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«José Vasconcelos y sus amigos ecuatorianos», por don Gustavo Salazar

El político y pensador mexicano tuvo amistad con varios intelectuales ecuatorianos. En su estadía en Europa frecuentó en Marsella al escritor y diplomático quiteño César E. Arroyo. De aquel vínculo se conservan 18 cartas y cuatro...

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Gabriela Mistral llamó al pensador mexicano José Vasconcelos «apresurado de Dios»; José Carlos Mariátegui lo señaló como el pensador hispanoamericano más optimista acerca del destino de la zona latina de América; Romain Rolland, dentro de la serie de sus vidas de ilustres personajes como Gandhi o Beethoven, pensó en escribir su biografía, pero no lo hizo.

Su amigo del Ateneo de la Juventud, su paisano Alfonso Reyes, llegó a describirle como uno de los creadores de la nacionalidad mexicana; Benjamín Carrión lo incluyó en su serie de ‘Creadores de la nueva América’; Gonzalo Zaldumbide manifestó sus reservas respecto a su pensamiento mesiánico y, finalmente, Carlos Pellicer se refirió a él con estas palabras: «Nunca he estado más cerca del genio que como ahora cerca de Vasconcelos».

Por su carácter arrollador y carismático, se entiende que fuera capaz de comandar la transformación educativa en su país como secretario de Educación entre 1922 y 1924. Tuvo la misión de agrupar en este ambicioso proyecto nacional a talentosos personajes nacionales y extranjeros.

El político y pensador mexicano tuvo amistad con varios intelectuales ecuatorianos. En su estadía en Europa frecuentó en Marsella al escritor y diplomático quiteño César E. Arroyo. De aquel vínculo se conservan 18 cartas y cuatro postales fechadas entre 1925 y 1934. Cuatro son un cruce epistolar con un grupo de jóvenes de la ciudad de Otavalo que crearon la Liga de Cultura José Vasconcelos. El resto, remitidas a Arroyo, nos permiten conocer algunos de los movimientos que Vasconcelos hizo por Europa en ese decenio de su vida. Varios de sus viajes fueron en compañía de ecuatorianos.

Vasconcelos asistió en 1925 a la lectura que Alfonso Reyes hizo de pasajes de su poema dramático ‘Ifigenia cruel’ en el departamento de Gonzalo Zaldumbide, entonces embajador de Ecuador en Francia. El pensador mexicano lo registró en el tercer volumen de su ‘Ulises criollo’, una de las mejores autobiografías en lengua española, obra publicada en 1938.

Luego de su fracaso en llegar a la presidencia de México, Vasconcelos viajó por Estados Unidos y se trasladó a Europa. Remite su correspondencia desde distintas ciudades. Con el fin de ayudarle en su subsistencia, que se volvió más complicada por su oposición ideológica al mandatario de su país, amigos cercanos suyos como Gabriela Mistral, Arroyo y Benjamín Carrión, gestionaron el viaje del mexicano a Ecuador, con el propósito de que desempeñase una cátedra por un tiempo en nuestro país. Llegó a Quito en junio de 1930. Solo pudo impartir unas conferencias pero no pudo quedarse en el país.

Todos estos avatares constan en su autobiografía, en la que registró que no habría logrado realizar este viaje sin la ayuda e intervención de Gonzalo Zaldumbide, por esas fechas Ministro de Relaciones Exteriores de Ecuador.

Una verdadera primicia para los vasconcelistas es un documento de 12 cuartillas mecanografiadas y firmadas por Vasconcelos, originales conservados actualmente en el archivo de Arroyo en Madrid, administrado por sus herederos y que no está registrado en la bibliografía del autor de ‘La raza cósmica’ y que se publicó por única vez en El Comercio, el 21 de junio de 1926. Se trata del prólogo para un libro que César E. Arroyo no logró concluir ni publicar «salvo algunos capítulos» y que se iba a titular Ensayos sobre la constitución política mexicana de 1917, escrito al que después pretendió llamar El libro de la tierra. Esta obra inconclusa e inédita obtuvo por «insólita circunstancia» otro prólogo, nada menos que de Gabriela Mistral, en 1929.

Benjamín Carrión se ocupó de Vasconcelos con un excelente ensayo, en 1928, en su libro ‘Los creadores de la nueva América’ la relación intelectual que podemos constatar a través de las 14 cartas remitidas por el escritor mexicano en el quinquenio 1927-1931, que se conservan en el archivo del autor lojano en las que constan planes de viajes y algún malogrado proyecto editorial. Arroyo, además, escribió ‘El presidente Vasconcelos’ en 1929.

Existen otras dos cartas de Vasconcelos, una a Isaac Jesús Barrera en la que le pide las señas de un librero en Ecuador para que distribuya la revista que dirigía: La Antorcha.

La segunda es a Jorge Carrera Andrade, un acuse de recibo del poemario ‘Boletines de mar y tierra’ (1930).

A ellos se debe añadir el artículo de José Rafael Bustamante (1930) que Vasconcelos reprodujo en su autobiografía y un ensayo de José María Velasco Ibarra, de 1931, dedicados al escritor azteca.

Si bien no altera en esencia lo registrado en las biografías de Vasconcelos, tenemos ya varias y muy interesantes, sí debería ser motivo de nuestra atención —en tanto que toca de lleno a nuestro país— a la hora de abordar aspectos poco conocidos de la apasionante vida de este importante intelectual mexicano.

Este artículo apareció en la edición impresa del diario El Comercio del fin de semana del primero y 2 de abril de 2023.

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