pie-749-blanco

«Simio que ríe», por don Juan Valdano

Las peculiaridades del humor: la primera, aquello de que al ser humano se lo puede definir a partir de la risa; la segunda se refiere a ese inherente efecto desacralizador que caracteriza al humor.

Artículos recientes

En un amenísimo libro de Felipe Aguilar, “Humor: transgresión y crítica” (2008), él reflexiona sobre las peculiaridades del humor, cavila en dos de ellas: la primera, aquello de que al ser humano se lo puede definir a partir de la risa; la segunda se refiere a ese inherente efecto desacralizador que caracteriza al humor.

La afirmación de que “el hombre es el único animal que ríe” ratifica aquella definición del ser humano como homo ridens. Y, al parecer, la risa es privativa del homo sapiens. ¿Los chimpancés ríen acaso? Si así fuera, los chimpancés tendrían el sentido de lo ridículo, y eso, aparentemente no ocurre. Según los etólogos los animales no ríen, y no lo hacen porque la risa y el humor suponen procesos mentales complejos que son característicos del hombre.

Imaginemos a los primeros homínidos prehistóricos de hace millones de años caminando bajo el sol en la gran sabana africana. Imaginemos un luminoso día en el que unos cuántos de ellos rieron por primera vez a batiente carcajada por algo inesperado y nada doloroso que les ocurrió. En ese instante, pienso yo, se encendió en sus toscos cerebros la primera chispa de humanidad, algo que en ellos había estado genéticamente dormido. Antes que hablar de homo ridens considero más adecuado afirmar, junto con Charles Darwin, que continuamos siendo, nos guste o no, simia ridens, simios que ríen. En los albores de la hominización un grupo de primates homínidos empezaron a diferenciarse de otro grupo de primates por el simple hecho de que los primeros reían y los otros nunca lo hacían.

Cuando estos dos grupos con inconfundible aspecto simiesco se encontraban por casualidad a la entrada de una caverna y ninguno de ellos sabía con quiénes habían topado, me imagino que aplicaban una regla que jamás fallaba: simio que reía era un simio más listo e industrioso, en él la humanidad avanzaba; simio que no reía era un mono común, el simio aturdido de siempre, el primate sin cola se había estancado en él.

En cuanto a lo segundo, la afirmación de que el humor tiende a la irreverencia, al irrespeto de la norma, abre la puerta a la libertad, a la transgresión, a la crítica de lo establecido es una ratificación de que el poder y el humor jamás han congeniado. El poder busca rodearse de grandiosidad y ceremonia, teatralidad y grandilocuencia, trompetas y alfombras rojas. El humorista mira ese espectáculo, no desde la poltrona de los aplaudidores sino tras las bambalinas, allí donde la tramoya fabrica ilusiones de gloria, allí donde se cuelgan las máscaras. Y cuando la farsa palabrera concluye, el humorista, entre irónico y regocijado, da su versión de aquello que se supone es serio, devela el lado ridículo que a veces segrega la vida. La clave del humor es esa: caricaturizar, exagerar, mas no mentir, presentar el lado incongruente de la realidad.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

0 0 votes
Article Rating
0
Would love your thoughts, please comment.x