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«Guayasamín», por don Marco Antonio Rodríguez

Junto a La Capilla del Hombre, el día que murió Guayasamín —proseguían excavaciones y trabajos—, se descubrieron tumbas de nuestros ancestros que, acaso, vinieron a acompañarlo en su último viaje...

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Detalle del autorretrato de Oswaldo Guayasamín

“Al salir de su Capilla, cae pertinaz la lluvia. La sonrisa triste de Oswaldo me acompaña como si fuera una cicatriz devuelta por el tiempo”.

Visito una vez más La Capilla del Hombre. Saludo con Pablo, el hijo de Guayasamín, quien más cerca estuvo de él, en su volcánico y apasionado itinerario vital y creativo. La Capilla, quizás su proyecto artístico —sueño y desmesura— más amado, codiciado, incomprendido (digo quizás porque lo mismo fueron los murales esparcidos en el mundo, las obras en todas las técnicas y dimensiones que dibujó y pintó, y siento como si estuviera en la entraña de la tierra, en el magma de la vida, del tiempo sin tiempo, de un espacio espantoso y único donde se aloja la historia convulsa de la humanidad).

Junto a La Capilla del Hombre, el día que murió Guayasamín —proseguían excavaciones y trabajos—, se descubrieron tumbas de nuestros ancestros que, acaso, vinieron a acompañarlo en su último viaje. ¿Extraña pirueta de su tumultuosa existencia? ¿Fuego fatuo que dejó diseñado para completar su leyenda? ¿Póstumo recado que legó para remover en sus poltronas a sus detractores? Porque este artista solo tendrá devotos o enemigos, es el fatum de quienes transgreden tiempo y espacio.

En mi memoria su presencia y humanidad. Sus dibujos para mi ‘Historia de un intruso’ que, por un favorable azar, tanto le conmocionó. Un centenar de imágenes nacieron de su inagotable genio. ¿Cuántas noches nos reunimos para esa aventura junto a Juan Manuel Rodríguez y José Félix Silva? En una de esas tintas Guayasamín trajo al mundo una criatura de los confines del ser. Allí seguirá exaltando las ediciones de ese afortunado libro.

Torturado y risueño, arrebatado y efusivo, su sensibilidad extrema le impelía a llorar cuando Gonzalo Benítez interpretaba nuestra música. ¿Con Guayasamín terminó la gran pintura denunciatoria en América? Llanto, ira y esperanza, la tríada de su obra. Al salir de su Capilla, cae pertinaz la lluvia. La sonrisa triste de Oswaldo me acompaña como si fuera una cicatriz devuelta por el tiempo. Vivir es despedirse largamente de un lugar donde nunca estuvimos.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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