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«Otras formas de habitar la Tierra», por don Juan Valdano

Han pasado 75 años de la finalización de la II Guerra Mundial. Luego de la debacle moral que significó para la humanidad esta experiencia, filósofos de distintas orillas reflexionaron acerca de las circunstancias que llevaron a la sociedad europea a la autodestrucción...

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Han pasado 75 años de la finalización de la II Guerra Mundial, la caída del nazismo y la desaparición de los campos de exterminio como Auschwitz. Luego de la debacle moral que significó para la humanidad esta experiencia, filósofos de distintas orillas reflexionaron acerca de las circunstancias que llevaron a la sociedad europea a la autodestrucción, al odio entre pueblos, a la barbarie. Hablaron del advenimiento de una era fundada en la tolerancia y el diálogo, una cultura de respeto a los derechos humanos, la formación del hombre nuevo: sensible, solidario y amante de la paz. “Que Auschwitz no vuelva a repetirse”, clamó Theodor Adorno en 1966.

No dejaremos de preguntarnos qué ocurrió en la Europa de inicios del siglo XX para que, generaciones que antes fueron educadas bajo principios humanistas, cambiaran de ideales y se decidieran por ideologías que propugnaban la violencia, la indiferencia ante el dolor, el desprecio al otro. La respuesta está en los modelos educativos bajo los cuales se formó la juventud alemana de esa época; pedagogías diseñadas para fortalecer los ideales de la vitalidad, la fuerza y el aguante, el músculo del ego, la dureza y frialdad del carácter. Quien es duro consigo mismo se arroga el derecho de ser duro y hasta cruel con los demás. (¿Acaso no resuena aquí la voz del superhombre nietzscheano, aquel que menospreciaba al débil, al compasivo, al creyente en el crucificado?)

No hay duda, los hombres formados bajo esta doctrina fueron los que, poco después, endiosaban a Hitler y prendían las piras humanas que ardieron en Auschwitz y Treblinka. Y lo hicieron sin que en su conciencia se cruzara ni un solo sentimiento de compasión. Después de ello, regresaban a sus hogares, besaban a sus pequeños hijos y para solaz de su espíritu escuchaban a Beethoven o a Wagner. Se había diluido en ellos toda conciencia moral frente a la maldad.

Terminada la guerra, las más preclaras inteligencias tanto en Europa como en América, denunciaron la tendencia deshumanizadora que consigo traía la nueva civilización tecnológica: la propensión a la cosificación de lo humano, el totalitarismo marxista y el capitalismo neoliberal que imponían, cada uno por su lado, una visión única y parcializada del mundo, el resurgimiento de la xenofobia, los populismos de izquierda y derecha, las dictaduras perpetuas y la inminencia del apocalipsis final, trágico destino que se tornaba tangible con el invento de la bomba atómica.

Los nacionalismos, habían resurgido y, con ellos, la intolerancia, el racismo, la xenofobia. El mundo recuerda con horror y asco los genocidios que, por razones políticas y raciales, ocurrieron en las décadas de los 80 y 90 en Camboya y en los Balcanes llevados a cabo por Pol Pot y Milošević. La barbarie retorna y retornará siempre mientras persistan las condiciones que hicieron posible Auschwitz. Frente a ello, Adorno propuso una educación de la autorreflexión crítica, la resistencia a toda visión totalitaria y antihumanista del mundo. Siempre serán posibles otras formas de mirar, sentir y habitar la Tierra.

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