En 1994, la vida de Pablo Ibar, que entonces tenía veinte y dos años, dio un giro inesperado tras ser acusado como autor material de un triple crimen cometido en Miramar, Florida, contra Casimir Sucharski, el propietario de un famoso bar de la zona llamado Casey’s Nickelodeon y dos bailarinas que actuaban en ese lugar: Sharon Anderson y Marie Rogers.
Pablo Ibar, un joven hispano-estadounidense, destacado jugador de Jai Alai, hijo y sobrino de famosos pelotaris vascos, encaminaba su carrera hacia el profesionalismo. Tras una lesión por un accidente deportivo, viajó a Dania Beach, donde vivía su madre, Cristina, de origen cubano. Unas semanas después, Pablo se vio envuelto en una trifulca y fue detenido para investigaciones. Mientras se encontraba en una celda, un agente policial creyó reconocer en aquel joven al que aparecía en el brutal video que había quedado grabado en la escena de los crímenes de Miramar. Sin que Pablo Ibar lo supiera, en ese momento había entrado en el infierno.
Tanto la casa de vivienda de Casimir Sucharski como su reconocido bar tenían cámaras de video. La grabación de la casa es espeluznante. Allí se ve a Sucharski y a las dos chicas conversando animadamente hasta que entran dos personas enmascaradas apuntándoles con armas. En pocos segundos los someten a los tres y, luego de golpearlos, los ejecutan con varios disparos. De inmediato, uno de los asesinos comete el error de sacarse la máscara y, durante un instante, sin percatarse de la cámara, se coloca delante de ella con el rostro mirando hacia abajo. Esa es la imagen con la que se confunde a Pablo Ibar, la de uno de los criminales, parecido al pelotari, que se seca el sudor del rostro con una camiseta.
Con la prueba de un video borroso que lo confunde y con el testimonio de una persona que aseguró reconocer al acusado (se sabe que fue inducido por la policía a reconocerlo), Pablo Ibar fue condenado a muerte. Pasó desde entonces en prisión y entre el año 2000 y 2016 estuvo en el corredor de la muerte de Raiford, donde se encuentra también el ecuatoriano Nelson Serrano.
En vista de las violaciones legales de su caso, como el ADN de la camiseta que vestía el asesino y que no pertenecía a Ibar, o los testimonios desestimados que aseguraban que Pablo pasó esa noche en casa de su novia, entre otros, en el 2016 fue resentenciado y sustituida su pena de muerte por cadena perpetua.
La similitud de los casos de Ibar y de Serrano es asombrosa. En los dos casos la policía omitió testimonios o desestimó pruebas concluyentes como huellas digitales o ADN que los excluían de las escenas de los crímenes. En los dos casos los condenaron sin evidencias claras. En los dos casos prevaleció un sistema judicial viciado, politizado y corrupto. Y, finalmente, en los dos casos aparecieron posteriormente sospechosos vinculados con mafias. Pablo Ibar espera su nuevo juicio para ser liberado. Nelson Serrano espera aún su resentencia. Los dos viven aún en el infierno.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.