«El espejo enterrado», por don Fabián Corral B.

La pandemia nos ha puesto frente a la realidad, ha desenterrado el espejo escondido y nos muestra ahora las caras sin antifaces, las instituciones indefensas, los caudillismos rapaces, los liderazgos arrinconados. Un sistema que no ha podido responder a la gente...

Tomo prestado el título del libro de Carlos Fuentes, un ilustre mexicano.

La pandemia nos ha puesto frente a la realidad, ha desenterrado el espejo escondido y nos muestra ahora las caras sin antifaces, las instituciones indefensas, los caudillismos rapaces, los liderazgos arrinconados. Un sistema que no ha podido responder a la gente. Una economía extraordinariamente complicada.

La circunstancia plantea una tremenda verdad: sistemas sanitarios colapsados en Estados Unidos, España, Italia, México, Ecuador, en todo el mundo; estados sin rumbo, sociedades sin pautas de prudencia, sin disciplina. Y la democracia, ¿qué se hizo la democracia? El espectáculo, el consumismo, se desvanecieron en pocos días, o fueron siempre una ficción?

Esta circunstancia inédita nos plantea, además, la verdad de los grandes medios de comunicación, y desnuda su arrogancia, y la pretensión de ser la suprema opinión del universo, desnuda el show que suplantó a la verdad, el sensacionalismo, la interesada confusión entre objetividad y rating. El sacrificio de la ética en beneficio de sus agendas.

Tenemos ahora, de cuerpo entero, la evidencia de un mundo carcomido por el deterioro ambiental y moral, la verdad de sistemas inútiles para el hombre, de regímenes políticos inermes, de una ciencia sin ética que se debate contra las cuerdas. La pandemia pone en entredicho, por igual, el sueño del progreso indefinido, la globalización, la obsesión por la riqueza y el poder, las utopías socialistas, las mentiras totalitarias y los caudillismos.

La pandemia nos obliga a retomar la humildad, la austeridad, la honradez, y a restaurar el sentido de los límites; a enterrar la arrogancia que nos hizo profetizar que habíamos descubierto la eternidad, que el hombre podía ser dios, que podía escribir su historia en las estrellas, y hacer de los sentimientos algoritmos, de la alegría, matemática, del dolor, un episodio sin sustancia, y de la vida y del cuerpo, materia prima de laboratorio.

Es una lección para una sociedad agobiada por la prisa que, entre el espectáculo y la política, olvidó lo sustancial, endiosó la imagen y enterró las ideas; que se creyó edificada en tierra firme; que apostó a las negaciones de todo lo que podía empañar sus ambiciones. Una lección que, sin embargo, deja en pie, incólume, la solidaridad, la sensibilidad, los abrazos a la distancia, las iniciativas de seres creativos, entusiastas, que construyen entre la tormenta. Una lección que nos ayuda a valorar la casa, la familia, el tiempo y el trabajo. A valorar a cada persona.

La pandemia ha destapado los heroísmos escondidos, la entrega de médicos, enfermeras, trabajadores de la salud, policías, militares y los demás que dan la cara y arriesgan la salud y la vida

Este contenido se publicó en el diario El Comercio.

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