En un emocionante y profundo diálogo entre el ensayista, crítico y filósofo George Steiner, por entonces octogenario, y Cécile Ladjali, joven educadora de una escuela en un barrio periférico de París, diálogo que se ha recogido en el libro Elogio de la transmisión[1], entre muchas luminosas ideas sobre el papel de los maestros en la transferencia de conocimientos y la importancia clave del lenguaje, la lectura y la formación humanística en la educación de los jóvenes, Steiner reitera algunos conceptos en torno a la función del profesorado y la enseñanza del lenguaje sobre los cuales me parece oportuno reflexionar: “Ser profesor- señala el maestro Steiner- es una vocación absoluta…quizás la profesión más enorgullecedora y, al mismo tiempo, la más humilde que existe”[2]. En otro momento del diálogo afirma: “El profesor ha de sacar al alumno de su mundo, conducirle hasta donde no habría llegado nunca sin su ayuda, y traspasarle un poco de su alma…”[3] Y antes había señalado: “Toda pedagogía digna de tal nombre constituye un ejercicio de ingenio, una disciplina del corazón, precisamente en un momento en que el ingenio y el corazón se hallan en un estado de extrema vulnerabilidad”[4].
Pienso que ninguna reforma curricular ni la adopción de modernos recursos tecnológicos desencadenan la innovación educativa. Esta tiene que pasar antes por una revalorización social del papel de los maestros y el mejoramiento de su formación, condiciones absolutamente necesarias para enfrentar crisis educativas como las que padece nuestro país. Una auténtica pedagogía ejercita el ingenio de los estudiantes, es decir su capacidad para discernir, para hacer uso de la razón, pero también de su intuición, de las facultades creadoras, y busca orientarles hacia el manejo de los sentimientos y las siempre determinantes y complejas “razones” del corazón. En relación con el lenguaje, el sabio filólogo y escritor señala que “la palabra es el oxígeno de nuestro ser”[5]. Para Steiner, una de las más importantes batallas de los centros de enseñanza consiste en conseguir que el lenguaje no salga empobrecido. “Mientras que cada lugar común significa la muerte de una posibilidad vital- dice-, cada hermosa metáfora nos franquea, literalmente, las puertas del ser”[6]. Menciona el filósofo este poder de las imágenes porque la profesora Ladjali había conseguido, tras un largo ciclo de lecturas y aprendizajes, formar y motivar al grupo de sus estudiantes hacia la aventura de escribir poesía y teatro. Su diálogo con Steiner es también una esclarecedora reflexión sobre las virtudes y dificultades de la lectura de obras literarias y, sobre todo de la poesía, en la formación de los jóvenes. Enseñar a leerla sirve como un extraordinario recurso pedagógico.
¿Por qué he traído a colación estas ideas acerca del lenguaje y la enseñanza al presentar Gazapos ecuatorianos de Fernando Miño-Garcés? Porque la obra puede ubicarse dentro de esa difícil batalla contra el empobrecimiento de las palabras y porque, en mi criterio, refleja la vocación docente del autor. Si los lugares comunes representan la muerte de una posibilidad vital, cuánto más destructivos y asesinos de la riqueza comunicativa de las palabras son los gazapos, aquellos yerros que por inadvertencia deja escapar quien escribe o habla, según los define el Diccionario de la Lengua Española.
Fernando Miño-Garcés enfrenta en diez capítulos los gazapos no lanza en ristre, como convendría a alguien que exhibe luengas y quijotescas barbas, sino con la reiterativa y paciente calma de un rabino, cuyos perfiles cuadran bien con el rostro barbado del autor de Gazapos ecuatorianos: dequeísmo, queísmo, uso del pronombre relativo que, el “que” galicado, régimen, concordancia, concordancia de tiempos, gerundios, numerales, verbos de conjugación dudosa. En estas diez categorías centra el autor su lucha contra errores arraigados y frecuentes en el habla ecuatoriana; y lo hace de una forma sistemática, con un desarrollo que atiende más al sentido práctico que a la amplia exposición de fundamentos teóricos y razones gramaticales para las aconsejadas enmiendas de los gazapos, aunque no faltan en apretada síntesis esos fundamentos y razones.
