Nos han dicho los historiadores y narradores, o al menos la mayoría de ellos, que los grandes imperios surgieron gracias a las hazañas bélicas y estratégicas de hombres que han sido ampliamente reconocidos en libros y documentos de época. Sin embargo, poco o nada se ha mencionado a las mujeres que fueron decisivas para la formación, supervivencia y expansión de esos imperios.
El escritor Santiago Posteguillo reivindica en dos obras magníficas a uno de los personajes femeninos que la historia había olvidado o marginado de forma deliberada, la emperatriz Julia Domna, en sus novelas Yo, Julia (Premio Planeta 2018) y Y Julia retó a los dioses (Planeta, 2020).
Esta mujer, a la que la historia conoció siempre como la esposa de Septimio Severo, emperador de Roma, fue en realidad quien encumbró a su marido al más alto cargo del imperio e incluso a su divinización en el Olimpo, y logró formar la última dinastía que gobernó los territorios dominados por los romanos entre los años 193 y 235 d.C.
Julia Domna, hija de reyes de origen sirio, brilló en aquellos tiempos no solo por su belleza física que es lo que han resaltado casi todos los historiadores, sino de manera especial por su inteligencia y coraje, por un agudo sentido de intuición que resultaba casi infalible, por su capacidad como estratega y por una ambición que la llevó en muchas ocasiones a violar los límites morales y religiosos tanto con extraños como con los de su propia sangre.
En Yo, Julia se presenta un juego de violencia retorcida, plagado de intrigas, secretos y traiciones en los que ella será el personaje central. Septimio Severo, su esposo, deberá eliminar a sus principales enemigos en aquella encarnizada lucha por el más alto cargo del imperio: el brutal Cómodo, el senador Pértinax, Juliano, Pescenio Nigro y Clido Albino. Y en Y Julia retó a los dioses, ya como emperador, el más poderoso del mundo, deberá enfrentar no solo a los nuevos enemigos del imperio, sino también a la muerte, a la trascendencia y a esos dioses del Olimpo que se dividirán a favor y en contra de la dinastía tan anhelada por su esposa, la emperatriz, el verdadero poder detrás del poder.
Las dos novelas se sostienen en una trama que resulta imposible de soltar, especialmente por la fuerza de sus personajes y por el rigor histórico que su autor imprime en cada página, siempre, por supuesto, apelando a la indispensable ficción que rellena los vacíos de la historia y que, al mismo tiempo, humaniza a esos hombres y mujeres que hicieron de aquel uno de los períodos más interesantes y trascendentales de la humanidad.
Pero, por sobre todas las virtudes de dos obras de enorme calidad literaria, escritas por un investigador acucioso y narrador potente, los lectores apreciarán y coincidirán en que Julia Domna encarna el poder femenino que ha estado presente y ha sido decisivo, aunque la propia historia, casi siempre escrita o relatada por hombres, se ha encargado de ocultar o borrar.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.