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«Estirpe de la danza» (César Andrade y Cordero)

Hundida en una yema de terciopelo y música, / Estatua derruida de lácteos estupores, / La danzarina esconde su manantial sumiso / De almendro y filigrana en las vencidas sienes; / Mas de pronto cadenas luminosas desata / Y emerge arborescente hacia la noche...

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Hundida en una yema de terciopelo y música,
Estatua derruida de lácteos estupores,
La danzarina esconde su manantial sumiso
De almendro y filigrana en las vencidas sienes;
Mas de pronto cadenas luminosas desata
Y emerge arborescente hacia la noche:
Emerge destellando la fuga y el dintorno,
Y agriamente el cabello sobre el viento sucede.
Incendiando el soslayo entre crines de lumbre
Duendes de ópalo caza y cosecha delfines;
Cava, talla —los labios entreabiertos—, cincela,
Y va al aire robando sus mágicos tesoros.
Las manos y los muslos batallan sus palomas,
Débiles cuellos de cisne saludando en sus brazos.
Pero en la frente hay triunfos, y arrobos, y marfiles,
Y entre un clamor de lirios palpita el vientre manso.
Es la danza y su vino, su turbión y fermento,
Es la danza y su espasmo, su embriaguez y martirio,
Es la danza y el gozo de pacer sus vellones,
Es la danza y su estirpe de palmera y jacinto!

Amazona flamígera capitana insensata,
Pudiéramos fiarnos, danzarina, en tu veste;
Pudiéramos fiarnos en tu inocente lumbre,
Pero quién osaría quebrantar tus dragones,
Domar el torbellino que te arde en la cintura.
Nos das así la ronda del caracol, la ronda
De la ola y la centella, o bien la ronda
Del relieve votivo, de la Pentesilea
De Niké sin sandalias, y transmites
Y entregas tus orgías de nieve y terciopelo:
Entregas la Afrodita de Gnido, y los tritones.
Y el auriga de Delfos, la nereida de Xanthos,
Y los vasos de Midias y las Panateneas.

¡Ah cómo desatarte la llama, cómo hundirnos
En asombro y denuedo cuando llegas
Desde el durable y quieto país del alabastro
Con tu merced de trombas y arroyos de blancura
A caer como un témpano de musical histeria
Inevitablemente en nuestras manos.
Cómo asir tu costumbre manantial que viene
Ciñéndose a los frisos y al borde de los vasos
Helenos, y tan solo deja caer simiente
Carnal de adormideras, de liebres y de sátiros,
De viña y narcisos, y adolescente mármol.
Te albergas en el lago musical, danzarina,
Como yace el querube que vive en la persona
Del nenúfar enfermo de blanca pesadumbre;
Mas, de nuevo, libélula acrobática fugas
Portando antorchas rubias y cestas de corcheas.

Doncel encuentre, luego, tras los sagrados leones
De Grieg, tras las serpientes de Ravel, tras el tirso
De Mendelsohn, la abeja de Chopin y los faunos
De Debussy en los prados sinfónicos del sueño;
Doncel en los gimnasios, irguiendo sus talones
En un fuego de nácar y antílopes con luna;
Vestal inextinguible y diosa clandestina,
Disparas al espacio tu muslo encabritado,
Y corres y detienes el tiempo de las rosas.
Deidad vertiginosa, por los prados melódicos
Irritas y galopas tus yeguas de perfumes;
Mas no hay mejor silencio de dormida corola
Que el congelado fiordo de tu entreabierta axila:
Su sonrosada valva la música atesora
Y, como el mar, la música pespuntea en su orilla.
Por eso, danzarina, enciende tus oleajes
De conchaperla y ópalo, de luna y alabastro;
Enarbola serpientes y látigos y espectros;
Y cosecha tus peces, e invéntanos tus potros
De cóncava armonía, sopla briznas melódicas,
Y, agita, vencedora, tu tempestad de mármol.

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