No de sola dulzura el hombre vive,
necesita el fermento del dolor:
necio quien no percibe
cuánto sin él su pan pierde en sabor.
En la masa el fermento, alma que late,
vida infunde con su íntima acritud,
y en el hombre, él dolor es acicate
de excelsitud.
Hay un gozo supremo, que responde
a toque más viril que el del placer,
sabrá de él quien ahonde
la ciencia del augusto padecer.
Esta felicidad, mina secreta,
nos la enseñó Jesús,
cuando a la humana dicha dió por meta
un Tabor en que se habla de la cruz.
(Escrito el 6 de mayo de 1939. Tomado de Poesía completa, 1996)