Palabras de doña Susana Cordero en la presentación del «Diccionario de ecuatorianismos con citas»

Compartimos con ustedes las palabras que pronunció doña Susana Cordero de Espinosa, directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, en la presentación del «Diccionario de ecuatorianismos con citas», de Elking Araujo.

Tengo conmigo un tesoro: El diccionario de ecuatorianismos con citas; lo es, no solo porque Covarrubias nombró así al suyo, el primero de nuestra lengua, terminado en 1611, más de un siglo antes de la aparición del Diccionario de autoridades, sino, sobre todo, porque el encanto sencillo de este trabajo nos sugiere este apelativo sin equívoco. Tesoro, pocas veces mejor dicho: Como todo tesauro, es escaso y está listo para crecer y volverse más rico en manos de un buen poseedor, en este caso, en las de su buen “buscador”. Su edición es cuidada, la letra, muy legible, y el orden minucioso de los elementos de cada artículo previsto por su autor se aplica sin excepciones: Lema, información etimológica, si la hay; información gramatical; datos geográficos y de ámbito profesional; todo se señala con las correspondientes marcas, entre ellas, las de información de uso, como la pertenencia de algunos términos a la expresión de cierto ámbito familiar o social y si el lema lo exige, su autor incluye información suplementaria, por ejemplo, el nombre científico de términos que designan plantas o animales. Las citas son el encanto de este trabajo: bien escogidas, sabiamente contrastantes. Sus más de 1100 lemas se eligieron por ‘no hallarse en el Diccionario de la lengua española’…, dato clave, pues significa que el término pertenece al habla del Ecuador o a nuestra habla y a la de otro de los países andinos, o a la de algunos de otros países americanos, ya que un término usado en Ecuador puede emplearse en el Cono Sur o en el inmenso espacio que empieza en los EE UU donde existen más de sesenta millones de hablantes de español, México, y América Central; nuestras hablas se desperdigan en 23 países del mundo: hablamos español más de seiscientos millones de seres humanos.

Las definiciones son claras y escuetas. Dicen lo indispensable para transmitirnos el sentido del lema. Se diría que en este diccionario todo está previsto, y su construcción y aspecto producen en el lector la ilusión de que puede ser leído en pocos días, como una novela de similares dimensiones.

Permítanme una breve digresión: mi referencia al ‘habla’ del Ecuador puede ser falaz; en nuestra patria existen distintas hablas, nacidas al calor y al sabor de otras lenguas, no solo a los del quichua o del cañari, así como variada prosodia o tono; la pronunciación de la costa se distingue de la de la sierra, e hilando fino, el habla del Carchi es distinta de la de Ambato o la de Loja, y lo es la del universo montuvio, o la esmeraldeña.

Hago breve alusión a la historia de estos repertorios: El diccionario de autoridades ‘fue redactado por quienes estaban autorizados para hacerlo’, es decir por académicos y filólogos que, en 1713, se reunieron para fundar la RAE y elaborarlo, a fin de fijar la lengua en su esplendor, que en el Siglo de Oro había alcanzado su cenit; buscaron ‘incluir en él las palabras comunes y ‘mejorar y acrecentar’ el primer repertorio del español existente, el de Covarrubias, ya citado, de título Tesoro, que reflejaba su destino de preservar el oro de cada palabra para que, reunidas en un libro, configuraran la inmensa fortuna de nuestra expresión.

Al iniciar la lectura no se ahorren, por favor, las minuciosas advertencias que el autor detalla en su Manual de instrucciones. Son datos de una técnica exigente, la lexicografía, que se ocupa de las normas para componer léxicos o diccionarios, que, por desgracia no se estudia en nuestras universidades, como no se estudian a fondo lingüística ni filología y, apenas, filosofía, ciencias humanas que nos ayudarían tanto a ser mejores, cuya carencia se muestra, por desgracia, en nuestra vida personal, social y política.

El año 2001 se fundó la primera Escuela de Lexicografía Hispánica, “instituida en 2001 por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española para formar especialistas de todos los países de habla hispana que puedan dedicarse profesionalmente a esta actividad en las Academias de sus respectivas patrias, en universidades, centros de investigación, instituciones y empresas”. Elking Araujo fue uno de nuestros primeros becarios, y volvió al Ecuador, en nuestra Academia trabajó como becario de cooperación. Su diccionario es ejemplo de fidelidad a la teoría y el arte de componerlos.

