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«Las formas del Mal», por don Juan Valdano

Estamos sumidos en una noche larga y tenebrosa y la aurora tarda en llegar. La pandemia que hoy diezma a la humanidad entera, sombra que avanza por la extensa geografía del mundo, es la noche de la que hablo...

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Estamos sumidos en una noche larga y tenebrosa y la aurora tarda en llegar. La pandemia que hoy diezma a la humanidad entera, sombra que avanza por la extensa geografía del mundo, es la noche de la que hablo; noche que nos obliga a interminable reclusión, a abandonar el acelerado ritmo que tenían nuestras vidas. No obstante, esta obligada quietud nos permite descubrir que el mal encarnado en la pandemia no es algo abstracto, es una realidad concreta y omnipresente en la historia de los hombres.

Testigo de los horrores del nazismo y del totalitarismo soviético, Albert Camus observó que los demonios de su siglo tenían rostros de filósofos: Hegel, Marx, Nietzsche. De igual forma, nosotros podríamos decir que los demonios que sumieron en el atraso y en las crisis que hoy agobian al Ecuador tienen nombres y apellidos conocidos: son los de aquellos estridentes políticos que, hasta hace poco, lo gobernaron. El mal que sembraron lo estamos cosechando. Cuando la sensatez es perseguida y la estulticia es la que gobierna, el mal nunca andará solo, la violencia y estupidez lo acompañarán siempre.

El mal ha sido un actor preponderante en la historia de la humanidad. Conforme avanza la modernidad, el mal adopta nuevas caras. No solo está presente en las guerras y en las ideologías totalitarias, ahora —“se arraiga también en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, como en la cuestión de los refugiados o en las orgías verbales de odio anónimo y en los despliegues de insensibilidad que encontramos en Internet”. (Zygmunt Bauman). Quien escoge hacer el bien obedece a los íntimos impulsos que le dictan el amor y la razón; quien escoge el mal se deja dominar por el odio y la irracionalidad del instinto.

El mundo está hoy amenazado no solo por las acciones de encumbrados malvados que ostentan alguna forma de poder, lo está también por aquellos que los sostienen y aguantan. Cuando la TV exalta los supuestos éxitos de avezados criminales, cuando los capos del narcotráfico son encumbrados al nivel de superhéroes es un signo de que la sociedad que así procede ha extraviado los más elementales principios de cordura y moralidad. Al igual que la perversidad, la estupidez es infinita en este mundo.

El mal surge cuando el hombre irrespeta los espacios sagrados de la Naturaleza, invade los ámbitos propios de ella y rompe el equilibrio biológico de las especies; cuando manipula las inexorables leyes de la genética; cuando despierta las oscuras fuerzas destructoras del átomo desatando con ello el apocalipsis, el acto final de la especie humana.

El hombre contemporáneo ha extraviado la percepción del misterio, ha perdido el sentido de lo tremendo, se ha vuelto insensible al horror, le obsesiona el vértigo del momento final. Todo apunta a que no estamos lejos de ver lo nunca visto: la hecatombe global.

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