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«Sin aliento», por don Óscar Vela

Las noches se han hecho más largas, quizás también más oscuras frente a la desesperanza y la incertidumbre que se acentúa en el abismo de nuestra conciencia cuando entra en agonía. Intentamos entonces ser doblegados por el sueño profundo...

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Las noches se han hecho más largas, quizás también más oscuras frente a la desesperanza y la incertidumbre que se acentúa en el abismo de nuestra conciencia cuando entra en agonía. Intentamos entonces ser doblegados por el sueño profundo, pues allí, en sus entrañas, aunque a veces anidan pesadillas inquietantes o travesías absurdas, nos aguarda el sosiego de las aguas en remanso, y, en ocasiones, también un encuentro fugaz o un esperanzador cruce de palabras con los que ya no están.

Las primeras luces de estos días nos han despertado sin aliento, como si aquellos filamentos brillantes, al tocarnos, nos provocaran una herida mortal. Y desfilan por nuestra mente ideas descabelladas, y se enervan nuestros temores hasta el punto en que quisierámos volver a los dominios de las tinieblas, pero si lo miramos bien, el desasosiego y el ahogo tan solo duran un instante, el tiempo que nos toma darnos cuenta que estamos vivos.

Es cierto que somos seres débiles. Es cierto que nuestras generaciones viven los tiempos de la pereza y la comodidad llevadas al extremo gracias al ingenio de una especie, la humana, que desde hace millones de años fue capaz de descender de los árboles, adaptarse a su nuevo entorno, conocer el fuego o inventar la rueda, hasta llegar hasta al punto en que nos encontramos hoy. Pero también es cierto que nuestra información genética lleva la carga de aquellos que sufrieron y sobrevivieron los grandes desastres de la humanidad.

En este punto, cuando nos encontramos en un laberinto del que no sabemos cómo ni cuándo saldremos, apelemos a la memoria de los que nos precedieron, a esas historias de tenacidad, entereza, coraje y valor que han permitido que varias generaciones de seres humanos vivamos el presente.

Ahora comprenderemos mejor el mundo. Comprenderemos, por ejemplo, que los verdaderos héroes no son los que se han cargado más vidas a tiros, ni los que han inventado armas destructoras, ni aquellos que han sometido a los seres humanos a humillaciones, vejaciones y tormentos, aunque por estas patrañas aparecieran como vencedores y se les hubiera erigido estatuas. Ahora comprenderemos que los héroes, nuestros héroes, son los que sobrevivieron o murieron ayudando a sobrevivir a otras personas, los que sufrieron encierros de años en conflictos bélicos, los que pasaron y pasan hambre pero se aferran a la vida, los que han debido abandonarlo todo para ir a lugares extraños, los que debieron combatir y regresaron convertidos en otros seres, o los que no regresaron jamás; los que nos han dejado en la memoria la impronta de la supervivencia y la superación.

Los héroes del nuevo orden mundial son esas personas que quizás no conocemos, esos médicos, enfermeras, guardianes, cajeros, barrenderos, agricultores, o esos funcionarios que no han podido llegar a sus casas porque primero está el servicio público. Son ellos los que merecen nuestro reconocimiento, pues nos permiten despertarnos cada día y recuperar el aliento.

Este contenido se publicó en el diario El Comercio.

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