Por mi parte, quise descubrir coincidencias y diferencias entre artículos de este libro y alguno de los del diccionario de C. J. Córdova, tan querido y leído en nuestro medio; en la primera página, de la ‘a’ de Elking Araujo, encontré, sin buscarla, abarrotes, en plural; busqué abarrotes en El habla del Ecuador, de Córdova, evocando en este nombre la tienda de barrio que en la infancia guardaba tesoros de delicia simple y familiar, y encontré abarrote, en singular. Para Araujo, abarrotes es plural y la define como Tienda de abastos, entregándonos en un mínimo número de palabras, información suficiente. Dada la sobria textura de esta obra, el lector, al preguntarse qué es abastos no encontrará respuesta, porque abastos no es ecuatorianismo, pero se satisface nuestra necesidad de comprensión con la lectura de las citas que ilustran cada palabra elegidas de obras de muchos escritores; hallamos abastos en una de las dos citas que ilumina abarrotes; a propósito, las citas son dos, no una ni tres, y cada una, de distinto autor. He aquí la primera para abarrote: “Algunas eran propietarias, tenían sus reales para exigir respeto o vivían de su trabajo; costureras, artesanas, dueñas de abarrotes, comerciantes”. (Tania Roura, Mariana Carcelén. Una historia en el estrado, 2007). Y la segunda cita dice: “El Patojo Gonzalo protegía la puerta de los abarrotes “La Ermelinda”, una reja de un metro de altura, hecha de varas de madera terminadas en punta”.

Los detalles de que ciertas mujeres que ‘tenían sus reales’, es decir, algún dinerito, eran dueñas de las tiendas de abastos y el de que el Patojo protegía la puerta de una de ellas, además del nombre de la tienda, “La Ermelinda”, nos proveen de varios indicios: el primero, más que indicio, es casi certeza: Ermelinda es el nombre de la dueña del abarrote, de su madre o de su abuela, o el de las tres, sin más; una de las Ermelindas lo atiende, según el día y la labor, es decir, según tocara. Entonces, el abarrote era pequeño y manual, pues, en posesión de mujeres, la tienda se aliaba a la domesticidad; casi siempre, al fondo de un pasillo estrecho, una puerta o cortina lindaban con el interior de la casa en cuestión; y si la dueña no estaba inmediatamente disponible, lo cual era frecuente, surgía desde lejos, anticipada por su voz, para atender al cliente. La presencia del ‘Patojo Gonzalo’, protección ingenua contra latrocinios, muestra que el cuarto, improvisado o no, para tienda de abastos, era el único de la casa que ‘daba a la calle’, otro dato que la incorpora al hogar en su ámbito femenino, pues de haber sido independiente del resto de la construcción, habría contado con cierre metálico, menos frágil que las rejas de madera, y con un cuidador menos impedido.

Vamos a El habla del Ecuador, de Córdova: el lema está en singular, abarrote, y se define como pulpería. Disiente de Araujo en que en El habla del Ecuador, abarrotes, plural, corresponde a los ‘artículos de venta en el abarrote’, tienda a la que Córdova llama solo abarrote para declarar luego que abarrotes designa los artículos que se venden en el abarrote. Como Córdova acostumbra, más allá de definir los términos, los comenta, los historía, los critica. Y amplía abarrote de este modo:

