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«Jean Paul Sartre 40 años después», por don Juan Valdano

Se cumplen 40 años de la muerte de Jean Paul Sartre quien falleció el 19 de abril de 1980. Según Anne Mathieu “con la desaparición de Sartre parecía finalizar una época de compromisos y de rechazo a las constricciones del decoro…”

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Se cumplen 40 años de la muerte de Jean Paul Sartre quien falleció el 19 de abril de 1980. Según Anne Mathieu (Le monde diplomatique) “con la desaparición de Sartre parecía finalizar una época de compromisos y de rechazo a las constricciones del decoro… Aquel que encarnó al intelectual total presente en todos los frentes del pensamiento tiene dificultades para encontrar un lugar póstumo digno de tal nombre en su país”. Si hoy su pensamiento ya no cuenta con la aceptación de las nuevas generaciones (hay un “rechazo” al autor de “La náusea”), otro fue el impacto que su palabra tuvo en los años de la posguerra.

La vida intelectual en la capital de Francia renació en 1945. Muchos artistas y escritores la visitan, miran a París como el centro de la nueva cultura europea. En este escaparate cosmopolita, Sartre y el existencialismo se convirtieron en punto de atracción no solo intelectual, sino turística.

En ese mismo año, Sartre y Maurice Merleau– Ponty, fundan “Temps Modernes”, la revista tenía un lema muy decidor: “El hombre es totalmente comprometido y totalmente libre.” Y por si quedara alguna duda, el mismo Sartre proclamó que sus ideas constituían el “nuevo credo” para “los europeos de 1945”. Sartre no ejerció su magisterio en un en un claustro universitario, escribía y disertaba frente a la mesa de un café del barrio de Saint Germain de Press. Si el pontífice romano ejerce su autoridad mundial desde el Vaticano, un barrio de Roma, el papa del existencialismo, Monsieur Sartre ejerció su magisterio filosófico en un sector del barrio latino de París, territorio bohemio en cuyos bares se discutía con ardor la nueva doctrina.

Desde el Siglo de las Luces tal había sido el secular modo de hacer vida intelectual entre los franceses. En el “café literario” se parieron todos los ismos de la imaginación estética del siglo XX. Sartre y De Beauvoir fueron asiduos del Café de Flora, situado en la esquina del bulevar Saint-Germain y la calle Saint-Benoît. Sartre desayunaba allí (dos copas de coñac) y se sentaba a una mesa del piso de arriba para escribir durante tres horas.

Este era el santuario de Sartre, pontífice ateo, esta su catedral y su cátedra donde se impartía una ideología inédita: el existencialismo. A él acudía una legión de devotos, enjambre tan locuaz como inquieto de estudiantes e intelectuales, sobre todo, de militantes del partido comunista. Todos habían caído atrapados por la nueva ideología que difundía el autor de “Las manos sucias” y “El ser y la nada”, un estilo de vida orientado a la acción, el compromiso político y, no obstante, desencantado del ser humano. El existencialismo sartriano fue una consecuencia de ese ambiente moral de decadencia y fracaso que sobrevino luego de la tragedia colectiva, interpretó ese pesimismo con el que Europa resurgía de entre las ruinas.

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