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«Perico», por don Marco Antonio Rodríguez

Bajito, calvo, desaliñado: sus ternos lucían ajados, sus camisas y corbatas arrugadas; usaba lentes gruesos como asientos de botella. Sonreía de medio lado y prodigaba palmadas a los párvulos. Algo extraño había...

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Bajito, calvo, desaliñado: sus ternos lucían ajados, sus camisas y corbatas arrugadas; usaba lentes gruesos como asientos de botella. Sonreía de medio lado y prodigaba palmadas a los párvulos. Algo extraño había en su presencia, algo opresivo, el leve sudor que perlaba su frente lo delataba.

Perico Echeverría (Quito, 1904-1985) bajaba con su violín a nuestra casa (nació y vivió en San Roque alto y nosotros en la Plaza Victoria). Allí ensayaba su violín junto a nuestro padre y su piano; con esas prácticas aprendimos a amar nuestra música. El artista es autor de más de cien pasillos, albazos, sanjuanes, tonadas: música confinada a las barriadas populares y a las fiestas de los pueblos andinos.

Si el pasillo es delirio que arrebata y devora, la tonada y el albazo son congojas que se bailan y zapatean. ¿Ecuador “país de lo cursi”, como quiso bautizarlo alguien que fungía de sabio y redentor de nuestros males? Gómez de la Serna llamó a lo cursi “fracaso de la elegancia”. Escuchen y bailen, entonces, al ritmo que quieran, pero sin desechar la savia de nuestra música popular indígena-mestiza.

Mediaban los 50 del siglo anterior cuando corrió —sonrojos en las beatas mejillas de las abuelas— el rumor primero, la noticia después, de que el maestro había conocido a una artista extranjera que admiraba sus composiciones y tenían un tórrido romance. Largos años duró ese amor imposible, los dos tenían hogares.

El amorío terminó con el viaje de ella, nadie sabe adónde. Don Perico se refugió en la bohemia. Más tarde se supo que de allí brotó su albazo “Amargura” que un cineasta italiano usó en un filme. “Yo llevo en el alma una amargura,/ dolorosa espina que me mata,/ es que tu partida me tortura/ y en silencio lloro mi dolor”.

Volviendo a lo cursi, rememoro los elocuentes versos de nuestro inolvidable amigo José Emilio Pacheco: “Lo cursi es la elocuencia que se gasta./ No te preocupes/ si sonreímos con tus versos dolientes/ Tarde o temprano/ vamos a hacerte compañía”.

Este artículo apareció en diario El Comercio.

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