundo, pero los cinco que más población han enviado al Ecuador son Venezuela, Colombia, Perú, EEUU y Chile… probablemente en ese orden. Hay casi 400.000 colombianos y cerca de medio millón de venezolanos.

¿Por qué te cuento todo esto, Vladiviostock Rivarola? Para que entiendas mejor este país. ¡Pero qué digo! Si tú como escritor, como cuentista, novelista y crítico lo conoces muy bien, y no necesitas de datos ni estadísticas…

Pero, permíteme que te cuente algunas transformaciones más. Una es la economía. Tú no viviste el auge petrolero; el boom petrolero que llamamos, con un anglicismo. Lo has visto a saltos, cada vez que has venido. Pero te fuiste justo cuando comenzábamos a exportar petróleo, a un precio de dos dólares el barril. Aquel precio subió aceleradamente luego de la Guerra del Yom Kippur y más todavía con el segundo embargo petrolero árabe, y se puso a más de 30 dólares el barril. Pero lo de los precios nos ha traído a mal andar. En 1992, por ejemplo, eran de apenas la mitad de esa cifra, es decir 16 dólares, y hacia 1998 cayó a menos de 10, con las terribles consecuencias que ello trae a la economía. Te cuento que uno de los componentes de la inmensa crisis de fines del siglo XX fue esa caída de los precios del crudo. Luego volvieron a subir, produciendo un auge económico en los tres primeros lustros del siglo XXI, pues llegaron a 80, 90 y, en 2012, a 100 dólares el barril, el promedio anual más alto de la historia.

Pero, ya sabes, nuestra historia es de auges y caídas. Y eso pasó, y de manera radical. De 100 el precio bajó más rápido que pelota en la Cuesta del Suspiro: en 2015 el barril estaba a 43 dólares, y en 2016 a 37, lo que produjo una nueva profunda crisis económica que dio al traste con la popularidad y la arrogancia de un Gobierno que iba a durar cien años pero solo duró diez.

A pesar de haber recibido la mayor cantidad de recursos de la historia (360 mil millones de dólares en 10 años, es decir 100 millones al día), ese Gobierno los desperdició por mala planificación y corrupción, por lo que la nueva crisis de los precios del petróleo le llevó a contraer deudas sin límite, llevando la deuda externa al nivel más alto en la historia y produciendo profundos déficits fiscales.

Ya te imaginarás lo que significó que, cuando apenas empezábamos a recuperarnos, llegara la pandemia. Las condiciones económicas se agravaron por la paralización de la economía interna y porque el comercio mundial se vino al piso.

De todas maneras, entre que tú te fuiste y el sol de hoy el tamaño de la economía ecuatoriana ha crecido enormemente, pues sobre todo en esa primera década de tu ausencia el producto interno bruto (PIB) empezó a crecer a ritmos de más de 5 % anual.

Ello se reflejó en su PIB per cápita. Si en 1972 el PIB per cápita era de unos 450 dólares ya para 1975 había superado los 1.100 dólares, en 1982 los 2.200, aunque se derrumbó para fines de siglo, como queda dicho. Se recuperó con el auge de precios del siglo XXI y en 2015 bordeó los 5.000 dólares per cápita. Hoy, tras la crisis y la recuperación paulatina en que nos hallamos, estamos sobre 6.000 dólares. Como sabes, el PIB per cápita de México es de alrededor de 10.000 dólares.

No soy de los catastrofistas que creen que todo tiempo pasado fue mejor. Qué va. Tenemos problemas, graves problemas, pero la sociedad del Ecuador de hoy es muy distinta a la que dejaste. Cuando te fuiste todavía subsistía el trabajo precario en la agricultura, todavía había rezagos del huasipungo, el arrimazgo, la yanapería, y la reforma agraria estaba a medias. EL proceso de modernización del agro avanzó y la Reforma Agraria culminó en el Gobierno de Rodrigo Borja que entregó a los campesinos e indígenas 2 millones de hectáreas.

Hoy hay pobreza, sí, claro, pero hay mucho menos pobres. Por ejemplo, si aplicamos el índice de las Necesidades Básicas Insatisfechas, en 1980 el 90 por ciento de la población era pobre; en 1990 lo era el 84 %, en 2001, el 70 %, en 2010 el 60 % y, aunque la pandemia marcó un retroceso, hoy es pobre, según este índice, menos del 50 %. Claro, el país tiene mejores condiciones que antes, es decir hay mucho más acceso a los servicios básicos, mejor alimentación, educación y salud, pero esas condiciones aún no son homogéneas.

El principal salto adelante en lo que concierne a servicios, una verdadera revolución, es la electrificación: hoy la luz llega a todas las ciudades, y a muchos caseríos y anejos remotos. Es un país infinitamente más interconectado, como consecuencia, claro, de la revolución digital, pero también de la infraestructura de antenas y repetidoras. Hay más de 20 millones de teléfonos celulares en el país, más que el número de pobladores, y una proporción abrumadora de ellos son celulares inteligentes, con acceso a Internet.

