El Ecuador se ha acostumbrado a vivir anclado en la perversión de los subsidios, en la idea falsa de que las cosas no cuestan, de que el “pueblo” tiene derecho a la gratuidad, de que el Estado es padre y madre, proveedor de la felicidad sin esfuerzo.
Esa mentalidad prosperó primero entre las izquierdas, contaminó después a la población y socavó incluso los valores de la iniciativa privada.
La verdad es que de los subsidios, los precios artificiales, los monopolios, y de la idea de que “esto y más me merezco”, viven los transportistas, muchos trabajadores, algunos empresarios, burócratas y los políticos preocupados solamente por sus carreras electorales y el terror a perder votos. Y están los que entonan los pasillos de siempre.
La teoría de la gratuidad y la tesis del subsidio como estrategia política, marcan al país, envenenan la economía, quiebran las finanzas y provocan el crecimiento del Estado. El paternalismo, antecedente del populismo, explica el fenómeno. A la clase política le interesó siempre asegurar la dependencia de aquellos a quienes se les mira como a “menores de edad perpetuos”: los integrantes del “pueblo soberano”. Esa dependencia asegura triunfos, justifica disparates, encubre cobardías y es sustancial a la mentira como modo de ser, como estilo que induce a meter la cabeza en el hoyo, negar las evidencias, y gritar, cuando no a agredir.
La estrategia del populismo depredador tiene que ver con la dependencia del pueblo de los favores del dirigente, de las promesas, tarifas falsas y subsidios.
Una parte de la gente, por interés, desinformación o ignorancia, se identifica con las visiones de los aspirantes a caudillos, sin advertir que, tras la tragedia de las repúblicas de papel, están la falsificación de la realidad y el engaño.
Los subsidios encubren una mentira. Las tarifas falsas, encubren una mentira. La gratuidad encubre una mentira. Lo penoso es que se ha habituado a los “pueblos” a la falsificación de la historia, la economía y el derecho. De allí que incluso la clase media se identifique con esas sistemáticas falsificaciones que pervierten la democracia.
Desmontar los subsidios es una exigencia que impone la ética pública y la responsabilidad en el manejo del Estado. El Ecuador no puede vivir más tiempo sumergido en el engaño de los precios falsos. Toda ficción concluye. El problema es que hay dirigentes, gremios, políticos y gente común que se niegan a salir del teatro de los títeres y asumir con responsabilidad la verdad de la economía, la historia y la política.
El ejemplo más patente y trágico de lo que ocurre cuando se apuesta a vivir de la ficción, la mentira, el subsidio y el populismo, es Venezuela. ¿Seguiremos ese camino o tendremos la entereza de encarar la realidad
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