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Discurso de incorporación de don Antonio Sacoto en calidad de miembro correspondiente

Desde nuestros archivos compartimos con ustedes el discurso con el que don Antonio Sacoto Salamea se incorporó en calidad de miembro correspondiente, en sesión solemne que se celebró el 14 de junio de 2012.

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Desde nuestros archivos compartimos con ustedes el discurso con el que don Antonio Sacoto Salamea se incorporó en calidad de miembro correspondiente, en sesión solemne que se celebró el 14 de junio de 2012.

La cultura y la lengua españolas en la obra de Juan Montalvo

Los premios literarios, los acuerdos recibidos, los pergaminos, las preseas en reconocimiento por cualquier logro, ya sea en el campo académico, en la creación artística o en el aporte en general a la cultura y literatura de nuestro país, son un tonificante estímulo que se fija no sólo en la memoria, sino en el mismo corazón del receptor. Algunos de estos momentos me ha tocado vivir y los he vivido plenamente, con el corazón vibrante de alegría y la mente como cámara cinética, grabándolo todo. Por ello, carpe diem, he gozado del momento a plenitud, quizá hasta el delirio. Yo no los he buscado, pero no los he escatimado; ellos me han llegado y enorgullecido y me he sentido un hombre afortunado, pues no había creído merecerlos; sin embargo, también he pensado que los remitentes algo de razón habrán tenido, algo habrán dilucidado ellos.

Mi ingreso como académico correspondiente a la Academia de la Lengua nunca estuvo en mi imaginación, en mis ensueños, ni remotamente en mis sueños; por eso, este momento lo estoy viviendo como un sueño; pero un sueño que en la vigilia va convirtiéndose en realidad; y esa realidad va tomando cuerpo, con ustedes miembros de la Academia aquí presentes, que apoyaron mi candidatura. Mil gracias. Para usted, señor director, doctor Renán Flores Jaramillo, mi profundo y sincero agradecimiento por confiar en mi persona y proponer mi nombre a la Academia. Le aseguro que trabajaré denodadamente en cualquier capacidad que se me confiera para continuar con el feliz desenvolvimiento de la Academia. Agradezco a mis amigos, escritores y artistas… a Isabel.

El acto en el seno de la Academia debe guardar relación con el tema; por ello juzgo apropiado referirme a don Juan Montalvo[1], uno de los grandes maestros en lengua castellana como lo atestiguaron eruditos españoles de su época, al igual que hispanoamericana. Entre los primeros en manifestarse admiradores y ufanos de esta prosa elástica, rítmica y plástica, prosa castigada, están Rufino Cuero y Miguel Antonio Caro, los dos colombianos. Dice este último en carta a Montalvo:

Hallo en usted un estilo natural vigoroso, gran copia de locuciones y giros, lenguaje pintoresco, frase castigada; por lo que hace al fondo, noto elevación de miras, grandeza de pensamientos, riqueza de recuerdos[2].

El uruguayo Enrique Rodó, quien calificó de “Príncipe del estilo” a Montalvo, en una de las apologías más celebérrimas a un latinoamericano, dice:

La literatura de Montalvo tiene asentada su perennidad no solamente en la divina virtud del estilo sino también en el valor de nobleza y hermosura de la expresión personal que lleva en sí; pocos escritores, tan apropiados como él, para hacer sentir la condición, reparadora y tonificante de las buenas letras. Su amenidad, su deleitoso halago, están impregnados de una virtud más honda que viene del innato poder de simpatía y del ritmo enérgico y airoso de la vida moral[3].

En España, durante su visita, le elogia sin medida doña Emilia Pardo Bazán, novelista, quien dice: “Tendrá España hasta seis escritores que igualen a Montalvo en el conocimiento y manejo del idioma, pero ninguno que lo aventaje”. En términos de los más aquilatados, también lo elogia el novelista don Juan Valera y el tribuno republicano, orador, Castelar. En la misma España, más tarde, Miguel de Unamuno nos dirá:

Cogí las Catilinarias de Montalvo, pasé por alto lo excesivamente literario, del título ciceroniano… iba saltando líneas, iba desechando literatura erudita, iba esquivando artificio retórico, iba buscando los insultos tajantes y sangrantes, los insultos sí, los insultos, los que llevan el alma ardorosa y generosa de Montalvo[4].

Es por ello que, después, Benjamín Carrión comentará:

Es difícil encontrar en cualquier literatura un logro tan cabal del improperio, un poder de látigo restallante tan fuerte, una eficacia mortal de bofetadas, como los conseguidos por don Juan Montalvo en las Catilinarias, pero es más difícil también que esos insultos estén revestidos de mayor nobleza, de más castiza corrección literaria, de mayor señorío mental[5].

En Europa, César Cantú y D’Amicis elogian los escritos de Montalvo. Este, al recibir la obra de Montalvo, indica que ya la había adquirido y que “El buscapié”, el séptimo de los tratados, había sido vertido al italiano.

En el Ecuador nadie le iguala a don Juan Montalvo en el manejo del idioma: apropiado y castizo, con una riqueza de locuciones y léxico en general, engarzando el estilo más puro y desenvuelto de su época. Es que, además, la obra en conjunto jugó un papel fundamental en el desarrollo de las letras y el pensamiento en Hispanoamérica: corrientes literarias, ideas, amplitud de la cultura, géneros, política, historia, lengua, estilo, composición, modus operandi; nada queda al margen de su obra literaria. Por ello es pertinente ubicarlo en el teatro de las letras tanto de España como de Hispanoamérica, pero creo pertinente advertir que en este ensayo haremos hincapié en la lengua y cultura españolas. Los otros temas que resplandecen en sus páginas, serán motivo de otros estudios.

