No soy yo
ni soy esto que escribo.
Tampoco soy la sombra de lo que habría querido ser
o escribir.
Menos aún, mi rostro en el espejo
fiel a su imagen
desde hace cuánta soledad en los relojes.
No soy la madre de tres hijos
ni la mujer de un irlandés americano
misógino
anarquista
ni el fantasma de mí
ni la serpiente en que pensé me había convertido
(en los poemas para Ulises
tú lo sabes).
No soy el poema que sigo esperando en las noches despejadas
—como caído del cielo—
y nada tengo que ver con ésa que se sienta a leer versos en la mecedora.
Pero me he acostumbrado tanto a mí
que tengo miedo de perderme
aunque, en verdad, no pierda nada si me esfumo
si mis sentidos
mis ideas
mis terribles presunciones
hacen un pacto con la muerte
a mis espaldas.
Tal vez por eso
mi pequeño personaje
inútilmente se entretenga en fantasías y supuestos…
Intimidado frente a aquello que sí soy
no puede más que alucinar
por si le creo, nuevamente, sus mentiras.