En cada uno de los diez capítulos, el punto de partida es el registro, a modo de ejemplos paradigmáticos, de errores en boca de altos funcionarios gubernamentales, conocidos locutores y entrevistadores, autoridades de la Asamblea Nacional, estudiantes universitarios, alcaldes, políticos, personas de diversos grupos sociales y profesionales; o errores detectados en los medios de comunicación… Cierta marcada generosidad o el talante nada confrontativo del autor le llevan a no identificar con nombres y apellidos a los autores o las fuentes de los agravios contra la lengua, sino a optar por dejarlos en la sombra del anonimato y solo señalarlos en su traje genérico: el alcalde de una ciudad de la Costa, un asambleísta de la Provincia de Galápagos, el presentador en un noticiero de la noche de una canal de cobertura nacional, un ministro de Estado, los encontrados en un periódico de circulación nacional…
Después de los ejemplos recogidos por el lingüista siempre atento al habla en parte del entorno nacional, llegan sus juicios para explicar el porqué de las incorrecciones y la propuesta de formas prácticas y sencillas para caer en cuenta de estas. Después, refuerza la constatación de los gazapos y sus enmiendas con nuevos ejemplos de usos correctos e incorrectos; y termina su enseñanza con un resumen sustancioso de las orientaciones gramaticales para justificar la batalla contra los errores con cuya ejemplificación inicia cada capítulo.
El carácter de obra útil se refuerza con materiales que el autor reproduce, resume y adapta o que los presenta con un sentido práctico: así, por ejemplo, al tratar de régimen para guiar en la selección de las preposiciones que se deben utilizar con cada verbo, proporciona a los lectores una lista de verbos en los que ha detectado frecuentes dificultades en el habla de los ecuatorianos a la hora de utilizarlas de forma correcta. Esa lista, como explica el autor, proviene del “Gran diccionario de uso del español actual, basado en el corpus lingüístico de CUMBRE de la Sociedad General Española en Librería (SGEL), elaborado por un equipo de lingüistas de la Universidad de Murcia y dirigido por el profesor Aquilino Sánchez”. O en el capítulo dedicado a los verbos de conjugación dudosa, ofrece cuadros con modelos de esa conjugación y verbos que siguen aquellos modelos. La lista final de estos, presentada en forma alfabética, facilita resolver las dudas en cada caso con el cuadro correspondiente. En este plano de obra útil, Gazapos ecuatorianos es libro para tener a mano y consultar de forma reiterada.
Fernando Miño-Garcés sigue en su trabajo una tradición que inició el primer director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, don Pedro Fermín Cevallos, con su “Breve catálogo de errores en orden a la lengua i al lenguaje castellanos”. Los primeros registros de su catálogo publicó Cevallos en 1861, casi tres lustros antes de que se hubiera creado la Academia, y en sucesivas ediciones lo enriqueció con nuevas voces y una sección dedicada a los galicismos, hasta la quinta y última edición que vio la luz en 1880. El Breve catálogo… es un primer registro del español que se habla en el Ecuador del siglo XIX. Aunque la medida final de la corrección sea para Cevallos el Diccionario de la Real Academia Española, el ilustre intelectual ambateño muestra un talante más bien amplio para la época en relación con las realidades del habla local: “Es seguro que no faltarán -escribe- quienes, arrimándose a la necesidad de que todos los pueblos de la tierra tienen que servirse de ciertas voces i frases peculiares a cada provincia, defiendan sus vicios del lenguaje con calor i hasta con aferramiento. Pero no se trata de privarles de tal costumbre, sino de hacer conocer las correspondientes al uso jeneral de la lengua, para que así puedan dejarse entender de cuantos no pertenecen a la misma provincia, i para que no introduzcan la jerga de los provincialismos cuando conversan con jente culta, cuando se dirijen por escrito a los tribunales y magistrados, i principalmente cuando escriben para el público”.[7] Pese a la concepción elitista de la cultura que alienta en estas palabra, explicable para su tiempo, Cevallos – que distingue los usos locales de la lengua y el uso general, más allá de la provincia, en el ámbito público-, no considera como objetivo de catalogar los vicios del habla despojar al pueblo de los usos de palabras y frases peculiares, sino que apunta hacia un objetivo más alto: posibilitar la más amplia comunicación. Esta es la justificación principal de su tarea