Y también, y esto es importante, Vladi, somos menos desiguales que antes. Lo ves en las calles, en la ropa, en la vivienda. Cuando te fuiste, una parte de la población de Quito todavía usaba alpargatas o directamente iba descalza. Hoy no encontrarás a nadie descalzo en la ciudad. Y también lo podrías comprobar si mides la desigualdad en la distribución del ingreso por el coeficiente de Gini, pero para qué meternos en hunduras,

Quizás sea más visible, más gráfico, como decimos, que recordemos el Quito del que te fuiste y lo comparemos con el de hoy. En ese Quito no había la avenida Pichincha, esa cuchillada que le echó Sixto Durán al centro histórico, y tampoco los túneles de San Juan, San Roque y San Diego. No había las avenidas laterales, la Occidental o Sucre y la Nueva Oriental o Simón Bolívar. No había, por supuesto, el túnel Guayasamín y el aeropuerto estaba en medio de la ciudad, tanto que parecía una parada más de las líneas de autobuses urbanos.

La propia ciudad era mucho más pequeña y compacta, no solo por su población ––tenía unos 500.000 habitantes cuando te fuiste y hoy supera los 2 millones–– sino por su mancha urbana: Calderón era apenas un pueblito de artesanías de mazapán, y no, como es ahora, la mayor parroquia rural del Ecuador, mucho más grande que decenas de ciudades, con sus 200.000 habitantes. Cumbayá, Tumbaco, San Rafael, Sangolquí eran alegres aldeas de vacaciones y no, como ahora, barrios densos y de tráfico complicado.

¿Sabes qué? Hay otros cambios, más sutiles. Por ejemplo, en el habla. Y ya que eres lingüista y esta es la Academia de la Lengua, déjame darte unos datos. El primero es que hoy las formas lingüísticas de Quito son muy variadas. Cuando te fuiste era más homogénea, porque la ciudad también era menos diversificada socialmente. Quizás solo había tres formas de hablar: la de los ricos, la de la clase media y la de los pobres. Hoy hay muchas clases medias, y una variedad de habitantes pobres, con proveniencias muy distintas. Una marca clara que hoy existe y antes no es la forma lingüística del norte con la del sur de la ciudad; es decir, se habla de una mandera del Panecilló hacia Cotocollao, que desde el Panecillo a Chillogallo. Pero incluso en el norte hay formas distintas, por ejemplo entre los acomodados habitantes de la urbanización El Condado y los de los barrios vecinos, de pobres en trance de hacerse clase media, que viven en La Roldós, Colinas del Norte o Camino a la libertad.

Pero en el habla quiteña hay otra diferencia muy marcada: la de la edad. Por ejemplo, te cuento, los de nuestra generación, hablamos con la elle, así rehilada. Bueno, yo no, porque tuve una madre cuencana que me enseñó a hablar con elle. Pero, digamos, el 90 % de los quiteños y quiteñas de 50 años o más usan la elle rehilada. En los sectores bajos, suena más fuerte, como eshe.

Pues bien, Vladimiro, los jóvenes entre 20 y 50, usan una elle atenuada, conocida como africada. Una elle, vamos, como en Cuenca y Loja. Y, asómbrate, los menores de 20, la pronuncian más suave aún, casi como los peruanos: no es, a lo quiteño de clase baja, no hacho la forma de chamar. Ni tampoco es, a lo quiteño mayor de 50, no hasho la forma de shamar. Ni siquiera, a lo quiteño de menos de cincuenta y más de 20, no hallo la forma de llamar, sino que es, a lo quiteño de clase media y alta menor de 50, no hayio la forma de yiamar. Mis nietas dicen membriyio y naranjiyia.

Lo mismo pasa, aunque tal vez menos notorio, con el arrastre de la erre, donde también hay diferencias. Pero, por contraste, el arrastre sí se conserva en las clases altas, mientras las demás clases hacen un “erre” como atenuada, lo que ustedes los lingüistas llaman retrofleja y una erre neutra, vibrante, que es más bien un signo de cultura o “corrección”.

No es contrario a lo que vengo diciendo sostener que en estas décadas sí hay una suerte de homogeneización de la lengua por el acceso a los medios de comunicación como la televisión y la radio. Quiero decir que, cuando te fuiste, la brecha entre los sectores llamados ‘cultos’ y los sectores populares era muy grande. Ahora ya no. El habla de la televisión ha influido mucho en los estratos populares. Incluso en el lenguaje. Yo tenía una empleada que decía que iba a “arreglar la recámara”, esforzándose por no arrastrar pero sobre todo usando una palabra ajena a los quiteños, pero que había aprendido en las telenovelas.

Seguir hablando de ello nos podría llevar horas, pero lo que quería es mostrarte el país que te recibe, por medio de esta Academia de la Lengua. Y lo hace porque construiste un legado de relatos y ensayos críticos sin parangón.

