Lo conocí en la adolescencia, porque a la gente trascendental de nuestras vidas la llegamos a conocer con cualquier pretexto. Fue un maestro esencial, en mi vida universitaria, aunque no pude cumplir sus expectativas académicas: le indignó que varios trabajos los presenté tarde y al apuro. Sin embargo, y muy a pesar de su voluntad o decepción, entré a todas las clases que pude dictadas por él: Cine y Literatura de América Latina, Historiografía, El cine de Alfred Hitchcock y Ciencia ficción. Todas fueron cruciales para mi formación. A todas las tengo presentes en mi escritura y reflexiones. Es decir, las enseñanzas de Álvaro Alemán Salvador, como sucede con los grandes maestros, siempre me acompañan.
Escribo esta columna, entonces, para rendir homenaje a su trayectoria, a la que en enero de este año se sumó su incorporación a la Academia Ecuatoriana de la Lengua como miembro numerario, pues ya era miembro correspondiente desde 2016. De esta manera, asume en esa histórica institución colegiada la silla de la letra W, una letra que viene al español en préstamo lingüístico de otras lenguas, es decir, en reconocimiento a la capacidad expansiva que los estudios y las investigaciones de Álvaro han tenido a lo largo de varias lenguas, tradiciones, géneros y mundos expresivos. De hecho, el impacto de Álvaro ha trascendido la esfera ecuatoriana y la Real Academia Española también lo ha nombrado miembro correspondiente.
Tiene claro que la percepción pública sobre los académicos de la lengua es que están llamados a ser policías del lenguaje; él no lo será. En sus más recientes reflexiones, a partir de esta incorporación, ha recordado que la lengua es una fuerza viva, en constante transformación, y que su compromiso será observar esas transformaciones, ponerlas en contexto, quizá también mirar los diálogos que se establecen entre los distintos mundos lingüísticos. Es posible que a esas lúcidas bifurcaciones que le interesan, se deba el tema de su discurso de incorporación a la Academia Ecuatoriana: El sueño de Nicolás Espinosa Cordero: autotraducción universal / el incumplimiento de un anhelo. Un repaso inteligente y profundo sobre la tarea silenciosa y disciplinada de un filólogo cuencano que se propuso, durante muchos años, la creación de una inter-lengua que permita traducir varias lenguas.
En el fondo, lo que subyace en la labor de Álvaro es el amor a aquello que nos llega a apasionar y a transformar. Recuerdo que la primera lectura, para inaugurar todas o la mayoría de sus clases, era un cuento de Borges. Álvaro Alemán Salvador me legó el amor a Borges. ¿Qué más se le puede pedir a un maestro? El primero que leí, a instancias suyas, fue Pierre Menard, autor del Quijote, cuanto yo tenía 18 años. Hoy los he leído todos, algunos muchas veces, y ese es un regalo inmenso de Álvaro, porque la literatura que amamos es nuestra compañía, un refugio, una bocanada de aire. Como el deporte, que Álvaro ama tanto, porque es baloncestista, ha sido biógrafo de Neisi Dajomes y traductor de la biografía del inmenso Pancho Segura. Son así, felices y significativas, las pasiones silenciosas, querido Álvaro.
Este artículo apareció en el diario El Universo.