“Aquí conservo, escribe, el comentario original en la primera edición de esta obra’ (se refiere el lexicógrafo a la primera edición de su Habla del Ecuador, que contradice la majestad académica en las líneas siguientes: “Lo dicho por el Diccionario de la Real Academia Española en la edición de 1970 no concuerda exactamente con la definición ecuatoriana. En efecto, la 2ª. acepción dice: “Amér. Artículos de comercio como caldos, cacaos, conservas alimenticias, papel, etc”, pero “el vino, el aceite de oliva, la sidra estos son los caldos académicos y no son propiamente efectos de consumo habitual y corriente en nuestra latitud ecuatorial, en contraste con el conocimiento y gasto común y ordinario de ellos en España. Nuestros abastos son comestibles secos, y otros: arroz, azúcar, rapadura, granos de toda clase, harinas, sal, especias, enlatados, colas, agua mineral. Y, de otro lado hay jabones, detergentes, insecticidas y el gran montón de cosas menudas pero necesarias en la vida doméstica”. Lo dicho: El abarrote, pulpería o tienda de abastos, aquí iluminado con este comentario sobre la experiencia del lexicógrafo respecto de las tiendas de abastos cuencanas, en comparación con las similares de España, no sugiere pertenencia evidente ni secreta, a hombre o mujer, ni indica si la tienda es pequeña, mediana o grande.

A propósito, aunque la lectura de un término en cualquier diccionario lleva necesariamente a otro, a otros y se vuelve interminable si no cejamos en nuestras consultas, volvamos al DRAE, en busca de ultramarinos cuya primera acepción resumida dice ‘que está del otro lado del mar’, pero el segundo significado expresa: “se aplica [ultramarinos] a géneros y comestibles traídos de esa otra parte del mar, y más particularmente de América y Asia, y, en general, a los comestibles que se pueden conservar sin que se alteren fácilmente”. He aquí, la que habría sido perfecta definición para los abarrotes: ‘comestibles que se pueden conservar sin que se alteren fácilmente’; en mi adolescencia madrileña, ‘ultramarinos’ se aplicaba también, por metonimia, a la tienda en la que se vendían.

De la comparación entre ‘abarrote, abarrotes’ de Araujo y Córdova, extraemos ricos datos. La característica fundamental del diccionario de Córdova es la de ser enciclopédico, no académico, ni esencial, ni histórico, ni biográfico, ni ideológico, o etimológico, aunque tenga algo de todos ellos; trae personajes, lugares y ejemplos relacionados con el término correspondiente, elegidos e ilustrados con naturalidad casi conversacional. La información de que provee este artículo del libro de Córdova, está lejos de la cortísima, casi matemática, de la de Araujo; el primero, que en su última edición trae más ejemplos para ilustrar el uso de sus lemas, además de definir el lema con su sinónimo pulpería, americanismo no usado en España, incluye en el artículo detalles críticos, como el de los caldos académicos, que en ediciones posteriores el mismo Diccionario general corrige, a tenor de críticas de americanistas y afirma en abarrote pl. acepción 3 con marcas de países de América Central, Bolivia, Colombia, Ecuador, México y República Dominicana, ”Artículos comerciales, principalmente comestibles de uso cotidiano y venta ordinaria”. Y en la acepción cuatro, dice: “Tienda donde se venden artículos de uso cotidiano, principalmente comestibles”. Lexicógrafos americanos como Córdova, o como lo hace hoy cada Academia, mediante comisiones encargadas del diccionario general, influyen poderosamente en cambios e inclusiones en el diccionario general. Ya los caldos del DRAE quedaron atrás, como han ido quedando las tiendas de abastos o abarrotes. Córdova que en la última edición de su diccionario trae más ejemplos para ilustrar el uso de sus lemas que en las dos primeras, además de definir el término con su sinónimo pulpería, americanismo no usado en España, incluye en su artículo detalles críticos, como el de los caldos académicos que en ediciones posteriores corrige el Diccionario general.

No terminaremos sin buscar el significado de pulpería en el diccionario de Araujo. Si está aquí, me digo, es porque es americanismo de pura cepa; y sí, aquí está. Lo traigo, antes de despedirnos:

pulpería. F. Tienda en la que se venden todo tipo de géneros, especialmente víveres. Y vienen las citas: “Sin embargo, para 1775 tenemos datos de archivo de que doña María Isidora Ontaneda tenía una pulpería (tienda) en el centro de la ciudad, que era tan importante que, en el padrón de pulperías (No.13) se hablaba de “la esquina de doña Isidora Ontaneda”, cita tomada de Las mujeres en la independencia, de Jenny Londoño, 2009. La segunda cita procede de Manuela, libro sobre Manuelita Sáenz, de Luis Zúñiga y dice: “Jonatás trajo una gata negra que le habían obsequiado en la pulpería de la cuadra”.

