Para Voroshilov Bazante (Ambato, 1939) vida y arte es una trepidante aventura. Estampida, precipitación, raudo ajetreo de un punto a otro, con el solo afán de indagar y ultimar los extremos.
Iconoclasta, vehemente, arrebatado, capaz de armarse de una navaja de barbero y en la inauguración de una Bienal, desgarrar un lienzo como símbolo del ‘oficialismo’ cultural, o zampar por los aires a un hombretón que se mofó de uno de sus delirantes abstractos.
A los doce años Bazante ganó un concurso de dibujo y desde ahí ha dedicado su vida a dibujar y pintar. Cuando supo que iba a realizarse una Bienal en Sao Paulo trabajó tres obras y las presentó a Benjamín Carrión. No convenció al maestro el arte de Bazante y lo instó a que trabajara más. Irascible, arrojó sus cuadros a un basural, pero su apasionada vocación no se detuvo, siguió trabajando con denuedo.
Su ciclónico temperamento lo indujo a viajar sin tregua. Sus series las edificó en el constructivismo (ciudades), y otra superrealista, de eroticidad sutil y sensitiva, en las cuales trabajará siempre: desnudos y caballos. Experimentó técnicas renacentistas para el fundamento de la materia. Su abstracto: gestualismo orgiástico del color. Tierra, agua, fuego, aire, desprendidos en vibrantes colores, girando en espirales sin fin. Viaje al fin de la luz. Líneas, signos y símbolos fraguados en ese espejo de obsidiana que usaban nuestros ancestros y que dice llevar en su ser.
El dibujo zen —fruto de sus andanzas por países orientales y copiosas lecturas— sustentó otra serie. Conciliación entre formas, colores y estructuras sorprendentes. En sus escenas cósmicas, vegetación, pájaros, insectarios, series surrealistas o hiperrealistas es el artista pintor de la vivacidad. Sus desnudos: humedece el pincel japonés y esparce en la cartulina tenues lloviznas de amor, levanta la mano hasta la altura de su respiración y luego cae, liviana, para trazar las regocijadas líneas de las formas.
Vida y obra de Bazante es camino y trance. Crear con rapidez, secreto para crear lo vivo, el signo esencial de su obra. Sus series son fulgores emanados de su ánima, incluidas aquellas que trabajó, acusatorias y dramáticas, sobre el desquiciamiento por el poder: guerras, genocidios, felonías, devastaciones. Fingir es conocerse. La lucha de la creación está dentro del artista, no es contra el soporte: lienzo, cartulina, papel, mármol… Bazante lo sabe y dibuja y pinta demasiado bien como para angustiarse. Confía en su lápiz, en su pincel, en su espátula, y sigue caminando. El trapecista no puede titubear cuando reta a la muerte en la cuerda del circo. Ese es su caso.
El Voro, trashumante empedernido, eufórico, alborotador, buscavidas, duende del arte y de la vida. Huracanado, milagrero. Él y su arte. Nadie más. Nada más.
‘Soy un grito que flota entre la niebla/ solo yo me escucho/ Vengo desde lo oscuro de la carne/ y descubro que solo fue luz lo que encontré aunque ya no está conmigo’.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.