Fortuna es una novela colosal, sus 434 páginas exigen que el lector medite durante días y, mejor, vuelva sobre muchas páginas. Hernán Díaz, argentino que escribe en inglés y vive en Nueva York, ganó el Premio Pulitzer de este año, con ella, hay que leerla para apreciar su caudalosa y multiforme historia, su poderosa estructura.
Nos resulta natural que la riqueza económica se multiplique por sí misma. Miradas desde afuera, las operaciones financieras parecen ocurrir en un mundo abstracto, que cuenta con su propio idioma y con códigos numéricos que solo expertos pueden comprender. Pero allí están los ricos para mostrar que entre herencias y acciones arriesgadas se pueden construir imperios económicos. Por aquí van las cosas en esta novela que yo simplifico con mis palabras, aunque reduzca su intrincado curso en el cual no existen certezas.
Díaz opta por contar una historia por medio de cuatro versiones: una novela, una autobiografía, unas memorias y fragmentos de un diario. La primera, como lo dictamina el género, tiene licencia para inventar, para crear personajes, aunque tengan un referente en la vida real; esto conlleva a que el magnate que se siente tocado por el lenguaje imaginario reaccione para “aclarar las mentiras” y componga una versión de su vida que, redactada por interpuesta persona, pinte la inspirada edificación de su riqueza y la virtuosa personalidad de su mujer. Cuando la redactora, pasadas décadas, recuerde ese contrato de trabajo, el lector podrá comparar las versiones anteriores y leerá por encima del hombro de ella, unas páginas secretas que le darán la iluminación final para comprender el conjunto.
Uno de los muchos puntos de deslumbramiento lo produce el texto cuando muestra la utilización de cuatro formas de escritura totalmente diferentes: fraseo, vocabulario, laconismo, fluidez, elegancia contenida, capacidad de sugerencia, van siendo usadas según quien redacte y con qué intenciones. El millonario, imbuido de una falsa modestia, justifica su acción financiera haciendo apología del libre proceder —según él, la Reserva Federal se creó para limitar las iniciativas individuales— que, en su caso, siempre coincidieron con su espíritu de servicio a la patria. Una caída como el crac de 1929 en los Estados Unidos no podía ser responsabilidad de una sola persona, afirma, aunque su pensamiento en voz alta vaya revelando las tremendas responsabilidades que tuvo en tal hecho.
En el corazón de tres versiones se yergue una mujer, la cuarta es su propia voz. Quién es y, más que nada, cómo es la esposa del acaudalado: una mujer afectuosa que puso la nota hogareña en una mansión que parecía un museo, o acaso una generosa benefactora que apoyó a artistas y bibliotecas, tal vez una aristócrata que adornó con su origen el matrimonio de un millonario judío. ¿Por qué el marido ofendido de la imagen que da de ella la novela inicial —hasta de una muerte infamante— pretende limpiarla encubriendo y deformándola?
Desenvolver ese ovillo es un precioso ejercicio intelectual que los lectores de Hernán Díaz emprendemos con placer y con un interés exacerbado que no tiene nada de policial, sino del auténtico afán de resolver el misterio de una personalidad. Quien desee incursionar en estas páginas, prepárese para una lectura de ambiciosa lucidez.
Este texto apareció en el diario El Universo.