Pedro Henríquez Ureña, insigne intérprete de las letras hispanoamericanas, afirmó que en nuestra literatura:

Hace falta poner en circulación tablas de valores: nombres centrales y libros de lectura indispensables. Dejar en la sombra populosa a los mediocres; dejar en la penumbra a aquellos cuya obra pudo haber sido magna, pero quedó a medio hacer: tragedia común en nuestra América, con sacrificios y hasta con injusticias sumas es como se constituyen las constelaciones de clásicos en todas las literaturas.
La historia de la América española debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío y Rodó[6].

Desgraciadamente, “en Hispanoamérica, la crítica -como bien anotó Andrés Iduarte- se reduce todavía, salvo valiosas excepciones, a algunas brillantes exégesis que sobresalen como islas solitarias en un mar de repeticiones y de lugares comunes embravecidos. En realidad, no hay un serio conocimiento sobre Sarmiento, ni sobre Montalvo, ni sobre Rodó, ni sobre Martí, sino sarmentismo, montalvismo, rodoísmo, rubendariísmo o martianismo. Estas enfermedades de la digestión alcanzan verdadera gravedad cuando el escritor no fue sólo escritor, sino político y polemista. Al incondicionalismo literario y lingüístico se adosa el incondicionalismo político, de tal modo que quien piense, analice y escriba sobre los grandes autores después de haberlos leído, corre siempre el peligro de pasar por irrespetuoso o iconoclasta”[7].

La obra literaria de Montalvo empieza con El Cosmopolita Nº 1, en 1866 y fluye incansable hasta el día de su muerte, el 17 de enero de 1889.

Durante los años anteriores a 1866, los de formación de Montalvo ¿qué ha sucedido en el mundo de las letras?

En España, tras su apogeo, el romanticismo se devoró a sí mismo rápidamente y ya por el año 1845 casi se había extinguido. Los artículos de costumbres de Larra, Mesonero Romanos, Estébanez Calderón, sirvieron de estímulo para el nacimiento del realismo que primero vio la luz en España con las novelas regionalistas de Fernán Caballero, Alarcón, Valera y luego con el naturalismo de Leopoldo Alas y la Pardo Bazán, teniendo como ápice a los maestros Pereda y Galdós. Si hemos de tener en cuenta los años 1866 a 1889 en España, este país vive el realismo plenamente. En Francia, tanto el realismo como el naturalismo sentaron raíces antes que en España con Flaubert y Zolá, respectivamente. En general, realismo y naturalismo son las corrientes literarias que predominan en las letras.

Sin embargo ¿qué había sucedido en la América hispana y, en particular, en el Ecuador? En la América hispana la aparición del romanticismo es anterior a la de España, independiente de ésta, pues se inicia en el año 1832 con Elvira o la novia del Plata de Esteban Echeverría y las características de esta obra netamente tienen sabor del romanticismo francés y no español, hecho explicable puesto que Echeverría se empapó de la literatura francesa y se percató de las nuevas inclinaciones o preferencias literarias durante sus cuatro años de permanencia en París y, puesto que también, el romanticismo marca una entrada tardía en España, un año después que en América, en 1833 con La conjuración de Venecia.

Si consideramos algunos aspectos románticos, como la sensibilidad ante la naturaleza, el regreso afectivo ante lo histórico, algunos poemas de José María Heredia datan de fecha anterior: “En el teocalli de Cholula” (1820), “Niágara” (1834). Esto no quiere decir que a partir de 1832 la obra literaria en la América Hispana fuera romántica en su totalidad. No. Por el contrario, en Chile encontramos a Sarmiento (romántico) en polémica con Bello (clasicista) por los años 1840 y 1845. En Colombia, Miguel Antonio Caro… no comprendía los valores nuevos. A la larga el tanto negar lo que no comprendía acabó por dejarlo apartado de la literatura de su tiempo[8].

En el Ecuador, Olmedo, el poeta mayor, es neoclásico, “La victoria de Junín: “Canto a Bolívar” (1825) y “Al general Flores en Miñarica” (1835) son ejemplos de esta tendencia rezagada y finida en el resto del mundo de las letras. El éxito de Olmedo y la buena acogida de la crítica nacional e internacional, hicieron que en los años subsiguientes la poesía ecuatoriana se enrumbara en esa dirección clásica. De ahí que en el Ecuador hay un vacío entre el período que dista del clímax poético de Olmedo (1825-35) a la aparición de los dos ambateños en las letras ecuatorianas: Juan Montalvo y Juan León Mera, alrededor de 1860-1866. Época tan árida y deslustrada se puede explicar por la siguiente cita:

La prueba más irrefutable de la pobreza de la literatura de este período y de su carácter “prosaico” es el hecho siguiente: en la colección “Cien autores Ecuatorianos”, publicada por el Ministerio de Educación del Ecuador se incluyeron como muestras representativas de la producción literaria del período en cuestión, la “Proclama del Ejército Nacional” y la “Contestación al discurso del señor Antonio Fierro, Ministro Residente de los Estados Unidos de Colombia”, por Gabriel García Moreno. Sus discursos que, casi huelga decirlo, en nada corresponden a lo que comúnmente conocemos con el nombre de literatura[9].

La literatura ecuatoriana adquiere vigor y brillo con la obra romántica de lo dos Juanes, Juan Montalvo y Juan León Mera, pero fuera de época. Del “romanticismo rezagado” bebieron y por eso su obra tiene ingredientes de esa escuela.

En el estudio de Montalvo es importante, por lo tanto, advertir que su país, aunque tenía algunos hombres de letras como Juan León Mera, Zaldumbide, el mismo García Moreno, Rocafuerte, Moncayo, fray Vicente Solano, et al, en general estaba al margen de las corrientes literarias, lo que quiere decir, que no había crítica, no existían órganos literarios, no había difusión artística literaria, carecía de lectores, había una laguna literaria y una apatía general hacia las bellas artes.

