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«En horas de amargura» (Alfredo Baquerizo Moreno)

¡Señor, Dios de mis padres! / A ti levanto el alma, / en horas de amargura, / si triste, resignada. / De Ti tan sólo espero, / con íntima confianza, / que de mi mente arranques / la duda que me abrasa / Postrado de rodillas / al pie de los altares...

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¡Señor, Dios de mis padres!
A ti levanto el alma,
en horas de amargura,
si triste, resignada.
De Ti tan sólo espero,
con íntima confianza,
que de mi mente arranques
la duda que me abrasa.

Postrado de rodillas
al pie de los altares,
a iluminarme venga
la luz de tus verdades.
Si el cáliz de agonía
¡oh Cristo! tú apuraste,
la hiel quedó en el fondo
que beben los mortales.

Aún oigo enternecido
la voz de tus campanas,
y a su pausado acento
medita y ora el alma.
Aún tiene el incensario
perfumes que la embriagan,
la cruz de tus altares
consuelos y esperanzas.

Las tiernas oraciones
que, niño, repetía,
olvido poco a poco
al avanzar la vida.
¡Herencia de la madre
que llora en mis fatigas!
¡Consuelos dad al pecho
que busca fe perdida!

¡Oh dicha engañadora
de los primeros años!
¡Oh místicas visiones
de un cielo que soñamos!
¿Por qué dejáis, huyendo,
tan negro desencanto
en alma ya sin guía,
sin luz y sin amparo?

La paz de la inocencia,
que vela en nuestra cuna,
cuando la lucha estalla
¡ah! nunca torna, nunca.
Mil negros pensamientos
la humana mente cruzan,
cual rayos que abrasaran
la nube en que se ocultan.

Y vamos entre sombras
que velan débil vista,
a tientas removiendo
recuerdos y cenizas.
El peregrino busca
asilo en las ruïnas,
si en árido desierto
la soledad divisa.

A veces imagino,
en horas de tormenta,
que el cielo se reviste
de pompa y de grandeza,
para insultar, Dios mío,
dolores de la tierra.
¿Acaso el ¡ay! humano
jamás allá resuena?

Perdona, sí, perdona
mi culpa o mi delirio;
en su turbión me arrastra
el crimen de mi siglo.
A ciegas se desborda
como acrecido río;
pon diques al torrente,
o alumbra su camino.

Las teas del incendio
apaga con tu soplo,
extingue en nuestros pechos
los implacables odios.
O fe y amor cristianos
cual débil freno, rotos,
¡ay! quedarán de tu obra
tan solamente escombros.

¿O quieres en tu santa
indignación, que se hunda
la sociedad rebelde
que a solas piensa y duda?
¡No! Si mi Edad sucumbe
en la gigante lucha,
que vele, por lo menos,
tu cruz, su inmensa tumba.

Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

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