En eso consiste, según el narrador de la novela Taco bajo, el juego de billar. Con inflamada palabra de aficionado empieza la historia: “Si no es tu corazón en llamas el que cae en la tronera como la bola quince para apagarse silenciosamente, esto no es para ti”. Teñida de ironía, casi de cinismo, continúa por laberínticos senderos ecuatorianos hacia un paisaje de desoladora lucha: la consigna es sobrevivir.
Confieso que esta es la primera pieza del quiteño Santiago Vizcaíno que leo, a pesar de que tiene poesía, cuentos, ensayos publicados. Con formación literaria en nuestro país y en el extranjero, se trata de un conocedor que desde la trinchera del Centro de Publicaciones de la PUCE ha impulsado con vigor y acierto la circulación de títulos nacionales. En su novela anterior, Complejo (2017), ya apareció Willy, su protagonista, un buscador de vidas que regresa desde España y se instala en una playa de Manabí a jugar billar, luego de una fallida experiencia como profesor de Literatura.
Seguirle la pista a este jugador, bebedor y fumador que va de una noche de pugna con un contendor poderoso a un encuentro sexual o a un hecho delictivo interroga al lector sobre las pulsiones del ser humano. ¿Qué empuja a un hombre a una serie de actos sin meta? ¿Cómo se gestó esa especie que pasa por la vida que no deja huella? ¿Desde dónde una persona puede afirmar “me gusta la decadencia”? Es evidente que estamos frente a una novela de personaje, en la cual entender las claves de los hechos depende de entenderlo a él.
Y una buena cifra para esa comprensión está en su paso por un colegio de estudios secundarios —cuya identidad será clara para cualquier conocedor de Quito— donde se levanta el edificio de su masculinidad, a base de la reprensión que genera rabiosas formas de desobediencia en términos de sexualidad (allí salta a la memoria la lectura de La ciudad y los perros, de Vargas Llosa), violencia y acerba homofobia. Había que ser varón y mostrarlo. Luego, el adulto es una amalgama de conciencia antisistema, amor familiar a distancia (su reacción ante la muerte de su padre nos toma de sorpresa) y oportunismo aventurero. Resulta imposible empatizar con él. O sentir aversión completa.
La narración en la voz de Willy está llena de un tono definitorio. Tal vez porque ha sido escritor, el personaje medita y suelta frases sapienciales: “El mestizaje… es la condena de no pertenecer a ninguna tradición” o “El bien es vida y la muerte es mal” o “La vida es un acto de recuperación”, todas en medio de la acción, nutrida de suficientes giros como para estar alimentada hasta el final.
Taco bajo es una novela corta —las elipsis y la economía descriptiva son unas de sus fortalezas— que dosifica bien aconteceres y referencias como para confirmar que emerge del Ecuador; así consigue también simbolizar esa especie de tejido necrosado en el que el país parece detenido.
Este artículo apareció en el diario El Telégrafo.