El porqué de esta actitud se explica si comprendemos que sus hombres de valía se preocupaban por organizar el país que arrastraba el lastre colonial y esto absorbió casi todas las fuerzas.

Montalvo avizoró lo que sucedía en el mundo de las letras, pero no le agradó el advenimiento del realismo, especialmente del naturalismo, como nos lo indica en carta a Menéndez y Pelayo[10] y prefirió regresar a las fuentes antiguas.

En la historia literaria de la colonia, los escritores hispanoamericanos se apegaron al español de la península y algunos o muchos de ellos escribieron con un lector “implícito” in mentis —como dice Iser—[11]el peninsular. No sólo es el aspecto cultural, sino el socio‑sicológico. La literatura fue para el criollo, y más para el mestizo, un medio de mostrar «la limpieza de sangre»” y, como decía fray Gaspar de Villarroel, ‘un escalón para subir’[12]. El escritor hispanoamericano, vedado de reconocimiento artístico y literario por el desdén y menosprecio metropolitanos, buscó identificarse con el peninsular por el uso de la lengua española, preferentemente la clásica del Siglo de Oro. Este es el caso de Mera, Montalvo et. al. Se debería señalar que por la cultura, por el amor a la literatura del Siglo de Oro, por la devoción a la lengua de Cervantes, a la temprana edad de 35 años, Montalvo nos da un ejemplo de cuán cerca se encontraba del Manco de Lepanto, cuando en “El Cosmopolita” publica “El capítulo que se le olvidó a Cervantes”, que Samper, reconocido crítico de entonces, elogió sin reticencias y, al parecer, desde aquella fecha deambuló en la mente del ambateño de escribir un Quijote. Guiado por esta pasión hispanista y devoción a la lengua, el bárbaro de América, como solía llamarse a sí mismo Montalvo, escribió una de las apologías más celebérrimas y bellas de España:

¡España! ¡España! Lo que hay de puro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos. El pensar a lo grande, el sentir a lo animoso, el obrar a lo justo en nosotros, son de España; y si hay en la sangre de nuestras venas algunas gotas purpurinas, son de España. Yo que adoro a Jesucristo; yo que hablo la lengua de Castilla; yo que abrigo las afecciones de mis padres y sigo sus costumbres ¿cómo la aborrecería? (S.T. II., 101)[13]

Suben los quilates de este elogio si tenemos en cuenta que el pensamiento hispanoamericano del siglo XIX, a raíz de las luchas por la independencia y la difícil tarea de iniciarse como repúblicas, fue uno de ruptura no sólo política, sino cultural con España: hervía una actitud de resentimiento hacia España, escrita en un lenguaje peyorativo, lleno de una cruda adjetivación; así encontramos los ensayos de los argentinos Esteban Echeverría, Domingo Faustino Sarmiento, Mitre, Alberdi, los chilenos Lastarria, Bilbao, el cubano Martí. Con José Enrique Rodó hay un nuevo acercamiento hacia España y su cultura, pero pasando por los escritos de Montalvo que sirvieron de puente entre unos y otros y este es ya un gran aporte del ambateño al desarrollo del pensamiento hispanoamericano… En mi libro Del ensayo hispanoamericano del siglo XIX[14], dedico el capitulo “La herencia cultural” a dilucidar este tema.

Diego Araujo nos refiere el hecho de que cuando Mera escribe Cumandá, la dedica al director de la Real Academia de la Lengua Española y envía el manuscrito para su publicación en España. Pero -dice Araujo- como mal paga el diablo a sus devotos, no se publicó en España, sino en el Ecuador, a los dos años. De pasada, quisiera dar a conocer que en 1993 publiqué en el diario “El Comercio” “Revaloración del ensayo de Juan León Mera” y lo recogí en mi libro: Temas literarios, 1995. En este estudio advertí que “la visión acartonada sobre la obra de Juan León Mera y el encasillamiento sin previo análisis dentro de una estructura conservadora, etnocentrista y tradicional cercenaron su obra y no permitieron que ésta fuera estudiada a cabalidad” y continúo “si hemos de regirnos a las características conservadoras frente a las liberales expuestas en Historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX, de Beatriz González[15], Mera se encuentra más cercano a las características liberales por su afán de definir y establecer una cultura y literatura nacionales, de dar una identidad nacional, por su querella frente a los atropellos de la conquista y su actitud de cuestionamiento del clero, entre otros aspectos”.

Juan Valdano, en su penetrante libro Identidad y formas de lo ecuatoriano[16] condena ese prurito de querer ser algo diferente de lo que se es y de menospreciar lo genuinamente nuestro y, por ello, fustiga a los escritores que prefirieron otras lenguas para su prosa o poesía, como el caso de los jesuitas del extrañamiento que ostentaron el dominio del italiano o Alfredo Gangotena que rimó en francés; explica las razones que tuvieron para ello, pero no las justifica. La siguiente anécdota echa más luz sobre el tema: fray Gaspar de Villarroel se ofendió cuando al predicar en la corte del rey, alguien comentó que el obispo lo hacía tan bien a pesar de ser un indiano. El fraile tomó la observación como una afrenta y se reivindicó que, a pesar de haber nacido en América, “por sus venas no corría sino sangre española”[17].

