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«El poeta», por don Marco Antonio Rodríguez

Destella el blanco de su guayabera, el pantalón y su abundante cabellera; la mano derecha asida a un bastón y la mirada escudriñadora desde su porte imponente. Carlos Eduardo Jaramillo...

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Foto: Diario La Hora

‘No estamos aquí para llorar./ No hemos venido para ser felices./ Venimos para combatir’.

Destella el blanco de su guayabera, el pantalón y su abundante cabellera; la mano derecha asida a un bastón y la mirada escudriñadora desde su porte imponente. Carlos Eduardo Jaramillo (Loja-1932) no ha perdido su porte altivo y digno con el paso de los años. Estudió Derecho y vivió con pulcritud de su profesión sirviendo al país como juez. Pero su razón de ser y estar aquí en la tierra ha sido la poesía.

En su período inicial (‘La trampa’, ‘Maneras de vivir y de morir’, ‘La noche y los vencidos’, ‘El hombre que quebró sus brújulas’), el poeta se internaliza en los laberintos existenciales y en la búsqueda de Dios. Angustia, inermidad, desvalimiento, y también rebelión y osadía: ‘Porque todas las cosas, día a día/ implacables trabajan nuestra ruina’.

El poeta siente el amargor de la fugacidad humana y se rehúnde en ella. Creemos que vamos a vivir toda la vida, pero la inmortalidad es un sueño que lo avienta el tiempo. ‘Hay un olor a daño/ a irreversible pérdida/ a fiera agazapada cazándonos el corazón/ hay un anunciamiento/ de algo diríase la muerte sin posible eternidad/ de algo diríase la eternidad sin posible retorno’.

En nuestra América los poetas ‘coloquiales’ (Jaramillo lo es) heredaron de Whitman su aliento, pero no su optimismo; asumieron ese soplo para significar la angustia de la existencia, la cósmica y a veces sórdida soledad del ser humano. ‘Encerrado en el sarcófago de espejos/ donde todos los rostros son/ mi rostro/ no amo a nadie más que a mí mismo/ tan infinitamente solitario’.

‘Llegamos tarde para los dioses y muy pronto para el ser… —dijo Heidegger— cuyo iniciado poema es el hombre’. Este es el dios de Jaramillo y sus contemporáneos. El ser humano es lo incompleto, aunque sea íntegro en su mismo inacabamiento. Jaramillo provoca: ‘porque en la lotería del pensamiento cruel/ de Dios/ quiso que lo extrañáramos/ e intuyéramos/ como el padre que no es/ que no sería’.

Vueltas y revueltas alrededor de uno mismo. Trampa y cautiverio: el derrotero del ser humano en nuestro tiempo. Estamos confinados a una soledad confusa y nuestro presidio es tan grande como el planeta por donde deambulamos: ‘Estos son los instantes de la gracia/ esta la gloria de la transitoriedad/ el regalo del tiempo embellecido por la muerte’.

La segunda fase poética de Jaramillo es un himno a las cosas simples. Dialoga con los demás, cuenta el cuento de la vida. Los ayeres. El barrio de la juventud y su desenfadada manera de desafiar la vida, el amor, la muerte y el tiempo. La presencia bendecida de la madre. El hogar y su aroma a exilio del progresivo e inexorable fin. ‘Nuestro estilo/ nuestra manera de entender la vida/ estaban condenados a desaparecer/ tenían demasiada ternura/ demasiada alegría en su violencia/ cosas tan en sazón/ que no podían durar más del confiable tiempo de la juventud/. ¡Oh gracia de los dioses!’ Que así sea.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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