Columpio de oro tibio
Túnel de escarcha.
Convoy de vidrios deslustrados,
Soy un témpano
con los líquenes blancos de las manos.
Era mucho. Era tanto.
No más arcoiris.
Ni hélices.
Ni acantilados.
Nómades huracanes míos
que hacían danzar a los barcos borrachos.
Era mucho. Era tanto.
No más luciérnagas brujas.
Ni jabalinas de topacio.
Apenas lo que quiero es arroparme con el calcio
de esta tierra que sabe enflorar a sus mástiles:
álamos, álamos, álamos.
Era mucho. Era tanto.
No más panderetas.
Ni bengalas.
Ni llanto.
Apenas una brizna de este sol sonámbulo
que enciende las cerezas de los pezones cárdenos
en las medias manzanas núbiles de los senos.
Era mucho. Era tanto.
No más Tú.
Nunca más Tú.
Ni los pentecosteses dorados
de tus éxtasis largos.
Quiero morir en tu recuerdo,
como muere un olor en otro olor amado.
Era mucho. Era tanto.
No más ascuas de tu boca.
Ni amatistas de tus lágrimas.
Ni bermellón de tu júbilo mágico.
Apenas la pluma
de una caricia tuya que se resbala
sobre mi piel de hielo antártico.
Era mucho. Era tanto.
No más cráteras de miel bermeja.
Ni aceite perfumado.
Ni mirra para el humo ingrávido.
Apenas una música que suba hasta mis párpados
—hasta hacerme llorar—
como si fuera una burbuja en un vaso.
Era mucho. Era tanto.
No el ónix de tu cabellera al viento.
Ni el azafrán de tus uñas gemelas.
Ni el ámbar de tu vientre pálido.
Apenas una sonrisa clara,
diamante de un veneno blando.
Era mucho. Era tanto.
Esta noche, se escucharán mis pasos
en todas las distancias del espanto,
mientras los postigos de las ventanas
acribillen con sus agujas de ópalo
a los caballos encabritados.
Vino negro. Vino negro.
Más, siempre más.
Aldabonazos. Aldabonazos.
Este bosque de sombras se estrecha como un aro.
Más, siempre más.
¿Quién apagó la lámpara?
No.
Yo quiero ser un ventisquero de mi montaña
con los glaciares de mis brazos.
Nevera de eternidad para todos los ríos blancos.
Cobre, hierro y cuarzo.
Risco bravío en la mitad del páramo.
Yo quiero ser un canto bárbaro
cantado por todos los pájaros.
Todo, el Todo que tiembla
en el agua de argento de un cacharro.
Tengo sed de mí mismo en el espacio.
Y clamo.
¡Porque al fin blandiré la espada de un relámpago
sobre la tempestad de mis últimos astros!
Fuente: Obra poética, de Gonzalo Escudero. Quito : Ediciones Acuario, 1998, pp. 112-114.