“Darás viendo”, “darás pensando”, “darás trayendo”, expresiones clásicas del habla quiteña y evidencia de hechos que superan largamente el manejo del idioma y el acento regional. Su exploración podría proporcionar datos interesantes acerca de cómo somos y de por qué somos así. Por lo pronto, el inefable “darás viendo” indica que estamos marcados por el miedo al imperativo, y por la incomodidad frente al trato directo. Incomodidad de quien manda y de quien obedece.
Siempre me llamó la atención —por curiosa y, a veces, por graciosa— esa forma de soslayar un idioma que, como el español, gira en torno a la frontalidad y cuyo ritmo está determinado por los tonos inapelables y los decires imperativos. Ya sea resultado de vivir entre los picos de los Andes o de la proximidad al quichua o producto del mestizaje, el hecho es que el habla popular se caracteriza por el circunloquio y el tanteo, por el uso de la frase que soslaya y disimula, que dice sin decir y sugiere sin mandar, y por el predominio de una cadencia que ruega incluso cuando se debe ordenar. Esto es cierto al punto que esas características del habla popular, por contraste, inducen a confundir la frontalidad con la grosería, y explican por qué los estilos breves y directos hacen sufrir a no pocos interlocutores.
Casi hemos desterrado del habla cotidiana el uso del imperativo. Eso ocurre en desmedro del idioma y en perjuicio de la claridad. La literatura ha hecho prudentes aproximaciones al tema, y ha recogido, pocas veces ciertamente, ese modo de hablar sugestivo, pero encubierto, que se enreda en las medias tintas, se esconde en sugerencias e insinuaciones, se evapora en los silencios y se explaya en el rodeo aquel del “darás pensando” o del “darás viendo”, que resultan chuscos y paradójicos en extremo.
Otra manifestación de ese comportamiento se advierte cuando uno va por los viejos caminos de la sierra, y le pregunta al campesino que saluda: ¿cuánto falta para llegar al pueblo?; la respuesta invariable será “aquicito no más es”. Pero, para el inadvertido viajero resulta que el “aquicito no más” es distancia que no se mide ni tiempo que se calcula. Claro que ahora el GPS ayuda y hace que tal respuesta se quede en la anécdota. Pero tal modismo persiste en el campo como síntoma rico y útil para entender la cultura popular que transita entre el soslayo y el diminutivo. Quien usa el “aquicito no más” lo hace para achicar distancias y no asustar al preguntón, y obedece al mismo espíritu del “darás viendo”, ese disimulado mandato que evita la frontalidad, para no ofender.
“Aquicito no más” y “darás viendo”, modismos del habla popular que son ventanas para entender al país desde una perspectiva distinta.