«Estuardo Maldonado y el olvido», por don Marco Antonio Rodríguez

Hay seres humanos que siembran historia y dejan huella. Seres que dejan obra que transgrede tiempo y espacio. Es el caso de Estuardo Maldonado y su vasta creación visual. Transgresión: quebrantamiento de la propia sustancia...

Hay seres humanos que siembran historia y dejan huella. Seres que dejan obra que transgrede tiempo y espacio. Es el caso de Estuardo Maldonado (Ecuador, 1930-2023) y su vasta creación visual. Transgresión: quebrantamiento de la propia sustancia del ser y del ámbito en el cual le correspondió vivir.

Nada ha quedado de la obra de tan excepcional artista, por más que una universidad —la única en nuestro país, visionaria y humanista— hizo todo por salvarla; gesto enaltecedor respondido con argucias de gente codiciosa y sórdida.

Del símbolo al dimensionalismo

El artista vino de Roma iniciados los 90 del siglo XX. De mediana estatura, garboso, intrépido, delgado y refinado, austero y afable, incauto como todo soñador. Cuidaba con desvelo de esteta sus trajes y abrigos, sus fulares y zapatos de vestir con punta estrecha. Ascético y abstemio. Riguroso en su gimnasia que iniciaba a las cinco de la mañana. Puntilloso en los materiales para su oficio: piedras, acero, lienzos, cartones, maderas, óleos, cinceles, gubias… Trabajador obsesivo, casi no salía de su caserón enclavado en el viejo corazón de Quito, zona donde abundan paseadoras y malandrines que siempre lo cuidaron.

Perdía la cabeza por las piezas arqueológicas, así alguna fuera de dudosa originalidad. Varias veces le reconvine por su desorbitado coleccionismo; nunca tuvieron eco mis palabras. Canjeaba sus invaluables obras por barros sin la menor autenticidad.

Cruzamos correspondencia desde los 80, gracias a lo cual conocí su vasta cultura en artes, historia, religiones, matemática, física, astronomía… Roma fue su segunda patria. Allí fundó su familia y grabó su nombre como uno de los artistas más notables de su tiempo. Públicos y críticos lo consagraron, él nada hizo para dichos logros.

Fui, acaso, uno de sus escasos amigos. Guardo testimonio escrito de su afecto entrañable que fue recíproco. Por eso puedo dar fe de su mayor utopía: venir a su lugar de origen para donar su obra, la de renombrados artistas y su colección arqueológica, en especial la Valdivia: alfa y omega de su vida, que es decir de su arte.

A los 14 años se rebeló. Viajó a Guayaquil portando ese mundo obnubilador y prometeico de su vocación de artista. Allí pintó marinas, desnudos, rostros y retratos. El dibujo exaltó sus lienzos. La línea liviana y limpia, sin celadas y, en cuanto al espacio, con signos que develaban su osadía para dilatarlo o excavarlo. Aquello de Jaspers: “cinco manzanas sobre un plato pueden constituir la formulación de una verdad trascendente”. Véanse Paisaje, 1947; Hermanas, 1948; La siessta, 1950, o Regreso al nido, 1959.

¿Qué hizo grande el arte de Estuardo Maldonado? Sus ciclos ahítos de sabiduría y belleza. De la pintura metafísica de Carlo Carrà tomó sus esencias sagradas para fundirlas con su obsesivo ancestralismo. Sus series Del simbolismo al dimensionalismo; Neoplasticismo, Geometrismo, Constructivismo; módulos, estructuras ambientales y supercomponibles, hipercubos… engendradas con su impronta Valdivia. Conciliación de multidiversas vertientes plásticas con nuestra cultura primigenia. Preámbulo lúcido de su hallazgo del acero. Los públicos y críticos más exigentes de Europa y Estados Unidos quedaron absortos cuando el artista arrancó poesía del acero en sus célebres ínox-color.

Los últimos meses de 2023 corrieron rumores sobre su salud. Nadie dio la verdad definitiva. Fui a su casa con quien lleva a mi mano las certezas. Nadie respondió nuestros porfiados llamados, hasta que un comedido vecino nos dijo que había escuchado que Estuardo había muerto en noviembre.

El olvido no deja vestigio. Borra todo rostro, todo rastro. Adultera pruebas y recompone signos. Enreda, trastorna, dispersa. La lápida —dice Lewis Hyde— conjura olvido y recuerdo. ¿Dónde está la que lleva el nombre de Estuardo Maldonado? ¿O alguien cumplió con su voluntad de esparcir sus cenizas en Valdivia Real Alto?

“Solo una cosa hay [sic]. Es el olvido./ Dios, que salva el metal, salva la escoria./ Y cifra en su profética memoria/ Las lunas que serán y que han sido”.

Este artículo se publicó en el diario El Comercio.