Hiciste tus estudios primarios en tu ciudad natal, Latacunga, y los secundarios y universitarios en Quito, distinguiéndote desde tu adolescencia, y de eso soy testigo directo, como escritor, actor, director de teatro, crítico de cine y promotor cultural. En la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) estudiaste Derecho y Ciencias de la Educación, con especialidad en Lingüística, en la que obtuviste tu licenciatura.

Fue una beca de la Comunidad Latinoamericana de Escritores la que te llevó a Ciudad de México al borde de tus 30 años, y desde entonces te vinculaste al mundo académico y literario de la capital azteca, ingresando como profesor, desde su fundación, en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco, Ciudad de México, donde en la actualidad, tras 45 años de docencia, eres profesor investigador de tiempo completo de categoría “C”. Años después (2006) obtuviste en esa misma universidad la maestría en Letras Iberoamericanas, con mención honorífica y recomendación de publicación de tu tesis, que versó sobre la obra poética de César Dávila Andrade, publicada como ensayo en 2008.

Tu carrera docente es muy larga y distinguida, pues a poco de graduarte de bachiller en el colegio San Gabriel ya fuiste profesor de ese plantel habiendo ejercido allí la cátedra durante ocho años, a los que se suman los mentados 45 de cátedra universitaria en México, hito este por el que recibiste un premio especial de la UAM. La literatura y la escritura, en sus múltiples aspectos, han sido las materias que has impartido, especializándote en la narrativa y la poesía del siglo XX de Ecuador y México.

Como hombre de cultura, has mantenido ricas y variadas actividades paralelas a la docencia, en tanto crítico de teatro, cine y ópera, habiendo publicado tus reseñas y críticas en diarios como La Crónica y Milenio y en las revistas Pro Ópera y Pauta, de la Ciudad de México. Más de un centenar de tus artículos sobre ópera aparecieron recopilados en libro en Noches de ópera, aparecido en 2020.

Pero con ser todo eso meritorio, es en tu trabajo como creador y crítico literario donde has alcanzado las cotas más altas por la extensión, variedad y calidad de tus escritos. Tienes publicados nueve tomos de relatos, desde el temprano El demiurgo, cuando tenías 22 años; una novela, El legado del tigre (publicada en Ecuador y México), y seis libros de ensayos, siendo el último Navegaciones (Ensayos sobre literatura), que salió de las prensas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador hace poco y se presenta mañana, en un acto especial, en la propia universidad.

Son muy apreciados tus estudios introductorios, prólogos y notas de varios tomos de la colección Antares, de Libresa (donde has presentado a los lectores a Adoum, Melville, Chejov, Mahfuz, James): Pero quizás el mérito que yo considero más especial es tu constante preocupación por publicar y difundir en México la obra de autores ecuatorianos, en especial de Jorge Carrera Andrade, cuya Antología poética anotada por ti, apareció en el Fondo de Cultura Económica, en el 2000, año en el que también lograste publicar en la UAM tu selección anotada del Cuento ecuatoriano contemporáneo, antología que también apareció en Quito en español e inglés (Paradiso, 2000 y 2002).

Esta labor tuya de divulgador se complementa con las ponencias sobre autores y obras de la literatura ecuatoriana que has presentado en congresos y simposios en sedes universitarias en la capital federal en la UNAM, Iztapalapa, Azcapotzalco, pero también fuera de ella (Querétaro, Campeche), en Albuquerque y en la propia ciudad de Quito, así como también en ferias de libro (México, Guadalajara y Quito).Habiendo sido fundador y director de Ágora (Quito, 1965-1968), has colaborado con numerosas revistas, entre ellas, las ecuatorianas Letras del Ecuador, La bufanda del sol, Trashumante (en línea), la venezolana Zona Franca, y las mexicanas Revista Universidad de México, Vuelta, Letras Libres, Nexos, Biblioteca de México, Pauta, Pro Ópera, Casa del tiempo, Fuentes humanísticas, Tema y variaciones de literatura y de la Revista Iberoamericana (Pittsburgh, EE. UU.).

Has traducido dos libros del inglés, publicados en México: El cómplice secreto (The Secret Sharer) de Joseph Conrad y Oda a un ruiseñor (Ode to a Nightingale) de John Keats. Pero, a su vez, tus cuentos han aparecido en otros idiomas como inglés, francés, alemán, italiano, portugués, danés y búlgaro, y tus cuentos son infaltables en las antologías del cuento ecuatoriano y latinoamericano.

Tanto has escrito y tan bueno, que tenías más de 100 ensayos críticos donde escoger para la antología que te propuso publicar la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Tuviste que dejar de lado muchos de ellos, y acaba de aparecer el volumen con 34 de esos ensayos. Se trata del libro Navegaciones, sobre el que tan hermosamente ha comentado nuestra directora, la Dra. Susana Cordero de Espinosa, en sus palabras de apertura de este acto.

Por todo esto, y más, es que mereces, admirado Vladimiro Rivas, este puesto de académico de la lengua, y dado que los medios telemáticos permiten ahora la interacción sobre las distancias geográficas, el hecho de que residas en Ciudad de México, no será óbice para colabores con las actividades de esta corporación.

¡Bienvenido!

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