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«¡Señor!», por doña Susana Cordero de Espinosa

Conocemos su palabra buena, bella y profunda, que desde hace tiempo leemos en la prensa capitalina, y confiamos en que siga entregando ese cauce interior de río transparente que hoy se quiere torpemente enlodar...

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“Señor, ábreme los labios. / Y mi boca proclamará tu alabanza. / Dios mío, ven en mi auxilio. / Señor, date prisa en socorrerme” ruegan las primeras palabras de maitines del domingo, en un viejo y querido salterio que he redescubierto. Maitines, ‘tiempo matutino’, la primera oración que los sacerdotes rezan antes del amanecer’; salterio, “parte del breviario que contiene las oraciones de toda la semana”, (el diccionario es un libro infinito)…

Encuentro ese ruego en un librito cuya hermosa dedicatoria firma el 7 de noviembre de 1989 —hará 32 años— el jesuita maestro y amigo que me lo regaló; me consuela sentir que no hay distancia entre su palabra y mi posibilidad de evocarla y sentirla hoy, aunque él murió lejos en espacio y tiempo. Al entregármelo, quiso que yo lo leyera lentamente; que valorara cómo las palabras encerradas en cada página sirven para volar lejos, arriba; para salir de nosotros hacia otras búsquedas en momentos duros.

Conservo otros libros de parecido tenor: devocionarios, dos o tres ejemplares de la Biblia, los pequeños volúmenes empastados en cuero blanco o en material parecido al marfil, de las primeras comuniones de mis hijos, y el libro en el que cada día rezaba mi madre con íntima fe, requiriendo la mirada divina sobre la suerte de los suyos.

Tomo el salterio casi al azar para guiarme por su contenido de amistad humana y esperanza sobrenatural, y dirigir mis palabras a favor de quien hoy sufre injusticia y dolor.

Se trata del sacerdote amigo don Julio Parrilla, ex obispo de Riobamba, recién jubilado y en precaria salud, a causa de la entrega cotidiana de sus largos años de sacerdocio, en sus setenta y cinco de edad.

Ha servido —servir es para él vivir— largo tiempo en nuestra patria; Portoviejo, Quito, Loja y Riobamba siguieron sus pasos, recibieron su bien.

Conocemos su palabra buena, bella y profunda, que desde hace tiempo leemos en la prensa capitalina, y confiamos en que siga entregando ese cauce interior de río transparente que hoy se quiere torpemente enlodar, con la estúpida superficialidad de lo peor de los medios de comunicación de masas, que irresponsablemente propagan mentiras y versiones oscuras contra personas intocables por su decencia, su formación, su trabajo conocido y apreciado, su enorme dignidad…

Aunque no necesita defensores —lo defienden su entrega a los pobres, su trabajo en Caritas, su decisión por los enfermos en tiempo de pandemia y de mal— necesita justicia y consuelo: ‘Rehuyamos los males que se infiltran en las almas ociosas, y no facilitemos el paso a la tiranía del astuto enemigo’, reza el Salterio… ‘La oscuridad de la noche oculta los colores de las cosas de la tierra. Oh justo juez de los corazones, al alabarte, pedimos que borres nuestras culpas y laves las manchas del alma’.

Él, ‘como los magos’, sigue la estrella de su vocación a la que quiso ser fiel durante su larga vida; la ‘estrella que ha visto y lo guiaba; con la luz busca la luz, con sus dones confiesa a Dios’.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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