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«Navidad en el alma» (Jorge Dávila Vázquez)

Ha dicho uno de ellos / que escuchó unas voces, / muy dulces, muy bellas, / en la noche oscura. / —¿Voces? ¿Talvez de fantasmas, / en la noche oscura? / Pregunta Ismael. / —No, dice el muchacho...

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Van unos pastores…

Ha dicho uno de ellos
que escuchó unas voces,
muy dulces, muy bellas,
en la noche oscura.

—¿Voces? ¿Talvez de fantasmas,
en la noche oscura?
Pregunta Ismael.
—No, dice el muchacho.

—Quizá eran soldados,
en la noche oscura.
Hay muchos romanos
por toda Judea.

Opinó el vecino
Jonás, el que cuida
ganados ajenos,
en la noche oscura.

—Mueve la cabeza,
seguro el más joven,
que oyera las voces,
en la noche oscura.

—No, no eran fantasmas
y no eran romanos,
en la noche oscura.
Sus voces, ¡qué bellas!

—Creo que eran ángeles,
cantando a un niño.
Y en la noche oscura,
se le burlan todos.

De pronto se enciende
lucero infinito,
en la noche oscura,
y en silencio escuchan.

Todos temblorosos,
todos boquiabiertos,
ese gran milagro
en la noche oscura.

El canto divino
que en la noche oscura
inunda sus almas,
sus almas sencillas

Son voces angélicas,
murmuran aquellos,
que reían antes,
en la noche oscura.

Y sienten que adentro,
muy dentro de su alma,
brilla el cielo entero,
en la noche oscura.

—Claridad eterna,
musita el más viejo,
juntando las manos
en la noche oscura.

—Claridad divina,
mirando la estrella,
que alumbra el establo,
en la noche oscura.

Claridad que inunda
todo el universo,
disipa las sombras
de la noche oscura.

La estrella, el silencio,
el portal humilde,
los mansos rebaños,
todo es luminoso.

El joven sonríe,
el milagro se hizo
en la noche oscura
inundada de ángeles.

Y es un pequeñito
el sol de la noche,
el que ha iluminado
para siempre el mundo.

Un niño dormido,
que junto a su madre,
miran extasiados
esos rudos hombres

que antes se burlaron
del más joven de ellos
que escuchó el milagro
en la noches oscura.

Lámpara

Lleva tú la lámpara
y guíanos hacia
donde brilla intensa
esa luz tan blanca.

Sí, toma la lámpara,
y con tu pureza
de niño en los ojos
llenos de milagro,
guíanos a donde
duerme el Dios pequeño,
que da brillo al cielo,
voces a los ángeles,
sueños a los niños.

Ronda

Juegan las estrellas
en la ronda, ronda
del cielo infinito.

Ríen las estrellas
y una se extravía entre
las galaxias.

Y todos los astros
la buscan sin tregua,
pero no la encuentran.
Y pasan los siglos,
y un día la olvidan.

La joven estrella,
perdido su brillo,
vaga entre las sombras
de los universos.

Y una noche escucha
que cantan los ángeles
sobre el techo humilde
de un portal sombrío.

Se asoma curiosa,
triste y deslucida,
y mira a la madre,
tan dulce, tan joven,
y al niño que duerme
envuelto en pañales,
y a José que vela
su sueño divino,
y a los animales
que entibian el sitio.

Y algo se ilumina
adentro de su alma,
y se abre la rosa
de su luz perdida.

Florece la estrella
sobre el pobre techo,
del portal que sirve
de morada al dueño
del Cielo y la Tierra,
y sus rayos guían
a cuantos acuden
a llevar al Niño
sus ofrendas mínimas,
sus ricos tesoros,
su afecto de amigos…

Vienen los pastores
y vienen los reyes,
y a su luz tan blanca
se inclinan sumisos
ante ese pesebre
que acuna en sus pajas
a un Dios infinito.

La estrella sonríe,
sonríen los astros,
pues han encontrado
la hermana extraviada
hace muchos siglos.

Y todo es milagro
de voces y trinos,
y todo es concierto
de ángeles, luceros
y bestias humildes,
que arrullan el sueño
del Niño dormido,
cantando bajito
la gloria del Cielo
la paz de la Tierra..

Ven y une tu canto
a este gran concierto,
suave y luminoso,
que armoniza el mundo
y alumbra la historia
por todos los siglos.

Jorge Dávila Vázquez
En las Navidades del año 2011.

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