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«Entre el cinismo y la integridad», por don Fabián Corral

Así vivimos ahora, sin tiempo y sin paz para mirar a otra parte y descubrir que, bajo la superficie putrefacta, aún hay gente que lucha por sobrevivir sin renunciar a sus valores, sin olvidar la integridad, sin abdicar...

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Alienados por la pequeña política; ahogados por las noticias sobre un país enfermo de corrupción; asombrados por las tragedias que deja el crimen; espeluznados por tanto desafuero y abuso; frustrados por la inutilidad de la Ley, por la caducidad del sentido de autoridad, por la tontería de unos y la audacia de otros. Y porque vemos cómo asciende la insignificancia y trepa el cinismo.

Así vivimos ahora, sin tiempo y sin paz para mirar a otra parte y descubrir que, bajo la superficie putrefacta, aún hay gente que lucha por sobrevivir sin renunciar a sus valores, sin olvidar la integridad, sin abdicar de aquello que alguna vez se llamó honradez, y de ese civismo que se suprimió en las clases y en la vida, para suplantarlo por cargas ideológicas que han envenenado y esclavizado a la sociedad.

Mirar un noticiero es asistir a la caída libre de una república, y, lo peor, de un sistema político que camina a ciegas, sin respuestas, con instituciones quebradas. Somos ahora testigos de cómo las sociedades se suicidan, de cómo la tolerancia llega a los límites de la complicidad, de cómo la indolencia y el acomodo pervierten, de cómo todo esto nos lleva, incluso, a negar lo bueno y a derogar el sentido común. Hemos suplantado la vida, la sencilla vida nuestra, con la mentira disfrazada de verdad.¿ Estamos perdiendo la capacidad de asombro, la posibilidad de indignarnos? El cinismo corroe de tal modo a la sociedad, que anula la capacidad de avergonzarse, deroga el rubor que alude a la dignidad. A ese punto hemos llegado.

El cinismo que se va metiendo en cabezas y corazones, apela al perverso argumento de la tolerancia, a la excusa de que “así mismo es”. Semejante consuelo conduce a la indolencia y al acomodo. Y con frecuencia, al aplauso, a festejar la viveza, a justificar al pícaro porque “ha sido pilas”, síntoma de que la enfermedad no se agota en el Estado y la política, y de que la trampa, quizá, es parte, de una “sociedad de ladinos”.

¿Se puede restaurar la ética, intentar ir por otro rumbo entre la obscuridad y desconcierto ? ¿Es posible hablar con calma, pensando en el país? ¿Es posible todavía escuchar de los gobernantes palabras firmes y mensajes claros?. Firmes y claros, sí señor, porque necesitamos saber a dónde vamos, y con qué equipaje contamos.

Quiero pensar que sí es posible. Que allí hay una tarea grande para la gente que no ha renunciado a vivir honradamente, que no quiere ser millonaria por arte de magia política, que le pesa la conciencia, que cuida sus valores, que se precia de su nombre. Hay una tarea grande para cada persona decente y sus familias.

Todo eso, claro está, es extraño al smog que nos ahoga y a la farra interminable. Se necesita un poco de aire fresco, un poco de llovizna que limpie tanta basura.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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