He visto con ojos desmesurados los restos
de tantas palabras
palabras llenas de neón que venden todo
inclusive la sensibilidad y el destino
uno queda reducido a ser un musgo en medio
de tanta cromática anárquica y relampagueante
como un esclavo queriendo descifrar el maleficio
que lo degüella.
El cuervo de Poe encandilando mi corazón
hunde su pico afilado
no hay una superficie y uno no sabe
qué víspera le cae sobre la vida
qué violento arrebato le rompe la ternura
el atavío
la urdimbre del cerebro.
Me siento como un demente cuerdo que quiere
salir a rajatabla
del orificio que me hunde
en un sombrío estigma
que quiere echar sus palabras en desuso
vomitarlas como heces de algún ladrido amargo.
El smog va poco a poco ennegreciendo el
pedazo de sueño que todavía me queda
dulce me afano por desnudar mi encrucijada
mi torpe anatomía astrológica pendiente de la
suerte
el calor de mi luz dentro de tanta luz de
oropel.
La vida se me enerva con todos sus
cuchillos
—la herida sólo transcurre—
digo: dónde está esa palabra presagio
cómplice de mis instintos
en qué cansada pesadilla la abandoné
para que nunca lea ni observe mi epitafio
para que ya no sienta el rumor caudaloso
de mi voz interior
desgastándose
desgarrándose entre las navajas lumínicas
de las malolientes y grises avenidas
de esos zócalos de muñones que se llaman ciudades.