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«Marilyn», por don Marco Antonio Rodríguez

En una rejilla de ventilación del metro de Nueva York quiere aliviar el calor de un despiadado verano. Su vestido aletea y ella ensaya su sonrisa celebérrima, sometiendo al mundo. Cuatro o cinco mil pirañas de todas las pelambres...

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“Vida: soy tu cara y tu cruz. / Casi siempre colgada boca abajo, / pero fuerte como una telaraña al viento” (Marilyn Monroe).

Cuentan que de entre sus tres cónyuges y la multitud de amantes que le endilgó el morbo humano, fue Joe DiMaggio, el beisbolista, el único que la amó y el último que lloró su muerte. “¿Cómo escribir una historia de mi vida, preguntó a los vientos Marilyn, si no es sobre la verdad, ya que lo que siempre circulan son mentiras?” “No busques la verdad, es como si entraras a la guarida de los leones”, le contestaron.

Su madre esquizofrénica terminó en un sanatorio. La rubia dorada que alborotó al mundo quedó íngrima con la zozobra de que heredaría la locura de su madre. De casa en casa erró en calidad de recogida, sin embargo, solía escabullirse y se atiborraba de películas tardes y noches.

Única y múltiple, después de sesenta años de su muerte, ¿suicidio o asesinato?: metáfora inacabable, siguen evocándola millones de admiradores como al sol de ayer. Venerada y maldecida, deificada y estigmatizada, Marilyn es la actriz más fotografiada de la historia. (En una rejilla de ventilación del metro de Nueva York quiere aliviar el calor de un despiadado verano. Su vestido aletea y ella ensaya su sonrisa celebérrima, sometiendo al mundo). Cuatro o cinco mil pirañas de todas las pelambres sociales se apostaron frente a esa imagen en puja de soeces griteríos.

En otra aparece leyendo ‘Ulises’ de Joyce. Los medios se mofaron: “Ella es solo humo, nunca ha leído nada”, vocearon. Depresiva, adicta, frágil y bizarra, lúcida y sensible, sola, fue capaz de mostrar sus dos caras sin pudor ni pánico, ‘las dos carátulas’: comedia y tragedia. “Era el infierno, pero valía la pena”, dijo Billy Wilder, “Pero también el cielo”, concluyó Norman Mailer.

La hallaron muerta con la mano en el teléfono, nadie supo a quién iba a llamar. “Señor/ quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar/ y no llamó… ¡contesta Tú el teléfono”, levantó su plegaria Ernesto Cardenal.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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