La riqueza del lenguaje del prosista ambateño no tiene parangón en su época y es ese matiz lingüístico el que queremos relievar esta noche, Gonzalo Zaldumbide abre su libro Montalvo con una cita de Rodó y comenta: “Imperecedero más que de piedra y bronce… América lo reputa como el mejor monumento ‘a la gloria del hijo de Ambato’[18]. Galo René Pérez, ex-director de la Academia de la Lengua y quien dedicó muchos años al estudio de la obra de Montalvo, culminando con su clásico un escritor entre la gloria y las borrascas, señala que “consiguió ser de los primeros, o el primero seguramente, en introducir la prosa poética en el ámbito enorme, en tiempo y en espacio, del habla española”[19]. Plutarco Naranjo, otro académico de la lengua, y estudioso de Montalvo, pregunta. “¿Quién en este país ha superado su prosa? ¿Cuántos en el mundo del habla castellana han escrito como él? ¿Cuántos a lo largo de la historia universal fueron capaces de unir a la excelencia del verbo, a la fuerza de la idea, a la convicción de la doctrina, la altivez del alma, el ejemplo de la lucha, el sacrificio de la vida…? Las dimensiones de Montalvo alcanzan la universalidad”[20].

LA CULTURA ESPAÑOLA

Antes de entrar en el meollo del tema, sería del caso señalar acuciantes y relevantes consideraciones.

La producción literaria de Juan Montalvo, juzgada en conjunto, refleja una variedad de temas que evidencian la erudición profunda del autor ecuatoriano, cuya pasión por el estudio, asociada a una inmensa capacidad de asimilación, acumularon tal bagaje de conocimientos que, en el plano humanístico, no existieron setos vedados para él que, con visión asombrosa, lo columbró todo, hasta merecer el calificativo de “El Cosmopolita”.

La Antigüedad clásica, el panorama de su época, cualquier hecho significativo, no importa cuándo y dónde hubo ocurrido, todo halla cabida en su prosa elegante que hace desfilar, como en escenario magnífico, a los personajes y acontecimientos más notables de la humanidad.

Montalvo leyó con avidez excepcional cuanto material de importancia tuvo a su alcance y viajó y aprendió, encontrando los aspectos trascendentales de las cosas y los hechos. Allí, donde el turista común admira un monumento, Montalvo descorre el velo histórico; donde miradas profanas contemplan simplemente la obra de arte, Montalvo desentraña su valor intrínseco; allí, donde el viajero se ha detenido a contemplar un paisaje de maravilla, “El Cosmopolita” acopia datos para la página brillante y vívida que convertirá al lector en espectador: tal la fuerza descriptiva y la belleza de sus escritos que ostentan, además, muchos otros atributos que hacen de Montalvo uno de los más grandes escritores de habla castellana y uno de los que mejor conoció su literatura.

En primer término, El Mío Cid, obra no diremos conocida sino estudiada por Montalvo, quien anota su influencia sobre la épica española. Hay referencias como la que sigue: “El Cid Ruy Díaz, en la batalla de Alcocer, le dio tal espadada al moro que había herido al caballo de Álvaro Fáñez, que cabeza, brazos y pecho vinieron a tierra, y quedaron jineteando las piernas, de la cintura parabajo”(C.C. 113). Otras veces hace glosas de este género: “¿por qué la infanta doña Urraca le hubiera gritado?: Afuera, afuera, Rodrigo. El soberbio castellano…” (C.C. 140).

Este romance lo cita nuevamente en Las catilinarias:

Afuera, afuera Rodrigo.
El soberbio castellano:
Acordársete debiera
De aquel tiempo ya pasado
Cuando fuiste caballero
En el altar de Santiago:
Mi padre te dio las armas,
Mi madre te dio el caballo.
Yo te calcé las espuelas.
Porque fueses más honrado(Cat. 291).

Conoce cuanto atañe a los romances; nos habla del origen francés de las chansons (recuérdese que entonces no se conocía la teoría tradicionalista de Menéndez Pidal). Enumera a varios paladines, como Roldán, Reinaldos de Montalbán, Ricarte de Normandía, Guy de Borgoña, etc., y cita el romance:

Caballeros son de estima
De grande estado de linaje,
De los doce que a la mesa
Redonda comían pane.(Cat. 281).

A renglón seguido nos trae el romance del marqués de Mantúa:

No hayáis miedo mis sobrinos,
Rui Velásquez respondía:
Todos son moros astrosos,
Moros de poca valía(Cat. 281).

“Oh, sabio Íñigo López de Mendoza”, exclama en “El banquete de los filósofos”(S.T. II.217); aplaude las Siete partidas de Alfonso X, el Sabio (S.T. II. 218); La Celestina es “uno de los oráculos de la lengua castellana” (S.T. II. 350). De los poetas guerreros dice: “nuestro Garcilaso tomando ora la lanza, ora la pluma; la pluma ora en la mano, ora la lanza… de Ercilla”(C.C. 158).

Los versos de Garcilaso son “melifluos y sonoros endecasílabos”, los escritos del poeta Castillejo carecen de “rubicundez; la Santa Inquisición tiene la culpa que le dio pasaporte para la posteridad”… También: “ese cuarteto de pie quebrado y de los otros muy ardientes que omito por inocencia y pureza en el decir”.

Otro de los autores citados a menudo por Montalvo es el Arcipreste de Hita:

Mucho fas el dinero et mucho es de amar,
Al torpe face bueno et home de prestar;
Face correr al cojo et al mudo hablar… (Cat. 41).

En “El buscapié”, con frases exaltadas, pone de relieve la facundia y esplendidez de los maestros de la literatura española:

Calderón, Feijoó, esa vieja Sibila de cuyas advertencias no se aprovechó el mundo, porque a fuerza de incredulidad le obliga a echar sus libros al fuego… mas uno es Cervantes y otro Lope de Vega. Éste es gloria nacional, ése gloria universal: con el uno se honra un pueblo, con el otro el género humano… Guillén de Castro, Alarcón, Quevedo… los Argensolas, los Ercillas, los Riojas, los Herreras, los Garcilasos; ¡oiga usted! los Garcilasos… Si por la prosa, los Hurtados de Mendoza, los Fuentemayor, los Marianas, los Granadas, los Jovellanos, desde el Arcipreste de Hita, ninguna nación más aventajada en ingenios poéticos; y desde el infante Juan Manuel, ninguna más fecunda en prosistas de primera clase, Ruiz Díaz, etc. (S.T. II. 303).

