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«Moda y pandemia», por don Marco Antonio Rodríguez

Según Lipovetsky, la moda en sentido estricto sale a luz a mediados del siglo XIV. La moda se afinca en la modernidad de Occidente. La moda no concierne solo al vestido; abarca lenguaje y formas, gustos e ideas, comida y mobiliario...

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Según Lipovetsky, la moda en sentido estricto sale a luz a mediados del siglo XIV. La moda se afinca en la modernidad de Occidente. La moda no concierne solo al vestido; abarca lenguaje y formas, gustos e ideas, comida y mobiliario, construcciones culturales. Asunto trivial, efímero, para muchos insignificante, ocupa un sitial en la historia. Con conciencia, con gusto o indiferencia, nadie escapa de ella. La moda manipula.

Seducción y fugacidad son principios organizativos de la vida colectiva moderna. Vivimos en sociedades abrumadas por la frivolidad; diosecillos ambulatorios, los seres humanos cruzamos el último capítulo de la ruta multisecular capitalista-democrática-individualista.

En el siglo XX la moda dejó de ser un fenómeno elitista y se erigió en un asunto de masas. El artesano rutinario dio paso a los genios de la moda. Son memorables las amistades y coincidencias artísticas de diseñadores de moda con artistas. Eclosionan libros y revistas, filmes, ‘El hilo fantasma’ es, quizás, el más reciente clásico.

La alta costura accedió a la categoría de bellas artes, mostrándose sobre maniquís vivos en fastuosos salones, pasarelas, aromas y centelleos de artificio. Se produjo lo que Poiret llamó el ‘miserabilismo de lujo’. El engalanamiento presuntuoso fue reemplazado por vestidos confeccionados con materiales modestos: jersey, telas de saco, paño de cocina o sintéticos, gracias al genio de la Diosa, como la llamó Picasso.

Perifollos y fantasías han signado la ruta de la moda. La moda lexicalizó palabras: dandis, leones, currutacos, lechuguinos, alta costura, vintage, look, outfit, avant-garde… Culto de lo fugaz. Celebración de la vanidad desde el omnisciente poder de los monarcas del dinero, exaltación del ego, el más iluso ejercicio, pues nos lleva a ocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez sepultados.

La pandemia que asuela a la humanidad produjo el más drástico vuelco de la moda. Atuendos que cubren desde la cabeza hasta los pies, enterizos con ‘dominio inusitado del estilo árabe’; adminículos de ciencia ficción: pantallas que enceldan el rostro, respiradores, gafas, guantes, telas ‘inteligentes’. Morigerada la estampida de la peste, los seres humanos nos uniformamos con mascarillas que serán parte de nuestras vidas por un tiempo que nadie sabe cuánto durará: hay higiénicas, quirúrgicas; diseños de marcas conocidas, acabadas con espléndidas bordaduras de oro y diamantes.

Como prueba de la mezquindad del ser humano y fuente perpetua del ridículo ha sido concebida la vanidad. No obstante, en París, bajo el colosal techo de vidrio del Museo Grand Palais, brillaron las letras iluminando la Semana de la Moda ‘figital’ (física y digital) en pleno repunte pandémico; mientras en otros mundos mascarillas de todos los colores, materiales, olores, han devenido bozales, a lo mejor, para que aprendamos a guardar silencio por un tiempo indefinible.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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