Desde el último cuarto del siglo XIX cuando inició su vida institucional la Academia Ecuatoriana de la Lengua, y a lo largo del siglo XX hasta nuestros días, tanto los miembros de número como los correspondientes han colaborado en el registro de los usos peculiares del habla ecuatoriana y en el trabajo de corrección idiomática. Carlos R. Tobar, que fue también director de la institución, publicó en una revista a fines del siglo XIX un Diccionario de quiteñismos,que fue el núcleo para su libro Consultas al diccionario de la lengua, que vio la luz por primera vez en 1902 y, por segunda, en 1907[8]. A ese título sigue entre paréntesis unas líneas que revelan la naturaleza de su trabajo: “Algo de lo que falta en el Vocabulario académico y de lo que sobra en el de los ecuatorianos…” Entre los empeños más cercanos de corrección idiomática, se destacan artículos con amplia difusión en los medios de comunicación nacional: en el diario El Comercio, los artículos de Humberto Toscano, el mayor estudioso del Español en el Ecuador; las columnas Cuide su Lenguaje del jesuita Miguel Sánchez Astudillo en ese mismo diario y la Cárcel de Papel de Hernán Rodríguez Castelo en diario El Tiempo de Quito; “Lenguaje para todos” publicó durante a lo largo de una década Susana Cordero de Espinosa en HOY y después mantuvo la columna “Un espacio para el lenguaje” en diario El Universo. Numerosos académicos han aportado para el enriquecimiento del habla de nuestro país en otras publicaciones y desde sus cátedras en colegios y universidades y, sobre todo, por medio de la creación de poesía, novela, teatro, ensayo y artículos de opinión en diarios y revistas.
El trabajo de señalar gazapos y proponer las respectivas enmiendas es parte de esa batalla contra el empobrecimiento del lenguaje de una comunidad. Ciertamente no es un quehacer sin riesgos. En ocasiones, el apego inflexible a la norma académica lleva a proponer enmiendas de improbable uso: por ejemplo, me viene a la memoria lo leído, décadas atrás, en una columna de un apreciado defensor del buen decir que reprochaba al abuso tan del habla ecuatoriana del no más: entre no más, salga no más, camine no más, etc., etc. Y proponía, por ejemplo, como corrección del “entre no más”, la fórmula “entre, no tenga reparos en hacerlo”.
Debo decir que en pocos casos he hallado en el libro de Gazapos ecuatorianos que el remedio sea peor que la enfermedad, aunque no me resisto a traer alguno de ellos: en el capítulo del que galicado, al autor corrige muy bien frases como “es por eso que no podemos salir de las casas”, que adolecen del calco de la sintaxis francesa, y propone la sencilla y limpia forma de “por eso no podemos salir de las casas”, pero da luz verde a “es por eso por lo que no podemos salir”, lo cual es una forma de complicar más aún la retorcida sintaxis del “es por eso que”.
Supongo que las páginas de esta obra darán pie a provechosas discusiones. Y no faltarán lectores que, impulsados por los mismos empeños que Fernando Miño-Garcés, buscarán señalar algunos errores que se escapan en el texto, para celebrar aquello de aguacil alguacilado. Sin embargo, en esta ocasión solo pretendo ponderar los méritos del útil trabajo del autor, que se integra a la tradición de académicos de la lengua en batalla contra el empobrecimiento de las palabras. Junto a mi efusiva felicitación al gramático de Gazapos ecuatorianos y lexicógrafo del Diccionario del español ecuatoriano, consigno una muy sincera, cordial e igualmente efusiva al Centro de Publicaciones de la PUCE, en la persona de su director, Santiago Vizcaíno, por la excelente factura editorial del libro. Larga vida, pues, para esta publicación.
[1] George Steiner y Cécile Ladjali, Elogio de la transmisión, Madrid, Siruela, 2005.
[2] Elogio de la transmisión, p.161
[3] Elogio de la transmisión, p.37.
[4] Elogio de la transmisión, p.31.
[5] Elogio de la transmisión,p.110.
[6] Ibid.
[7] Pedro Fermín Cevallos, Breve catálogo de errores en orden a la lengua i al lenguaje castellanos, Loja, Estudio preliminar de Hernán Rodríguez Castelo, Coedición Editorial Universitaria UTPL, Academia Ecuatoriana de la Lengua, 2008, p. 218
[8] Carlos R. Tobar, Consultas al diccionario de la lengua española, segunda edición, Barcelona, Imp. “Atlas Geográfico” de Alberto Martín, 1907