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«Nunca antes», por don Fabián Corral

Nunca antes, ni en los tiempos de las grandes guerras, el mundo se paralizó como ahora. Nunca antes vimos desiertas las calles de Roma, Madrid, París, Tokio, Buenos Aires, Quito. Nunca antes la economía tuvo un frenazo tan brusco y letal...

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Nunca antes, ni en los tiempos de las grandes guerras, el mundo se paralizó como ahora. Nunca antes vimos desiertas las calles de Roma, Madrid, París, Tokio, Buenos Aires, Quito. Nunca antes la economía tuvo un frenazo tan brusco y letal. Nunca antes se vaciaron aeropuertos, avenidas y carreteras. Nunca se cerraron las fronteras como ahora. Nunca antes el mundo sufrió la clausura universal de teatros, museos, cines, discotecas, restaurantes, iglesias, escuelas, universidades, oficinas y tiendas.

Nunca antes los indicadores de las bolsas de valores cayeron, como ahora, con tanta velocidad y persistencia. Nunca el silencio invadió estadios y avenidas del modo en que ahora lo hizo. No habíamos escuchado el unánime clamor de los gobiernos del mundo, agitados por el mismo miedo, desconcertados, hablando de la epidemia, recomendando el encierro, citando cifras de contagiados y muertos, apostando a la conducta de la gente, inermes ante la plaga. Nunca antes hubo tanta unanimidad trágica entre los noticieros, la prensa y las redes sociales.

La arrogancia de potencias y repúblicas de cartón se transformó súbitamente en temor. Los gobiernos dejaron de calcular ganancias, presupuestos y barriles de petróleo, y pasaron a contabilizar muertos, hospitales que no existen, insuficiencias del Estado, improvisación de lo básico. Fracasos. De la literatura aquella de la democracia barata, del protagonismo de los poderes, de la narración de la geopolítica, pasamos a la humildad, al lavado de las manos, al déficit de camas para enfermos. Y vemos ahora a los caudillos rogando prudencia a la gente común, ausente el principio de autoridad al que renunciaron por cobardía y disparate. Ausente el poder moral. En plena fiesta de la economía global, nos topamos con la verdad y quedó en evidencia la fragilidad de un mundo virtual hecho de imágenes y espectáculos. Se rompió la pompa de jabón, estalló en pedazos un mito.

Entonces, se volvió protagonista el médico, la enfermera, el paciente, el viejo que estorba, el policía. Empezamos a pisar en suelo firme y a asumir el costo de las ficciones, las negaciones y los disparates. Y se volvieron usuales los estribillos del “aislamiento”, el “distanciamiento social” y el encierro. Y descubrimos que, enredado entre la prisa y la ambición, habíamos olvidado el sentido común, habíamos dejado de lado la prudencia. Y descubrimos que el Estado servía apenas para el ejercicio de la política, y que, entre el tráfago de elecciones, discursos, presupuestos y macroeconomía, la sociedad y el Estado habían descuidado lo esencial: el hombre común, el niño, el anciano, el desvalido.

Descubrimos, de pronto, que estábamos inermes; que las instituciones eran una palabra, que los discursos que ofrecían la felicidad eran estafas inservibles, que no había camas suficientes en los hospitales ni vacunas ni medicinas, que habíamos olvidado los riesgos, que las epidemias no eran parte de la historia de la Edad Media, que eran una certeza, que el progreso no había solucionado lo básico, que la ciencia era un acertijo y que aún había adivinos y alquimistas. Y que, incluso en las peores circunstancias, la verdad resultaba incómoda, que la transparencia era asunto políticamente incorrecto.

Nunca antes no topamos así con la realidad, con tanta brutal certeza. Y enmudecimos, aturdidos, sorprendidos.

Fabián Corral Burbano de Lara
Quito, 16 de marzo de 2020
Primer día

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