En alguna ocasión, cita a Quevedo con su “Poderoso caballero es don dinero”, como ya lo hiciera con los versos del Arcipreste de Hita para demostrar el papel decisivo que, en la sociedad, desempeña el preciado metal.

Sobria y certeramente anota la influencia temática de la literatura española en muchas otras, demostrando de esta manera no solo su gran versación, sino su valor como crítico:

El Cid de Guillén de Castro fue la vena que el insigne trágico francés picó para su obra maestra. Voiture, Moliere, Lafontaine beneficiaron las ricas minas de Quevedo, Alarcón, el Conde Lucanor; y con elementos ajenos han hecho las preseas con que resplandece la literatura moderna. El metal ha salido de España; el arte, el primor los han puesto los franceses. Entre los unos, los grandes ingenios han llegado a ser de renombre universal; entre los grandes su gloria respeta los términos de la Nación” (S.T. II. 304-5).

En Geometría moral estudia la influencia del personaje Don Juan y del tema donjuanesco en otras literaturas. “El buscapié” es un ensayo dedicado en su totalidad a exaltar los grandes nombres y obras de la literatura española. Nos habla del “Pobre Fígaro” de Larra. (S.T. II. 277). De él dice que es “hombre culto y leal, nunca tomó por objeto de sus burlas a sus amigos, poniéndose careta para que no lo conociesen; antes cuando había tratado ofensivamente a una persona, le daba las señas de su casa indicándole la hora de hallarle a punto fijo” (S.T. I. 345). Además, se expresa sobre él con gran simpatía en estos términos:

¡Pobre Fígaro! Ofrece a los demás esos licores encantados que destila en su laboratorio mágico y para él no hay sino cosas amargas; su copa es negra; las pesadumbres le sirven este veneno misterioso que suelen llevarse en flor a los que prevalecen por su sensibilidad” (S.T. II. 277).

Montalvo menciona también El doncel de don Enrique; elogia el lenguaje elegante de Garcés (S.T. II. 342); revela la imitación del Quijote por Guillén de Castro, Calderón de la Barca y Meléndez Valdés(S.T. II. 355). De la novela morisca presenta el pasaje en el cual “El moro Avindarráez cae en poder del alcalde de Antequera, yendo a ver por entre sus enemigos a su adorada Jarifa”. De Macías nos dice que este “arrostra la cólera del rey por la sin par Elvira”(S.T. 215).

En la mayor parte de casos, emite juicios acertadísimos sobre los escritores, que hasta hoy tienen vigencia, pero que han sido ignorados por la crítica española. Refiriéndose al estilo del Lazarillo, dice, por ejemplo: “el gracejo culto y fino, el lenguaje inimitable…”. Anota: “la frase ajustada y elegante” de El pícaro Guzmán de Alfarache, “la propiedad, gracia y maestría” de Calisto y Melibea y la “sal ática” de Rinconete y Cortadillo (S.T. II. 363-4).

La admiración de Montalvo por los grandes maestros de la literatura española es inconmensurable y no escatima por ello el epíteto en grado superlativo. Ella nos llega en frase entrecortada, emotiva, rica en figuras literarias y en reminiscencias ora clásicas, ora personales, ora anecdóticas. Las imágenes, impresiones e ideas surgen espontáneamente, resultando, a veces, originales y otras reproduciendo patrones del Siglo de Oro. Él mismo nos lo dice: “Pues advierto desde ahora que en hecho de lengua yo nada he inventado, y si algo hay nuevo en mi modo de decir, lo debo a la lectura de los maestros del Siglo de Oro de nuestra habla, guiada por la sabiduría de Capmany, Clemencín y Baralt, ilustres defensores del español castizo” (Cos. 19). Pero, aunque no nos revelara él mismo, es evidente la imitación, sobre todo, en su prosa, en giros como “la sin par Elvira” (S.T. II. 215), “me detuve una noche en un caserío de cuyo nombre no quiero acordarme” (Cat. 99). Frases suyas hay en las que resaltan los moldes clásicos de la literatura española: interrogaciones, exclamaciones y coincidencias con los temas Ubi sunt y Carpe diem de la Edad Media y del Renacimiento. Esta breve cita ilustrará lo anotado:

¿Pero en dónde, en dónde ahora los Granadas, los Marianas, los Leones? Las Teresas de Jesús ¿qué se hicieron? Los Nierembergues ¿dónde fueron? Ávila, Malón de Chaide, Yépez, frailes insignes que ilustraron el convento y dieron nombre a su siglo con sus obras, ¡qué dirían si sacudiendo el polvo de los siglos que gravitan sobre ellos, se levantaran y oyeran la infame algarabía en que tratan de expresar sus ruines pensamientos estos hijos poetas!… (S.T. II. 363).

Aquí tenemos una invocación al Padre Luis de Granada:

Alma del padre sabio, ¡Oh tú, Granada invisible! si en tus peregrinaciones al mundo, si cuando sales a recoger tus pasos, aciertas a distinguir ese devoto de tu nombre, bendícelo… Sabio teólogo, sacerdote virtuoso, varón apostólico, gran personaje eclesiástico…”.

