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«Furia inquisitorial», por don Diego Araujo

Reproducimos el artículo de opinión que don Diego Araujo Sánchez, académico de número, escribió para le diario El Comercio.

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La editorial Hachette decidió dar marcha atrás en la publicación de las memorias de Woody Allen. Argumentó que ha difundido y continuará difundiendo muchos libros desafiantes y reiteró que, en su trabajo profesional, se asegura que se escuchen distintas voces y puntos de vista conflictivos. Sin embargo, después de dialogar con sus empleados, que se manifestaron en contra de que la empresa acogiera bajo su sello editorial la autobiografía de Allen, Hachette concluyó que esta vez no sería posible seguir adelante con esa publicación. ¿Por qué impidió la difusión de eventuales páginas polémicas y privó a los lectores de conocer puntos de vista conflictivos?

En su artículo “Matar a Woody Allen”, publicado en diario El País, Elvira Lindo da una acertada respuesta: “Infectados por esa enfermedad social de la furia —escribe la periodista española— los empleados americanos de la editorial Hachette salieron a las calles para protestar por la publicación… Parece no importar que la justicia haya desestimado dos veces la culpabilidad del director en los abusos que le achaca su hija. No basta con que actores y actrices hayan renegado públicamente de él cuando hasta antes de ayer se rendían babosamente a sus pies; no resulta suficiente castigo el que ya no se estrenen las películas en su país, o que se haya convertido en un apestado social en esa ciudad que en parte inventó. Hay que matarlo. Se trata de la damnatio memoriae que se practicaba en la Antigua Roma con los considerados enemigos del Estado, aunque allí, al menos, se esperaba a que el condenado falleciera para borrar todo aquello que lo recordara”.

No se trata de propiciar el perdón y olvido de actos reprobables y penados por las leyes. A la justicia corresponde castigarlos.

En el caso de las acusaciones de su hija adoptiva Dylan Farrow, tras largas investigaciones, la justicia exoneró a Woody Allen de culpa.

Tampoco, como afirma su hijo Ronan Farrow, se trata de falta de ética y compasión por las víctimas de agresiones sexuales. No. Es que también el acusado tiene derecho a que se lo escuche. A todo ser humano asiste ese derecho. ¿Por qué negarlo a una persona con la trayectoria del gran creador, con 50 obras en su filmografía, y algunas de ellas maestras? ¿Por qué negarlo al autor de teatro y de relatos, al guionista, actor y director de cine? ¿Es ética la encarnizada furia persecutoria? ¿O resulta un exceso dictado por la nada compasiva ceguera y la hipocresía de cierta militancia feminista hollywoodense?

Toda mi solidaridad y respeto por la lucha contra la violencia de género y el abuso infantil; pero hay una distancia sensible entre estas nobles causas y la arrogancia y dureza de quienes se convierten en inquisidores para condenar al prójimo y censurar e impedir la circulación de ideas y obras de arte.

Este artículo se publicó en el diario El Comercio, en este enlace.

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