¿De dónde procede esto de pulpería y pulpero, o pulpera, sus dueños, términos que parecen ir perdiéndose? El diccionario general trae, primero, las marcas diatópicas o correspondientes a los lugares americanos donde se usan; y luego define: ‘Tienda en América donde se venden artículos de uso cotidiano, especialmente comestibles’.

¿Imaginábamos nosotros que pulpería venía nada menos que de ‘pulpo’? Pues no, no de pulpo; viene, en lo que nos concierne, de pulpa o ‘parte blanda de la fruta, fácil de partir’, es decir, su piel, cáscara o corteza, porque en pulperías españolas se expendían originariamente frutas tropicales y dulces elaborados con pulpa. En cambio, Córdova dice de pulpería: Tienda pequeña en la que hay víveres y otros efectos de consumo doméstico y continúa, incansable: “La pulpería ecuatoriana difiere de la descrita en el DRAE que en la 4ª. Y 5ª. ediciones del Diccionario de Madrid, y registra: ‘tienda de las Indias, donde se venden diferentes géneros para el abasto, como son vino, aguardiente o licores y géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería, etc… Las viejas ediciones del siglo XIX reafirman lo de los caldos criticados por Córdova. La novena edición, de 1847, cuenta Córdova, cambia el título de Indias por América. ¿Y qué son buhonería o mercería?; esta última procede del catalán y significa “Trato y comercio de cosas menudas y de poco valor o entidad, como alfileres, botones, cintas, etc. Y como seguimos averiguando encontramos ya buhonería, que Araujo no registra, pues es término de rancia tradición española; buhonero quiere decir ‘vendedor de baratijas’.

Podríamos seguir sin detenernos, una palabra llama a otra, esta a otras y sucesivamente: nuestra curiosidad nunca se satisface.

Felicitaciones, Elking, por las citas, tan bien elegidas, que surgieron de ese corpus construido expresamente, imagino, a lo largo del tiempo y desde que usted volvió de España luego de disfrutar de su beca; su trabajo es, sin duda, uno de sus últimos resultados. Hoy pensamos sobre este libro que es, en palabras medievales un ‘instrumento de perfección’, pues todo lo que hacemos de bueno lo es. Por su parte, usted deberá contarnos, ojalá hoy mismo, qué fue primero en su diccionario, el léxico o las citas; si le indujeron sus lecturas de diversos escritores a tomar esas palabras, no otras, y trabajarlas, o cada una de las palabras, a buscar las citas. Esto parece lo ‘normal’ diríamos, si tomamos la normalidad como lo natural y legítimo. Pero ¿existe esa naturalidad en las tareas del pensamiento, que se hallan tan cerca de la sensibilidad?

Usted, luego de esta experiencia, sabe que nada, nunca, está acabado. Que nuestro español de España se endulzó en el Caribe, en los Andes, en las costas de América del Sur con el nobilísimo aporte de lo indígena y desde sus artículos, ha añadido a nuestra lengua una porción de la gracia innegable de las citas, en un habla a menudo delicada, flexible, manualita…

Finalmente, acudamos a la actividad humana que da sentido a la existencia de los diccionarios, y que, a la vez, busca, encuentra, extrae de estos catálogos del alma, una caterva de términos sin concierto, inertes mientras su existencia no se haya henchido de belleza más allá de los glosarios. La actividad singular, que dota de nuevo significado y hermosura a la palabra, no es otra que la poesía.

Imposible olvidar a Miguel Hernández, que murió hacia los cuarenta y dos años, solo, tuberculoso y mísero, en la cárcel franquista, aunque con la inmensa fortuna de su poesía: “Lo importante, escribió él, que no hay nada importante, es dar una solución hermosa a la vida”.

Usted ha emprendido, quizá, este camino y humildemente, creo que quienes amamos la palabra y trabajamos con ella por encima de todo, en la certeza de que solo en la palabra, en nuestro decir, somos, hemos encontrado a nuestra manera, y seguiremos buscándola y encontrándola sin detenernos, esa solución hermosa a la vida.

Susana Cordero de Espinosa
Quito, 24 de noviembre de 2022

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