Otras veces, admira la producción literaria y la retoca, como el artista que busca la perfección fijándose en otros modelos. Se recuerda, por ejemplo, la escena del encuentro de Dido con Eneas descrita por Virgilio, en el siguiente pasaje que, además de lírico, tiene contornos de oración:

Espíritu de la Santa Doctora, desciende sobre mí, alúmbrame. Alma del padre sabio, ¡Oh tú, Granada invisible! si en tus peregrinaciones al mundo, si cuando sales a recoger tus pasos, aciertas a distinguir a este devoto de tu nombre, bendícelo. Y tú, Cervantes, a quien he tomado por guía, como Dante a Virgilio, para mi viaje por las obscuras regiones de la gran lengua de Castilla, echa sobre mí los ojos desde la eternidad, y anímate; llégate a mí, y apóyame la palabra, y enséñame. Cuando yo te pregunte: Maestro, ¿quién es esa sombra augusta que a paso lento está siguiendo la orilla de ese río? Tú has de responder: inclínate, hijo: ese es don Diego Hurtado de Mendoza. Maestro, ¿quién es el espectro que allá va alto y sereno, los ojos vueltos arriba? Ese es Fernando Rojas autor de La Celestina, salúdale. Maestro, ¿quién es ese…? Es Moratín… Es Jovellanos… (S.T. II. 391).

Montalvo admira también como escritora a Santa Teresa. Después de Cervantes, la Doctora de Ávila recibió los elogios más elevados. Las moradas es una obra que no solo la estudió a fondo sino parece que influyó sobre él. Por eso, en El Cosmopolita dice: “…y como subí a la morada de luz…”(Cos. 412) y en los Siete tratados: “Santa Teresa de Jesús elevada a la inmortalidad en esos éxtasis sublimes que la ponen en contacto con los seres divinos, y la hacen gozar anticipadamente de una ráfaga de gloria eterna, esa es la que me causa maravilla y me infunde anhelo de una imitación imposible” (S.T. II. 287).

Pero nada en el mundo de las letras mueve a tanta admiración y respeto en Montalvo como Cervantes. Don Quijote es para él lo más acabado en el mundo de las letras. Por eso es que, enamorado del español castizo y tradicional del Siglo de Oro, lo imita con buen éxito que le granjea el calificativo de Cervantes Americano. Son, también, notables sus juicios críticos sobre dicho monumento de las letras.

“Quien imitara con la intención de imitar, —nos lo dice— quien no haya pasado jamás una aventura de Don Quijote, no sabe lo que es el mundo”(Cat.118). Quien con el alma lacerada, aventurera, cargada de justicia anduviera por el mundo, estaría más cerca del Quijote y, por lo tanto, vería con diafanidad el valor de su alma caballeresca y podría descubrir todo el manantial de filosofía escondido detrás de lo aparentemente ridículo y digno de escarnio:

Don Quijote es una dualidad: la epopeya cómica donde se mueve esta figura singular tiene dos aspectos; el uno visible para todos; el otro, emblema de un misterio, no está a los alcances del vulgo, sino de los lectores perspicaces y contemplativos que rastreando por todas partes la esencia de las cosas, van a dar con las lágrimas anexas a la naturaleza humana guiados por la risa. (S.T. II. 262).

Luego, Don Quijote, es “encarnación sublime de la verdad y la virtud en forma de caricatura, este Don Quijote es de todos los tiempos y todos los pueblos, y bienvenida será adonde llegue, alta y hermosa, esta persona moral” (S.T. II. 262).

Sobre Cervantes se expresa: “tanto hemos compadecido por lo infeliz que nunca hemos contemplado en su suerte, sin sentir húmedos los ojos” (S.T. II. 342) y “es el más singular, el más feliz de los grandes escritores modernos”(S.T. II. 307).

La tesis copérnica de Américo Castro ha sido bien recibida, pero se desconoce que tal vez Montalvo haya sido el primero que en síntesis la propugnó. “El Quijote no es obra de simple inspiración —escribe— como puede serlo una oda; es obra de arte, de las mejores y más difíciles que jamás han llevado a cima ingenios grandes”(S.T. II. 295).

Montalvo al hablar del Quijote, se manifiesta, pues, como crítico de ideas claras, definidas y certeras, expresadas con galanura que, a veces, disimula la falta de originalidad, como cuando nos da la imagen del protagonista, tan vieja como el personaje mismo, pero sumamente expresiva: “En este amable insensato debajo de la locura está hirviendo esa fuente de sabiduría donde gustan de beber todos los pueblos”(S.T. II. 263).

Su conocimiento de la literatura caballeresca es asombroso: cuanto atañe a la historia del género y su héroe es conocido, analizado y glosado por Montalvo. Tiene noticias de todos los caballeros y damas de la leyenda; por eso no desperdicia oportunidad de presentarlos en los diálogos entre Don Quijote y Sancho y en cuanta otra oportunidad se le presente. Por ejemplo, al tratar del amor en Las catilinarias se expresa: “Amor… nadie le conoce un amor; no es para abrigarlo en su pecho, ni para infundirlo en suaves corazones. Orlando por Angélica, Don Quijote por Dulcinea pierden el juicio y Don Gaiferos por Melisandra” (Cat. 25). En Capítulos,página 31, enumera una lista amplísima de caballeros andantes. También se manifiesta partidario del género caballeresco y cita en su apoyo a Teresa de Jesús y a Carlos V, muy amantes ambos de los libros de caballería:

… pero habrán de darse ascenso a testigos como Santa Teresa, quien gustaba de la caballería, en términos que a su parecer eran cortos los días y las noches para saborearse con sus aventuras; y aun sucedió que muy de propósito compusiese un libro, cuyo argumento son las de un caballero famosísimo… El gran Carlos V, dijo D. Quijote, era lector infatigable de libros andantescos, y pudo renunciar la corona imperial, mas no prescindir de esas historias… (C.C. 31).

