Palabras de doña Susana Cordero de Espinosa en el homenaje a don Bruno Sáenz

El pasado 11 de enero se llevó a cabo el homenaje a don Bruno Sáenz, al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento. Compartimos con ustedes las palabras que doña Susana Cordero de Espinosa preparó para la ocasión.

Nuestro académico, don Bruno Sáenz Andrade presentó el año 2021 un libro cuyo título, El viento del espíritu desata los legajos, corresponde al aliento que lo poseyó. Su poesía era, como pocas, un viento, más o menos suave y callado, que desataba, en palabras suyas, su propia alma y le impelió a crear tantos de sus poemas que fueron y siguen siendo sencillamente inmensos.

Él me pidió que pronunciara las palabras finales en la presentación que de ese libro suyo hicieron Valeria Guzmán y Santiago Vizcaíno, cuando ninguno de nosotros podía imaginar que estaríamos hoy otra vez junto a él a través de su poesía, más rica quizá ahora, porque la leemos como lo que de él nos queda, como lo que de él permanecerá. Fueron únicas sus palabras, únicos sus poemas, cuentos, ensayos, su música en los que puso tanto amor, y no se perderán.   

Evoco muy brevemente algo de lo que dije entonces:

Cada poema de los suyos que he alcanzado a leer apunta, sin alarde, a un innegable fondo de belleza. He evocado ante temas, tratamientos y modos, ante preguntas que, en obcecada búsqueda suscita el poeta, aquello que escribió Rilke en la primera de sus Elegías del castillo del Duíno: “La belleza es el grado de lo terrible que los seres humanos podemos soportar”… Nunca, como ante algunos de estos poemas, he sentido a la par, la belleza, la paz o el miedo de verme interpretada y la necesidad de aquilatar en ellos la confesión de Rilke, exclamación categórica con que concluye su poético alegato: Todo ángel es terrible.

El acto que en su recuerdo vivimos hoy es parte de esas infinitas apuestas del espíritu que Bruno hizo para permanecer. Y la vida no le fue avara: él permanece entre nosotros como poeta, como el buen académico que fue, generosamente presente, listo para compartir, como el hombre sencillo y bondadoso, de invencible sonrisa y cuya ironía, que jamás castigó a nadie, nos ayudó y ayudará a vernos de otra forma, es decir, de la suya misericordiosa, noble. Única.

El poema titulado ‘Ahora y en la hora’ dice:

Alzo la taza de café. Pruebo el líquido amargo. Comparto, aunque mi fe sea otra, el agradecimiento del incrédulo por los dones de la vida y de la conciencia, dirigido a un azar imposible, a una milagrosa combinación de elementos químicos, átomos y células. Comprendo la actitud de quien, sin la perspectiva de la eternidad, reconoce su piel, sus miembros, goza de su inteligencia; de quien arrebata el sabor de la hora con la lengua, con la ferocidad de los dientes. De quien se encuentra aún aquí, pisa con firmeza la tierra, y sabe que el supremo misterio lo bendice todavía.

Conmueven sus certezas, como nos conmovió su partida, pero él tuvo la perspectiva de la eternidad.
Que como lo será para su poesía, la vida eterna le sea propicia.

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