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«El gato: señor del misterio», por don Juan Valdano

...los escritores, en cambio —gente ácrata, por lo general—, se inclinan por los felinos entre otras razones porque —como decía Jean Cocteau— no se conoce que haya gatos policías.

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La leyenda y la superstición envuelven a los gatos; en el antiguo Egipto se los tuvo por dioses, en la Edad Media fueron vistos como encarnaciones de brujas y demonios. Desde muy antiguo se relacionó al gato con lo misterioso, lo mágico, lo irracional, el poder oscuro. Un halo mítico ha gravitado siempre sobre este mefistofélico felino, más salvaje que doméstico y, según dicen, dueño de siete vidas. A diferencia del perro al que se le admite en casa para que la cuide, al gato se le permite vivir en ella para disfrutar de su cálida y silenciosa compañía. Sin embargo, y con el tiempo, el gato llegará a ser el verdadero señor de la casa, de tal manera que el dueño de ella no tardará en sentir que está viviendo en la casa del gato, la misma que un día fue suya. Eso, si no le da por ser ingrato y furtivamente largarse por los tejados. Peliaguda cosa esto de entender a los gatos.

La experiencia muestra que, al momento de escoger entre un perro o un gato, los políticos y los hombres de negocios —aquellos que gustan mandar—, suelen decidirse por el mejor amigo del hombre; los escritores, en cambio —gente ácrata, por lo general—, se inclinan por los felinos entre otras razones porque —como decía Jean Cocteau— no se conoce que haya gatos policías.

Por experiencia personal sé también que quien se arriesga a hospedar a una gata forastera no tardará en ver inundada su casa por una numerosa prole gatuna que salta y corre por toda ella. Así como en nuestros pueblos andinos el gato vagabundo es personaje infaltable, también lo es en las ciudades mediterráneas. Qué sería de la Roma milenaria sin sus felinos que viven a la sombra de ruinas etruscas e imperiales.

Un ambiente silencioso, ordenado y quieto hace feliz a un gato y mejor aún si todo ello encuentra en la mesa de un hombre de letras quien precisa de un entorno como ese para su trabajo intelectual. Esto explicaría, en parte, la afinidad que siempre ha existido entre escritores y felinos. Chateaubriand, Poe, Baudelaire, Mark Twain, Colette, Hemingway vivieron rodeados de gatos y escribieron acerca de ellos. Edgar Allan Poe, autor de ese espeluznante relato “El gato Negro”, vio en el felino su modelo de estilo: “Me gustaría —dijo— que mi escritura fuera tan misteriosa como un gato”. Baudelaire vio en el felino doméstico una bestia voluptuosa de mirada “fría y profunda (que) hiere como un dardo”.

Se ha dicho que el gato es animal “políticamente incorrecto” por lo individualista, solitario e independiente, más anárquico que disciplinado, que no condesciende con nadie; si permanece en casa no es porque se lo alimenta y cuida sino porque le da la gana de quedarse. Tan cerca y lejos a la vez, el gato será siempre ese compañero que desde su mundo impenetrable nos mirará con esa actitud suya, fría y enigmática, de ídolo antiguo.

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