El Ángel de la muerte cabalga un famélico caballo conduciendo su ejército de esqueletos. Un cielo pardo rojizo anuncia tinieblas y espantos. Se incendia el mar y la tierra cruje de miedo. El monarca avaro ha muerto, un esqueleto con vestigios de una armadura metálica se apodera de su oro. Otro toca el organillo mientras observa la carreta de condenados a muerte atestada de cráneos. Perros descarnados hurgan en las vísceras de los muertos. Éxodo efervescente de muertos en vida y vivos con la única verdad del morir. Santos y pecadores, aristócratas y plebeyos, sabios e ignaros, héroes y villanos, ricos y pobres… todos caemos bajo la cruzada del Ángel de la muerte.
La muerte ha sido representada en millares de proposiciones visuales, pero ninguna alcanza la visión totalizadora de “El triunfo de la muerte” de Pieter Bruegel el Viejo. Ni el genio de Miguel Ángel o Rubens lograron esa conmoción que roza la crueldad de la obra de Bruegel. Apelando a la iconografía medieval, el artista funda una obra en la cual la muerte deviene como última verdad.
El tiempo huye. La humanidad va asida a él: somos polvo de un tiempo que pasa y arrasa, sin dioses ni milagros que puedan inmovilizarlo. Hay críticos que ven una señal de esperanza en la escena de dos jóvenes amantes que aparecen al pie de la obra. Quienes así piensan eluden al acechante esqueleto situado con sevicia por Bruegel detrás de la pareja.
¿Premonitorio de la guerra de los Ochenta Años? ¿Visión de la peste negra que flageló Europa en el siglo XIV, catarsis de un genio atormentado por la presencia de la muerte? Se ha dicho también que “El triunfo de la muerte” es la versión cáustica de un artista “rabiosamente ateo”. Como quiera que fuere, Bruegel logró la más conmovedora creación visual de la muerte de todos los tiempos.
La pandemia que flagela nuestra hora es una de las peores de cuantas registra la historia. ¿La especie humana saldrá mejor que antes luego de superarla? Hay quienes responden esperanzadoramente, otros con señales catastróficas. En todo caso, los seres humanos entramos ya a otra era. Usamos trajes de material antiestático, escudos faciales, guantes, lentes especiales; el recelo del contagio ha diseñado distancias físicas y suprimido la sociabilidad; se ha proscrito el abrazo; el miedo se esparce incoercible; alma en vilo, vivimos prendidos de los noticieros en pos de algún placebo.
Pandemia viral y moral. Las transnacionales farmacéuticas lidian guerras despiadadas. En Ecuador, dos expresidentes se refocilan en sus mendacidades y latrocinios. El orate de Bélgica manipulando a sus estólidos secuaces para que revienten las redes sociales con proclamas falaces, despavorido porque la justicia sigue los pasos del saqueo perpetrado por él y su banda. El otro orate, junto con sus hijos, mercadeando con el dolor y la muerte, vendiendo medicinas robadas y fundas para los muertos. ¿Cuál de los dos ha infestado más nuestro destino histórico?
Este artículo apareció en el diario El Comercio.