En sus Capítulosencontramos un Quijote vedado, golpeado, humillado. Sin embargo, su espíritu irradia luz, sabiduría, grandeza de ánimo. Sancho, con su mirada clavada en lo terrenal y perecedero, completa el panorama narrativo, como síntesis del drama humano, del conflicto permanente entre el idealismo y la vulgaridad. Sigamos estos diálogos para advertir cuan de cerca los personajes del Quijote montalvino se asimilan a los de Cervantes, sobre todo, al decir de Valera, “el noble sentir con que reproduce o conserva el elevado carácter del hidalgo manchego, todo esto, y tal vez más, hay en el libro del imitador”(C.C.31).

Si tienes otros refranes amotinados en el guargüero, vomítalos antes que lleguemos al castillo, porque delante de gente no me será posible tolerarlos. —Boca con rodilla y punto a la taravilla, dijo Sancho, por la cruz con que me santiguo, que no me oirá vuesa merced cosa que parezca refrán, adagio ni chascarrillo (C.C. 127),… mas en llegando que lleguemos al castillo, muertos son los refranes, ¿lo juras? —Sean estos señores de los que comen de lo bueno, tornó Sancho a decir, y podré pasar hasta dos días ayuno de refranes (C.C. 129).

Con lo anotado queda claro el enorme aval de la cultura Española en la obra de Montalvo.

LA LENGUA ESPAÑOLA

Para Montalvo, el español clásico del Siglo de Oro, no sólo es un código inalterable, sino una religión ante la cual él se hinca a hacerle reverencia. Dice: “soy el primero en echar el arma al brazo e ir en defensa de esta segunda religión que se llama lengua pura, lengua clásica” (E.E.213). Repárese como al referirse a la lengua reitera con frecuencia obsesiva el adjetivo pura, o sus derivados etimológicos como el nombre pureza. Véanse las citas que siguen:

La pureza del idioma es requisito indispensable para la inmortalidad de las obras del ingenio. (S.T.II.61)

La pureza de la lengua es su cultura; sin etimología no puede haber la sabia; los neologistas arbitrarios que forjan en el seno de la nada sus vocablos sin el elemento requerido, son bárbaros… (S.T.II, 63)

Bien está que no hablemos como esos antiguos en un todo: más la pureza, la eufonía, la numerosidad, la abundancia, busquémoslas, imitémoslas (S.T.II, 390)

Don Juan Valera nos regala unos juicios muy pertinentes al tema:

No solo habla y escribe el castellano puro, sino que lo ha estudiado con amor, posee el rico tesoro de sus vocablos, giros y frases, y los emplea y los ordena con inagotable facundia y con artística destreza para expresar sus pensamientos. No se le ocurrió jamás por estupendos y peregrinos que sus dichos fueren, que no bastara para trasmitirlos al prójimo el habla de Cervantes, de ambos luises y de Santa Teresa. (Geo.9)

…el lenguaje castellano no puede ser más castizo ni puede ser tampoco más propio, ni más exclusivo del autor. No es arcaico, no es neologista o modernista; no contiene frase, ni giro, ni cláusula, ni vocablo que no prescriba nuestra gramática y que no contenga nuestro léxico (GEO.XVIII)

Hemos hecho hincapié en el purismo, el casticismo; mas en ningún momento se podría pensar en que Montalvo trabajó con una lengua inerte, fosilizada y vacía. El bien lo sabía que “ni ha existido, ni existirá jamás una lengua matemática” (S.T.I.356)

Citamos a continuación algunos ejemplos que ilustran lo dicho en el léxico, la frase, el período y la adjetivación:

Qué veis… qué queréis (S.T.I, 232)
Quitáis, dejáis (S.T.I.234)
…mía fe señor fiscal, o vos justicia mayor de la república que lo fizo con facilidad (Cat.24)
Se fracasan los huesos (S.T.I.100)
que por la fermosura (S.T.I.105)
como veis (Cat.7)
rompido (S.T. II 66)
seré tan hereje como gustéis (s.t.i.356)
veinte años ha gimo en un calabozo (c.c.)
vos sois…repuso don quijote (c.c.)
los tiempos de agora (c.c.)
cabello ondeado, luengo (ST I.126)
le han echo correr con galgos (cos.i.209)
plegue al cielo que no nos den alcance los galgos… (E.R.11)
…la canal maestra (Cat.17) eufemismo usado por Cervantes en El retablo de las maravillas.
en un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme (Cos.II.260)
de la sin par helena… (S.T.I.135)
valame dios! (S.T.II.176)
agora veamos si el champagne halla gracia con vueseñorías (S.T.II.181)
“por el haz de la tierra” figura que se repite continuamente en la obra de Cervantes y de Montalvo
vuesa reverencia (Cos.454)
que lo fizo con habilidad y manera (Cat.23)

Abundan en los escritos de Montalvo las alusiones a los autores españoles clásicos:

…allá con Miguel de Cervantes (Cat.190)
…fray Luis de Granada es quien dice eso (Cat.295)
…plegue al cielo que no nos den alcance los galgos de Gómez de Hermosilla (E.R.11)
si queréis pruebas aquí sale por mi don Francisco de Quevedo (s.t.i.63)
clemencia (S.T.II.339)

“El buscapié” trae a colación, autoridades de la lengua:

Dámaso Alonso en “La bifurcación de la prosa renacentista” al referirse a un período de El Quijote “abierto al azar”, nos dice:

Esa bimembración, aproximadamente tautológica, es característica de casi toda la prosa del periodo áureo de nuestras letras. Se corresponde con la compostura, la gravedad, aún en los usos oficiales; evoca una falta de prisa, una necesidad de hacer con majestad, con nobleza…. son pues necesidades rítmicas sentidas por la prosa cervantina (tono, gravedad, equilibrio)[21].

En Juan Montalvo: el escritor y el estilista, dedicamos un capítulo al estudio de la simetría de la prosa y se demuestra a las claras que el juicio de Dámaso Alonso es igualmente aplicable a la prosa del ambateño.

El paisaje y la naturaleza románticos son descritos con ojos platónicos; allí se destacan los epítetos[22], de Garcilaso de la Vega “corrientes aguas, puras, cristalinas…. en el lenguaje figurado se repiten metáforas que en la poesía montaraz que corre desde Herrera, el divino, hasta Góngora del Polifemo, han sido constantes: oro; cabello; perlas: dientes; rocío, marfil; blancura: rosa: rubor de la tez. Veamos en la prosa de Montalvo:

…a cuyas mejillas la rosa pide favor (S.T.I.199)
….a cuyos labios el clavel se rinde (S.T.I.199)
…clavel encendido (S.T.I.145)
…rojo de los labios (S.T.I.203)
…nubes púrpuras (S.T.I.200)
…ni lo purpurino de las mejillas (S.T.I.203)
donde espumoso el mar siciliano
el pie argenta de plata al lilibeo (Góngora)
el río murmulla espumoso y argentino (Cos.422)
un río espumoso corre entre dos vegas…un arroyo cristalino, que rodea serpenteando (Cos.203)

El adjetivo espumoso es abundante en la poesía del culterano; mientras que el adjetivo cristalino se da principalmente en la poesía del bucólico Garcilaso de la Vega: “corrientes aguas cristalinas; árboles que os estáis mirando en ellas…”.

Esta adjetivación de raíz renacentista, ornamenta o engalana por igual la poesía del barroco americano: El arauco domado de Ona, La grandeza mejicana de Balbuena.

Con lo expuesto, que sólo es un pequeño muestrario de la elegante prosa del ambateño, se demuestra que las grandes fuentes de inspiración y consulta las encontró en la cultura y lengua españolas; pero en lontananza no se puede dejar de admirar el enorme aporte a las letras americanas en general y su papel hegemónico en el desarrollo del pensamiento hispanoamericano del siglo XIX. Igualmente, no se puede ignorar —como a menudo hemos citado— que la prosa de Montalvo, crisol de prosa plástica, fue elegante, clara, metafórica y no tuvo parangón en su época.


[1] Para mayor ahondamiento en la obra de Montalvo, véase Antonio Sacoto, El escritor y el estilista, 2ª ed., 2 tomos, (Cuenca, Casa de la Cultura, 1987).

[2] Carta de Miguel Antonio Caro, en El Cosmopolita. (México, Cajica, 1965), p. 489.

[3] José Enrique Rodó, “Montalvo”, en Cinco Ensayos (Madrid, Ed. América, 1917).

[4] Miguel de Unamuno en Benjamín Carrión, San Miguel de Unamuno (Quito, Casa de la Cultura, 1954), p. 118.

[5] Benjamín Carrión, El pensamiento vivo de Montalvo (Buenos Aires: Losada, 1961), p. 24.

[6] Pedro Henríquez Ureña, “Caminos de nuestra historia literaria”, Ensayos en busca de nuestra expresión (Buenos Aires: Raigal, 1952), p. 53-54.

[7] Andrés Iduarte, Prólogo a Juan Montalvo, Op. Cit., p. 9.

[8] Enrique Anderson Imbert, Historia de la literatura hispanoamericana (5ª Ed. México: Fondo de Cultura Económica, 1965), p. 270, t. I.

[9] Agustín Cueva, La literatura ecuatoriana (Buenos Aires, 1960), p. 24.

[10] La carta fechada en junio 3 de 1887 en Rue Cardinete, 206, París, dice:
… Si tiene Ud. Quince minutos de ocio, desperdícielos en el artículo “El naturalismo” y verá que hasta yo puedo estar acorde con Ud. en ciertas materias.

El artículo a que hace referencia dice así:

Si el naturalismo es el arte de escribir según la naturaleza y de presentar las costumbres de los hombres y los pasos de la vida como ellos ocurren, yo no alcanzo a ver la necesidad de presentarla siempre por su aspecto desdichado y criminal. E.E. pp. 92-102.

Carta y cita tomadas del erudito estudio de Ernesto Mejía Sánchez “Montalvo y Menéndez Pelayo”. NRFH, XI, Nº 3-4, 1957, p. 371.

[11] Sobre lector implícito véase Wolfang Iser, The Act of Reading a Theory of an Esthetic Response, Baltimore: John Hopkinspress, 1978.

[12] Juan Valdano, Identidad y formas de lo ecuatoriano, Quito: Eskeletra, 2006, p. 342.

[13] Juan Montalvo, Siete Tratados, II T., París: Garnier, 1923, p. 101.

[14] Antonio Sacoto, Del ensayo hispanoamericano del siglo XIX, (Cuenca: Universidad, 2001).

[15] Beatriz González, Historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX, La Habana: Casa de las Américas, 1987.

[16] Valdano, Ibíd., p. 105.

[17] Ibíd., p. 154.

[18] Gonzalo Zaldumbide, Montalvo, París: Garnier, s/f., p. 1.

[19] Alba Luz Mora, Antología de la revista del grupo América, Quito, 2010, p. 337.

[20] Plutarco Naranjo, Estudio bibliográfico. Juan Montalvo. T. I., Quito: Casa de la Cultura, 1966, p. 20.

[21] Dámaso Alonso, “Sintagmas…”, seis calas en la expresión literaria española, Madrid: Gredos, 1956.

[22] Gonzalo Sobejano, El Epíteto en la lírica española, Madrid: Gredos, 1960.

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